Humor insurrecto

Humor insurrecto

Las desafortunadas salidas del presidente han abierto espacios de expresión a una ciudadanía que se siente convocada por los males que se han venido exacerbando

Por: Orlando Ortiz Medina
febrero 01, 2021
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Humor insurrecto

"Así lo querí" fue el gazapo que se le salió al señor presidente Duque en el homenaje que se le rendía al recientemente fallecido ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, a causa del COVID-19.

Más tardó en difundirse la noticia que el comienzo de la nutrida maratón memiática que desde el mismo momento se produjo y a los pocos minutos ya le había dado no sabemos cuántas vueltas a Colombia.

Lo ocurrido es algo que no se puede entender, sino como el reflejo de lo que para muchos colombianos representa el presidente y la manera como están valorando su gestión; el desfogue de humor se concatena con el evento casuístico, en un entorno que claramente se devela hostil a su imagen. Es ello y no otra cosa lo que llevó a que el lapsus terminara siendo la puesta en escena de una improvisada comedia de creación colectiva.

El yerro, como tal, es realmente insignificante, en otras circunstancias y con otro personaje no tendría mayor trascendencia; pero si en este caso dio lugar a que el presidente se convirtiera en rey de burlas, es porque lo que hizo fue actuar como activador de una especie de desahogo o impulso catártico, que bien podría asimilarse a una jornada de movilización social, como la del 21 de noviembre de 2019, por ejemplo.

Bien es sabido que el chiste, la caricatura o la burla a través de la parodia o la comedia han sido siempre un recurso para retar el poder, además de convertirse en un parámetro de medición de las tareas de quien lo ejerce.

Es claro que el descontento social y político que se vislumbra actualmente en Colombia ha encontrado en el humor un cauce ideal; las desafortunadas salidas del presidente lo que han hecho es abrir espacios de expresión a una ciudadanía que se siente convocada por el conjunto de males que en diferentes flancos se han venido exacerbando, y porque no ve en su gobierno la capacidad para identificar alternativas que generen al menos un asomo de solución.

Es cierto, a veces con pesar, que Colombia es un país acostumbrado a recrearse en sus tragedias (es curiosamente una de sus formas de resiliencia), pero las divertidas creaciones memiáticas que se ponen en escena son también un llamado de atención en el que se dan cita una variada gama de actores que, sin ensayos ni coreografías, dan lugar a una representación igualmente dramática, en  tanto evocan el sentir de un momento profundamente angustioso de la vida nacional.

Dos millones doscientas mil personas contagiadas por el COVID-19, más de cincuenta mil fallecidas y un sistema de atención en UCI prácticamente desbordado; sin certeza de cuándo se iniciará el proceso de inmunización, porque de lo único que estamos seguros es de que somos de los últimos países de la fila para acceder a la vacuna; quien desde afuera funge como principal protagonista de esta tragicomedia no ha logrado organizar su libreto, solo se muestra como un cínico improvisador a la hora de presentar las condiciones de negociación y los cronogramas de entrega, no sabemos si ya efectivamente pactados, con los proveedores comerciales o a través del mecanismo Covax.

Lo más seguro es que tengamos que esperar no sabemos cuántas miles más de vidas sacrificadas antes de que se baje el telón, por la incompetencia de quien terminará siendo nada más que un letal verdugo para quienes debemos soportarlo como gobernante. Lo anterior, en un escenario que se complica todavía más con el deplorable inicio del año, que cierra el primer mes con un saldo de veintidós feminicidios, ocho masacres y dieciocho líderes sociales y tres firmantes del acuerdo de paz asesinados.

En este contexto, y en un país que lleva tanto tiempo tratando de superar la violencia y redimir la insurrección armada, bien vale celebrar la fuerza de ese humor insurrecto con que hoy se manifiesta la ciudadanía.

Bienvenido el ingenio y la creatividad como vehículo de expresión de la inconformidad, que la imaginación trascienda desde todos los rincones y en todas las formas posibles y se consolide como una forma más de rechazo a la mediocridad de quienes, vestidos de héroes o salvadores, nos hacen víctimas de sus pantomimas y nos sacrifican con sus artificiosas actuaciones.

Eso sí, que no se llegue al punto de que se opaque la real dimensión de las problemáticas y se convierta en un desvío de la búsqueda de respuestas, que no termine siendo un elemento que paralice o quite fuerza a esa reacción ciudadana que se está acumulando para que se sumen nuevas voces a ese elenco de actores que desde el anonimato se rebela contra el mal hablado bufón de la comedia y su cohorte.

Carecen de razón los que consideran que este azote de creación humorística es una manifestación de indolencia o un irrespeto a la figura del presidente; no es cierto, nada de lo ocurrido se ubica en este plano; más vale que en la tras escena él y sus coristas dimensionen el alcance y significado de estas manifestaciones, y entiendan el llamado de una ciudadanía que, si bien se recrea con su ineptitud, no siente menos sobre sus hombros la gravedad de la tragedia.

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