¿Jóvenes colombianos, el futuro o una generación perdida?

¿Jóvenes colombianos, el futuro o una generación perdida?

El 33% no estudia ni trabaja, una cifra que para muchos se explica con el prejuicio más común hacia las nuevas generaciones: son perezosos y les gusta la vida fácil

Por: Santiago Valencia Rodriguez
marzo 11, 2021
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¿Jóvenes colombianos, el futuro o una generación perdida?
Foto: Leonel Cordero - Las2orillas.co

Esta es una de las consecuencias de la grave crisis que sufren las nuevas generaciones en todo el mundo, pero que al sumarle la realidad colombiana y la pandemia forma el cóctel perfecto para producir una generación perdida, que a pesar de ello sigue nadando en contracorriente en busca de sentido y libertad.

¿Qué es ser joven en Colombia?

La definición legal la encontramos en la Ley 1622 de 2013: un joven en Colombia es una persona entre los 14 y 28 años, un rango que se expandió solo 2 años desde la última ley de juventud expedida en 1997, mientras que la expectativa de vida en ese mismo periodo aumento 5 años. Es por ello que nuestra definición se queda corta, frente a otros países de la OCDE que consideran la juventud hasta los 30, 35 y en ocasiones hasta 40 años en algunas legislaciones. De igual forma para efectos de este análisis, se tomará la definición de 14 a 28, años pues sobre este se realizan todas las mediciones estadísticas.

Según este rango, los jóvenes colombianos están compuestos por 2 generaciones, los conocidos Millenials y los incomprendidos Centenials. Entre ellas existe una relación de hermandad, y poseen varias cosas en común, como la presencia inherente de internet en todos sus ámbitos, la preocupación por las causas sociales y ambientales, así como un espíritu de cambio. Sin embargo, nuestros jóvenes colombianos son muy diferentes a ese prototipo del “Millenial” que han creado los medios de comunicación y las marcas, a partir del joven promedio de clase media en el primer mundo: Adictos a la tecnología, urbanos, perezosos, pretenciosos, rebeldes, mantenidos, depresivos, hiper-sensibles, mayoritariamente de izquierda, y con miedo al compromiso.

En primera instancia, los jóvenes son un 25% de la sociedad colombiana (frente al promedio del 18% de la OCDE), y aunque más del 80% tiene acceso a un dispositivo para acceder a internet (celular, tablet o smartphone) la cobertura en el país es sólo de 66%, con una lentísima velocidad promedio de tan solo 10 Mbps. Por otra parte, según un estudio realizado por la Universidad EAN en 2019, los Millenials colombianos son más pesimistas y más conservadores que sus pares de Europa o Estados Unidos, con una mayor tasa de matrimonios antes de los 30 años, de expectativa de hijos (41%) y preferencia por un trabajo estable sobre uno que disfrute. Finalmente, el 25% de los jóvenes en Colombia vive en zonas rurales, lo que hace que las barreras de acceso a derechos básicos y a empleo sean mucho más altas para este segmento.

La generación más preparada (y endeudada)

Para nadie es un secreto que acceder a la educación en Colombia es una tarea muy compleja, pero las nuevas generaciones fueron criadas con el mantra de “La educación es lo más importante para progresar” y por ello los jóvenes son el segmento más preparado académicamente de la población colombiana. Sin embargo, este “logro” no ha sido gratuito, sino a costa de un enorme esfuerzo, por una parte, de las generaciones predecesoras (Baby Boomers y Generación X), nuestros padres y abuelos, quienes con mucho sacrificio han sido el pilar económico para costear las millonarias matriculas de las instituciones de educación. Y, por otra parte, los mismos jóvenes, que, a través de una perversa lógica heredada del sistema de educación estadounidense, se endeudan para estudiar, y luego trabajan para pagar esa deuda. De acuerdo a un estudio de cedetrabajo, cerca de 26.000 jóvenes están sumidos en crisis económica a causa de los altísimos intereses de Icetex, que brinda créditos para acceder a la educación, y es promocionado como un gran éxito del estado colombiano, pero que sus intereses, que pueden llegar al 150%, acaban con el futuro de miles de jóvenes colombianos cada año. A pesar de esto, los jóvenes colombianos se siguen preparando, y esta filosofía de estudiar más y más para salir de la pobreza, es el alimento del sector educativo, quienes se lucran ampliamente no solo con sus programas de pregrado, sino con todos los cursos, especializaciones, maestrías y doctorados, que venden como la nueva solución al desempleo “Si no le alcanzó el pregrado, haga un posgrado”. La situación de la educación superior en Colombia es tan tenebrosa, que merece un artículo independiente. Sin embargo, les dejo algo para analizar: En Colombia todos los posgrados se dictan en modalidad nocturna o virtual, durante 2 o 3 años, pues están concebidos para gente que trabaja y estudia, mientras que, en los países del primer mundo, los posgrados se realizan en periodos de 1 año académico, y la dualidad de trabajar y estudiar es visto como una lógica perversa a eliminar, no para ser aplaudida y promovida, como sucede en Colombia.

Pero el problema más grave, es que los jóvenes colombianos, altamente preparados y calificados, endeudados bajo la promesa que la educación cambiaría su futuro, se encuentran con una dura realidad. Su futuro pasó de trabajar para pagar deudas, a simplemente no poder ni trabajar, ni pagar sus deudas, pues el mundo para el que se prepararon ya no existe.

Con diploma, pero sin trabajo

Partiendo de la premisa anterior, en la cual los jóvenes crecieron en un ambiente que promovía la educación como un eje transformador de la realidad económica, estas generaciones crecieron con “el sueño americano” como meta, basados en las experiencias de sus padres y abuelos: Un trabajo estable, una casa, un carro, una familia feliz, vacaciones en la playa una vez al año, y una pensión para la vejez. Con el pasar del tiempo, las metas se fueron transformando, gracias a ese constructo del “Millenial” hecho por el marketing, y el sueño se convirtió en una vida llena de experiencias, viajes, conciertos, estudios en el exterior, fiesta, amigos y amor. Al mismo tiempo, la revolución del internet, nos mostraba a jóvenes emprendedores exitosos, influenciadores y deportistas ganando millones, de una manera aparentemente “fácil”, transformando la vida de un joven promedio en un rotundo fracaso, si antes de los 28 años no eres famoso y millonario.

Lamentablemente, la realidad no es ninguno de estos panoramas. La situación laboral y económica de los jóvenes es la más paupérrima de la edad moderna, empezando este siglo con la crisis de 2008, en donde la riqueza de las familias se vio duramente afectada por la crisis de las hipotecas, y luego la apocalíptica pandemia del COVID-19, que en países como Colombia ha causado una crisis económica y social sin precedentes, mucho más grande que la de 1998 o la de la década de 1920.

Todo esto, nos lleva a la situación actual, en donde un 33% de los jóvenes en Colombia no trabaja ni estudia (el promedio de la OCDE es de 15%), y el desempleo juvenil alcanza el 35%. Y a diferencia de los que se podría pensar, las causas no están relacionadas con esa “comodidad” y “pereza” que injustamente se nos endilga. La realidad laboral de Colombia hoy, es considerablemente peor que hace 30 años, pues además de la conocida explotación laboral, tenemos el nefasto contrato de prestación de servicios, otro legado del gobierno de Álvaro Uribe, gracias al cual las empresas pagan salarios miserables, sin responsabilidad o vínculo alguno con sus empleados, ni con el sistema de seguridad social. Sin un trabajo estable, no hay seguridad social, por lo que muchos jóvenes se ven en el limbo legal de no tener ningún cubrimiento de salud, pues, por su edad no pueden ser beneficiarios, por su educación no pueden pertenecer al régimen subsidiado, y al no tener ingresos, es imposible cotizar como independiente.

Ni que decir del panorama pensional, pues si las generaciones anteriores, que pudieron gozar de unas condiciones laborales mejores y menores requisitos de edad y semanas, no pueden pensionarse en muchos casos, a los jóvenes no nos queda sino ver como el sistema que pesa sobre nuestros hombros se colapsa y, si tenemos suerte, después de los 70 años nos cobijará un modelo como los BEPS, con $175.000 cada dos meses.

El gobierno nacional frente a las escandalosas cifras de desempleo juvenil, siempre utiliza la misma fórmula: Echarles la culpa a factores externos, tales como, la crisis económica (que en Colombia nunca termina), la falta de competitividad y más recientemente, la inmigración. Al mismo tiempo, muestran todos sus programas e iniciativas, siempre inefectivas, pero como lo dirían nuestros políticos “Estamos trabajando en esa problemática”. El gobierno, no comprende que su falta de preocupación por este problema crea gigantescas grietas sociales y económicas; no entiende que desatender a los jóvenes es pegarle un tiro en el pie al país.

Por otro lado, el sector privado, la industria y el comercio, señalan como causantes del desempleo a la falta de pertinencia de la educación superior y a la inestabilidad de los jóvenes en los puestos de trabajo. Según su postura, los jóvenes estudian cosas que la sociedad no necesita, como carreras de la rama de humanidades, o artes, y aquellos que si estudian “cosas útiles” salen de la universidad sin las competencias necesarias para trabajar. Además, aseguran que los jóvenes son inconstantes, impuntuales, irresponsables y que pierden tiempo y dinero formándolos, recursos que no se ven reflejados en el desempeño, o que pierden cuando los jóvenes se van “inexplicablemente”.

Sin temor a equivocarme, puedo decir que, si bien los conocimientos universitarios no responden completamente a la realidad moderna, un profesional recién egresado en Colombia está perfectamente capacitado para trabajar en la mayoría de las empresas del país, pues nuestro sector industrial y comercial es altamente improductivo, poco tecnificado, informal en muchos de sus procesos y conformado por empresas de menos de 10 empleados, es decir, empresas anacrónicas y poco competitivas frente al promedio mundial.

El sector empresarial colombiano precisa de mano de obra calificada para mejorar, para ser más productivo, innovador y tecnificado, así que el tema no es un problema de no necesitar. La cuestión es que el sector empresarial se empeña en seguir en el siglo XX pues la mayoría de empresas son propiedad de las generaciones anteriores, mayores de 40 años, y que en muchos de los casos no están abiertos a las oportunidades de mejora que ofrece un profesional, o no están dispuestos a pagar por ello.

Esas “habilidades” que piden las ofertas laborales en la actualidad, como el trabajo bajo presión, multitasking, proactividad, y la nueva “resiliencia”, son solo una forma agazapada de requerir personal dispuesto a soportar condiciones de explotación, sobrecarga laboral, actitudes de acoso y ambientes laborales hostiles. Adicionalmente, conociendo de antemano que las nuevas generaciones están mejor preparadas, ponen condiciones de formación y experiencia, como si estuvieran buscando un gerente regional, pero para un cargo de supervisor, y con un salario irrisorio. Podrán pensar que antiguamente, las condiciones laborales eran iguales o peores, pero tengan en cuenta que la gente soportaba esas condiciones pues tenía contratos a término indefinido, prestaciones sociales, vacaciones, cesantías, pago de horas extra, festivos, y un ingreso constante con el cual mantener su hogar y desarrollarse. La realidad de los jóvenes colombianos es que, los que tienen acceso a un trabajo, ganan en promedio 864.749 pesos, ni siquiera un salario mínimo, y en el caso de las mujeres, la cifra es menor.

Seguro los lectores conocen casos de jóvenes, profesionales, que tienen buenos ingresos, trabajos estables, que son independientes económicamente y socialmente exitosos. Ese tipo de jóvenes en efecto existe, pero es solo una pequeñísima porción de la población, y en gran medida tienen estas posiciones por la conocida “palanca”. Son contratados por muchos factores, incluyendo el azar, pero pocas veces por sus habilidades y competencias, especialmente en el sector público, el cual parece el último refugio para conseguir un trabajo decente y estable. Por esta razón, miles de jóvenes viven de convocatoria en convocatoria, comprando pines, para participar en procesos aparentemente meritocráticos, pero que no dejan de estar profundamente permeados por nuestro peor mal a nivel nacional: la corrupción.

Y si bien, esta es la realidad actual, estamos ad portas de una nueva reforma laboral que podría precarizar aún más el trabajo, disfrazar la informalidad y la ilegalidad con un manto de legitimidad, desapareciendo la relación empleado-empleador por completo y permitiendo la contratación por horas, pues parafraseando a la entonces Ministra de Trabajo, Alicia Arango: “Tu no necesitas un ingeniero de sistemas todo el día, lo necesitas dos horas”.

Emprender: cosa de “adultos”

Frente al caótico panorama laboral, la opción de muchos jóvenes a través de los tiempos, ha sido emprender. Y hoy más que nunca, las redes están llenas de discursos motivacionales para emprendedores, impulsando a todos, para que inicien su propio negocio. Y el centro de este discurso es que el éxito depende del trabajo duro, del sacrificio, de la constancia y de las ganas. Si no tienes éxito, es porque no diste suficiente, no le pusiste ganas y motivación. Nada más lejos de la verdad.

En Colombia, el ecosistema del emprendimiento se ha plagado de discursos facilistas, de eventos sin propósitos claros, más allá de ser gigantescas plataformas para vender oradores y marcas, así como se repiten incesantemente conceptos ambiguos como “Economía Naranja”, que ni siquiera su creador, nuestro presidente Iván Duque, entiende bien que es.

En los últimos años, desde el gobierno y el ecosistema emprendedor, nos han vendido la idea de que somos el próximo Sillicon Valley, y que pronto llegarán más milagros como Rappi, nuestro hermoso unicornio naranja, también conocido como la mayor cadena de explotación laboral de Latinoamérica, que aún no produce un centavo de beneficios.

La realidad es que Colombia es un país lleno de ideas, de potencial, de gente trabajadora y emprendedora, pero con uno de los peores ambientes para emprender de la región. Una tasa impositiva total de 72% sobre los ingresos para las empresas, que asfixia a las pymes, mientras las grandes gozan de beneficios tributarios. Una inseguridad jurídica tremenda, donde una disputa laboral o comercial puede durar años en los juzgados, y cada año llega una nueva reforma tributaria. Una economía que favorece sectores que no generan empleos, como el sector bancario y financiero, y que trabaja de la mano con los oligopolios que controlan la mayoría de los sectores económicos.

Un joven que quiere emprender en Colombia, encuentra todas las barreras, de conocimiento, económicas, geográficas y sociales para hacerlo, y las iniciativas del gobierno, se centran en un modelo de asesoría muy superficial, junto con créditos con tasas muy agresivas y requisitos altos, (existen pequeñas excepciones como el Fondo Emprender). No hay capital semilla, ni redes de ángeles inversionistas, además de que la cultura de la inversión sigue la lógica feudalista, de que el inversor llega para apropiarse de la empresa, con participaciones en rondas iniciales, de mínimo el 50%, convirtiendo al emprendedor en un empleado.

Así que, si bien el ambiente para emprender en Colombia es complicado para la mayoría, para los jóvenes se presentan barreras mucho más altas, y esto se puede percibir fácilmente revisando las edades promedio de los empresarios en Colombia: 45-54 años, de acuerdo a un estudio de Forum Epresarial en 2017. La situación es tan crítica, que la revista Forbes no pudo realizar su conocida sección “30 under 30” donde seleccionan a 30 importantes jóvenes menores de 30 años, en su mayoría empresarios, para destacar sus logros y potencial. En Colombia, la revista tuvo que cambiar esa edición por “30 promesas de los negocios”, en donde el promedio de edad de estas promesas era de 39 años.

Con ese panorama, los jóvenes se dan cuenta que el camino del emprendimiento no es muy diferente al laboral, donde las influencias y la cuna pesan más.

Nota. Caer en un marketing multinivel no es emprendimiento.

2030: No tendremos nada y seremos felices

Puede parecer un slogan de una serie distópica de Netflix, pero en realidad es como se titula el artículo del New York Times, en donde se analizan las conclusiones del foro económico mundial 2020 en Davos, quienes visualizaron, que después de un “Gran Reinicio”, llegará una economía en donde la propiedad privada será un recuerdo (o más bien un privilegio) pero a pesar de ello la sociedad será feliz.

Una declaración totalmente coherente con la realidad de las nuevas generaciones, que, preparadas académicamente, endeudadas y desempleadas, ven como el futuro se vuelve más borroso, y ese sueño de estabilidad es ahora, un espejismo de un mundo que existe solo para las élites envejecidas que nos gobiernan. Cosas como tener finca raíz, o realizar inversiones, son cosa del pasado, pues los ingresos actuales solo permiten una especia de subsistencia, por medio de suscripciones y pagos mensuales.

La “uberización” de la economía es un proceso que ya está en marcha, y que vende miseria con un nombre políticamente correcto: “economía colaborativa”, en donde el ser humano deja de ser el fin del capitalismo y regresa a ser un medio, en una estructura similar a la post-esclavitud, donde se gozaba de una libertad relativa, fuertemente restringida por la pobreza monetaria y la falta de propiedad. Esta pauperización, se nos muestra como progreso, así que ya no tenemos carro, porque existe Uber y apps similares. ¿Para que necesitas tener una finca si existe AirBnB? ¿Una colección de películas? Para eso está Netflix, o Disney +. No tiene sentido acumular vinilos y CDs si con Spotify puedes acceder a cualquier canción en un instante. Con la llegada de servicios como Steam, tener videojuegos en físico es estúpido, e incluso tecnologías como Google Arcadia quieren acabar con la necesidad de una consola. El viejo álbum de fotos se transfirió a Google Fotos, y los discos duros ahora existen en la nube con Drive, Dropbox o Mega (con un cobro mensual por supuesto). Tu emprendimiento no necesita una oficina propia, cuando existe Wework y otras empresas de coworking. En palabras del Foro de Davos, “Cualquier cosa que quieras la podrás alquilar, y te la traerá un dron al instante”.

Suena maravilloso, ¿no?

El problema que hay detrás de esta propuesta, minimalista y anti materialista, es que atenta contra una de las bases de la sociedad moderna: la propiedad privada. El poder poseer algo, es parte de la libertad, y la defensa de esta propiedad, es uno de los motivos por los cuales la violencia no es la ley que determina los poderes económicos y políticos, por lo menos no en su totalidad. Y la verdad es que no dejarán de existir las posesiones materiales, o que se reducirá el consumo de las mismas, sino que estarán en manos de gigantescas corporaciones públicas y privadas, que pueden interferir de una manera desmedida en la economía, cultura y decisiones de la sociedad.

No todo está perdido

Seguramente, este análisis puede parecer crudo, desesperanzador y pesimista, pero la finalidad de este escrito no es declarar que esta generación de jóvenes colombianos está perdida, o destinada a fracasar. Por el contrario, es una mirada cercana y con cifras, a esta generación que ha sido estigmatizada por los medios, las marcas y por sus predecesores. Así tal vez, la puedan comprender mejor y empatizar con su realidad, pues no todo es tan fácil como parece. Ignorar y señalar a los jóvenes, solo amplía la brecha generacional y deja el camino listo para que los populistas puedan capitalizar ese descontento e implantar regímenes totalitarios, de derecha o izquierda.

Y al mismo tiempo, es una llamada a la acción para todos los jóvenes de este país, que al leer esto, ven reflejadas algunas, o todas sus preocupaciones, para que en lugar de quedarnos en el espejismo de “todo tiempo pasado fue mejor”, tomemos la situación en nuestras manos. No somos el futuro, somos el presente y lo estamos dejando escapar. Si bien, nos enfrentamos a una realidad compleja, tenemos que utilizar las herramientas que tenemos: la innovación, el manejo de las tecnologías, la energía, las ganas de cambio y la movilización social, todo en pro de generar un cambio generacional en los poderes económicos y políticos. Así como en el año 1991, los jóvenes colombianos de ese entonces, promovieron un cambio en las bases del país, reescribiendo la constitución, y ahora ellos ocupan las esferas del poder político y económico, es hora de ser los protagonistas de nuestra historia, de crear un país nuevo, de aprender de los errores que nos han dejado nuestros predecesores y reparar el aporreado mundo que nos entregan. Pero no lo lograremos con las mismas técnicas y estrategias. Para reconstruir nuestro lastimado país, es necesario sentar unas nuevas bases, que se ajusten a nuestra realidad, pensar a futuro, proyectar el mundo que le dejaremos a futuras generaciones y definir cuál será nuestro legado.

Porque ya no podemos esperar.

Porque hoy más que nunca, es el momento, es nuestro momento.

Referencias

El 33% de los jóvenes colombianos ni trabaja ni estudia

“Las deudas con el Icetex en ocasiones se triplican”

Esta es la realidad social de los jóvenes en Colombia

Las 30 promesas de los negocios 2020

Por qué los mayores piensan que los jóvenes de hoy en día lo hacen todo peor. Así opera la ‘juvenofobia’ en la crisis del coronavirus?

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