Hunter Thompson, el reportero de la Rolling Stone que lo ahogó el alcohol y la cocaína

Hunter Thompson, el reportero de la Rolling Stone que lo ahogó el alcohol y la cocaína

Desayunaba huevos con whisky y dos rayas de cocaína y a  los 77 años, cuando la droga lo bloqueó como escritor, se quitó la cabeza de un balazo

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enero 03, 2021
Hunter Thompson, el reportero de la Rolling Stone que lo ahogó el alcohol y la cocaína

Hunter Thompson, como todos los escritores, tenía su rutina inmodificable como un tatuaje. Se levantaba todos los días a las 3 de la tarde. Mientras se ponía al día con los diarios encendía un cigarrillo y se servía su primer trago de Chivas Regal. A las 3:45, después de dar cuenta de unos huevos revueltos en tocinos sangrantes, se metía dos rayas de cocaína. Y arrancaba a escribir las crónicas más locas y bellamente escritas que hayamos conocido. Nadie fue más salvaje, ni siquiera rockeros de cuero inmortal como su amigo Keith Richards.

Hicieron tres películas sobre su vida, se hizo famoso a los treinta años cuando logró infiltrarse en los Hell’s Angels, los indomables pandilleros revestidos de cuero que andaban en Harley’s Davidson y atemorizaban a los hippies sumergidos en sus sueños lisérgicos. Cuando se dieron cuenta que Thompson estaba recopilando información para hacer un libro sobre ellos, en donde incluso se retrata una violación grupal a una chica, los pandilleros casi lo matan a golpes. Pero Thompson sobrevivió y tomó la celebridad de una estrella de rock. Convirtió a la Rolling Stone, la modesta creación de un jovencito aspirante a editor de nombre Jack Wanner, en biblia de la Contra-Cultura. La libertad que tuvo este periodista se ve reflejada en la obra cumbre del Gonzoperiodismo, género que él mismo creó, con su Pánico y locura en Las Vegas.

Hunter Thompson convirtió a la revista Rolling Stone en biblia de la Contra-Cultura.

El cubrimiento de una competencia de motos en medio del desierto terminó siendo el retrato de una sociedad enferma, decadente, como la norteamericana, el tipo de lugar que hubieran construido si la guerra hubiera sido ganada por los nazis. A pesar de las peleas con su editor, de las habitaciones destruidas en hoteles de Cinco Estrellas en Las Vegas, el reportaje se transformó inmediatamente en clásico y veinte años después en una de las mejores películas sobre drogas que alguien jamás pudo realizar gracias a la adaptación de Terry Guilliam.

La ira la desataba dándole duro al teclado, desocupando botellas y después haciendo una hilera con ellas para disparar las armas que compraba con compulsión. Vivir con Hunter podría ser un suplicio que, en más de una ocasión, terminaba en golpizas, como se lo cuenta su primera esposa, Sondi Wright, que convivió con él entre 1963 y 1980 y fue testigo de cómo se fue hundiendo con la rapidez y estruendosidad de un portaviones. La última gran fase como escritor y periodista de Hunter fue la campaña presidencial que McGovern, candidato demócrata, perdió contra Nixon en 1972. Nunca antes la crónica política fue más delirante, más hermosamente escrita.

Después sólo vendría el abismo de la decadencia. Quedarse en una piscina mientras en el Estadio Nacional de Zaire, Mohamad Alí y George Foreman se rompían la cara en la Mejor Pelea de Todos Los Tiempos, la rumba descontrolada con jovencitas que sólo querían tocar al periodista más rockero de todos, y la ira de la impotencia creativa que se tradujo en decenas de máquinas de escribir destruidas a punta de bate.

Todos los años creían que una de esas combinaciones que acostumbraba a hacer en las noches de bencedrina, coca, LSD y Chivas podría matarlo. Pero no, resistió hasta los 72 años, cuando la ira de un mundo dominado por Bush y su guerra de mierda, además de la incapacidad de que le salieran las palabras, terminó llevándolo a ponerse un rifle debajo del mentón y volarse la cabeza. Una muerte que siempre le envidió a uno de sus fans: Kurt Cobain.

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