Jacobo está trabado

Jacobo está trabado

"La candela ha besado el papel, fue un beso ardiente. Una bocanada de humo ha escapado a la atmósfera proveniente de los pulmones de Jacobo"

Por: Norvey Echeverry Orozco
noviembre 23, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Jacobo está trabado

Jacobo* tiene 34 años, dos candelas –una de color rojo y otra amarilla–, un casco de moto, una bolsa de cilantro salvaje, –a esta hora, cinco de la tarde, la bolsa está en la mitad de su capacidad, llena estaba a las seis de la mañana–, un escapulario, una libreta –donde escribe canciones de rap– y un vuelo interespacial en otro planeta. Cuando llegué al aeropuerto, pasé por su lado, lo encontré con un bareto en la mano, su tamaño, en un primer momento, me confundió con un tabaco habano, pero no, era un bareto, uno gigante.

Me hice a un lado, unos diez metros, estaba en un lugar en el cual no me alcanzaban las garras del humo ni de la traba, desde allí lo ‘espiaba’, él, como cirujano con bisturí, cortaba las hojas verdes aquellas que sostenía en su mano izquierda. Estaba armando el nuevo viaje, el anterior ya se había esfumado en el cielo. Debo de imaginar que él se siente como cuando irrumpen en el silencio las voces atractivas en las salas de espera de los aeropuertos: “pocos minutos para abordar, pocos segundos para despegar”.

Su lengua rosa el papel de color café que contiene la yerba –es una imagen de esas que uno ve en los bancos, cuando la gente pasa la tarjeta para ser leída. La operación de tijeras está lista –parece un médico cuando sale del quirófano. Jacobo se está frotando las manos, deja en evidencia que está alegre, es feliz. Todo ha salido bien: la Policía no ha llegado a requisarlo, ni ningún chismoso –aparte de este estudiante de periodismo curioso que viene en busca de una entrevista–, ha acercado sus pasos para disminuir la cantidad de consumo que él tendrá en los próximos minutos, de ser así, el vuelo perdería altura y cambiaría de rumbo.

La candela ha besado el papel, fue un beso ardiente. Una bocanada de humo –como el de las fábricas industriales de Itagüí– ha escapado a la atmósfera proveniente de los pulmones de Jacobo. Ahora los roles han cambiado, el que está en la sala de espera soy yo. Bocanada tras bocanada Jacobo coge impulso y se eleva al cielo, como cohete que lleva a Neil Angstrom a la luna. Debo de esperar a que Jacobo termine y me regale una entrevista, entrevista que es incierta, pues él se puede negar, cuando vuelva de su viaje, con un no rotundo.

Los minutos, la tarde, la vida, la yerba y mi paciencia –no sabía que dicho procedimiento duraría tanto– se han consumido. Jacobo está sentado en el asiento de la misma terminal desde donde partió hace pocos minutos. Es la hora de la entrevista. Mis pasos se acercan de nuevo hasta donde él. Lo saludo, le pregunto por la vida y me responde que va de maravilla, seguido de un “¿Sí sabe?”, le respondo que sí. Sin anzuelo ni carnada, me lanzo a pescar en río de peces gigantes, en río desconocido. “Hey, Jacobo, ¿me puedes regalar una entrevista?” –le digo. Él me mira. Cuando doy por seguro que la respuesta será un no, sorprendido, escucho un: “Sí, ¡de una!, ¿de qué?”. Le explico que del consumo, de su vida, de la marihuana. Él, sin colocar perros bravos en la puerta, me deja ingresar a esa vida que pocos conocen y muchos critican: la vida de un hombre que consume marihuana.

Fue en este momento en el que los dos acordamos el nombre de Jacobo para su identidad.

–Jacobo, ¿cuántos años tenías cuándo comenzaste a consumir?

–A los catorce.

–¿Cómo fue?

–Porrrr, yo no sé. Un día estaba en mi casa y detrás del televisor… –hace un paréntesis antes de continuar– mi hermanito, menor que yo, era uno que iba y les llevaba cosas a los soldados, él les hacía los mandados de la marihuana. En ese tiempo, güevón, me encontré un moño detrás del televisor. Ehhh ¿esto qué? –dije. Cogí una hijueputa hoja de cuaderno. Imagínese que no tenía idea de nada. Enrollé todo eso. ¡Una hoja de cuaderno completa llena de marihuana! Sin rascar, sin nada. Así como estaba en la bolsa. Empecé a fumar y a fumar, hijueputa, una cosa miedosa. ¿Sabe qué?... Cuando me acosté, me tuve que agarrar de las barandas de la cama –sus manos imitan la turbulencia de un avión que enfrenta una tempestad–, güevón, sentía que esa cama daba vueltas y vueltas. Miré la cama y estaba volteando pa’ la derecha. Miré el televisor y estaba volteando pa’ la izquierda. Jajajaja, ¿usted se imagina esa traba tan hijueputa?... ¡Y solo!

–¿Qué programa estabas viendo?

–Huy, no, es que no alcanzaba ni a ver, güevón, de lo trabado. ¿Sabe qué sentía en ese momento?... Como una borrachera ni la hijueputa, doble de borracho sin tomar ni un chorro. Me sentía como farro. ¡Qué hijueputa borrachera!

–¿Desde ahí comenzaste a consumir?

–De ahí pa’ acá.

–¿Cuándo fue la próxima vez que consumiste, al cuánto tiempo?

–Por ahí a los veinte días. Un compañero del colegio me convidó, me dijo que fuéramos a fumar, yo le dije que no, que yo no fumaba eso porque uno daba vueltas y quedaba borracho. La primera sí fue amarga, güevón, amarga; fue dolida.

–¿Tu mamá sabe qué vos consumís?

–Sí, mi mamá sabe que yo consumo, pero nunca me ha visto fumando. Me ha pillado cosas en los bolsillos, por ejemplo, bolsas con marihuana. Ella me va a lavar la ropa… Coge los pantalones, que pa’ ir a lavarlos… mentiras, ahí, en ese momento, ya ha sacado el moñito.

–¿Te lo devuelve?

–Noa, lo deja pa’ ella… Lo bota, lo desaparece y no se vuelve a ver.

Los pájaros cantan en los árboles, no se cansan, acompañan –como una orquesta sinfónica–, las risas que brotan del alma feliz de Jacobo.

–¿Ella cuándo se dio cuenta que tú consumías?

–La cucha se dio cuenta que… –repite mi pregunta tratando de comprenderla, y añade–: yo era muy cachorro. Yo no sé, yo estudiaba en la Industrial. Una tarde, cualquier tarde, llegó una profesora, me daba matemáticas, estábamos en clase de inglés. Le pidió permiso al profesor porque me iba a llevar. Me llevaron hasta la sede de la primaria, en carrito y que tales, allá quedaba la coordinación. Cuando entré estaban el cucho y la cucha. Todos me frentiaron: “¿A qué se vuela usted de clase?” –Jacobo se volaba, y no era de clase– “¿Le buscamos cupo en el Liceo?” –dijeron los directivos. Al final me tocó decirles que me volaba a consumir, yo me volaba por eso. Tenía un amigo que consumía –ya está muerto–, el man llegaba, nos encontrábamos en el Liceo, nos íbamos a fumar, a andar las calles y a visitar los colegios. Todo el día en esas, eso era un parche. Entraba a una o dos clases y me volaba. Me encontraba con él a las nueve y media y a andar, andar, andar, iba a almorzar y a seguir andando.

–Han pasado veinte años desde la primera vez que consumiste, ¿vos consumís más hoy?

–Por ejemplo, en un día, yo me trabo dependiendo de lo que haya de moño, ¿cierto? Muchas veces, parce, es como todo, güevón, yo no sé, será gula. Cuando hay bastante se consume bastante, cuando hay poco, se consume poco. A mí me han tocado días, güevón, que con un solo bareto. ¿Cierto? Como me han tocado días que por ahí unos ocho o nueve baretos, pero uno solo no, con otro parcero.

–¿Cuántos has consumido hoy?

–Por ejemplo, hoy… Yo vine ahora más temprano y me fumé un batecito –una pipa. Digamos, en baretos, llevo por ahí unos cinco. En este estado me está bajando el efecto. Si le doy otros dos plones vuelvo a subir de nuevo, güevón.

–¿Cuánto te dura una traba?

–Por ahí una hora, dos horas, depende, güevón. Apenas siento que se está apagando el efecto, otra vez, prenda y fume.

–¿Ahora piensas fumar otra vez?

–Claro. La última, para despedirme de la universidad.

–¿Acá mismo?

–Sí, pero ahora más tarde.

Jacobo se queda sentado sobre el mismo trozo de madera en el que ha estado desde la última hora. Está preparando los insumos para un nuevo despegue, para entrar de nuevo en el quirófano de tijeras, cueros y candelas, según me dijo, el último del día. Me despido de él y me voy alejando como el humo que expulsa su pipa.

*Nombre cambiado por petición de la fuente.

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