“He vuelto a abrazar a mi mamá que a sus 83 años recién padece de alzheimer”

“He vuelto a abrazar a mi mamá que a sus 83 años recién padece de alzheimer”

Crónica del guerrillero Gabriel Ángel del regreso a Bogotá junto a Timochenko y el reencuentro con su familia que dejó hace 30 años para ingresar a las Farc

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diciembre 11, 2016
“He vuelto a abrazar a mi mamá que a sus 83 años recién padece de alzheimer”

El guerrillero Gabriel Angel, abogado de la Universidad Nacional dejó su vida profesional para ingresar a las Farc. Formaba parte del círculo del Mono Jojoy cuando el bombardeo en el que éste murió y entró luego a formar parte del equipo de Timoleón Jiménez a quien ha acompañado durante su permanencia en La Habana durante todo este año, hasta la firma final.

Viajó el 20 de noviembre con el Comandante de las Farc desde La Habana, via Barranquilla, en un vuelo de la Cruz Roja, que hizo escala en Barranquilla, a firmar el Acuerdo definitivo. Gabriel Angel relató en su blog el regresó a Bogotá después de 30 años, la permanencia de los comandantes en la Centro religioso San Pedro Claver atendidos por la madre Torcoroma  y su encuentro con su mamá de 83 años quien recién padece alzheimer y con su familia con la que solo había tenido comunicaciones esporádicas. Angel como varios de los guerrilleros se las arreglaron para visitar familiares y amigos que habían dejado de ver hacía décadas, empeño en el que los apoyó la Policía Nacional para garantizar la seguridad. Este es su relato:

 

Ha sido tan agitada la semana última que sólo me atrevería a compararla con los días más difíciles de la guerra, cuando los bombardeos y desembarcos de la tropa enemiga hacían correr desesperadamente las horas, y los días se sucedían tan rápidamente que uno no alcanzaba a retener en el recuerdo de modo ordenado las incidencias que se sobrevenían una tras otra. Hace ocho días nos hallábamos en La Habana y todo se ha sucedido con prisa desbocada.

Se había dicho que la firma del Acuerdo Final estaba pendiente y que sería en los siguientes días, aunque no se sabía con exactitud. Quizás ocho o diez después, el gobierno no parecía muy preocupado por eso. De pronto se supo que al volver el Presidente del exterior había expresado su afán por firmar cuanto antes el documento. Y de acuerdo con la notificación sería en Bogotá el martes siguiente, es decir, el 22 de noviembre, apenas dos días después.

Hubo que hacer maletas con urgencia. Había molestia con la delegación con el gobierno. Por su parquedad en cuanto al acto y su preparación. Por su silencio frente a la arremetida que estaban sufriendo dirigentes y activistas populares en diferentes zonas del país, por el desalojo violento del campamento por la paz en la Plaza de Bolívar. Señales nada estimulantes para ambiente de garantías que debía acompañar la suscripción de un acuerdo definitivo de paz.

El vuelo partió a las 10 y 15 minutos del Lunes 21. Nos informaron que estaríamos en Barranquilla en tres horas y media y así fue. Luego fueron hora y cuarenta minutos hasta Bogotá. El doctor Jaime Avendaño, de la Presidencia, y la UNIPEP, Unidad Policial para la Edificación de la Paz, nos recibieron afablemente en el aeropuerto El Dorado. Los mandos de la Policía procedieron a indicarnos de manera formal y tranquila las instrucciones de rigor para la seguridad.

Hasta aquí nos acompañaron las personalidades garantes, es decir los delegados de los gobiernos de Noruega, Cuba y Colombia, además de los representantes de la Cruz Roja Internacional. Exceptuando a los nacionales, los demás se vieron obligados a los trámites de inmigración. Los funcionarios sonreían a los guerrilleros y cuando por confusión le fue solicitado a alguno el pasaporte, de inmediato brotaron las excusas de rigor, qué pena con usted, señor.

Quizás seamos los únicos colombianos que ingresan al país sin el lleno de ningún requisito. Pronto nos hallamos en los vehículos que nos trasladan al lugar de alojamiento. Vuelvo a ver la calle 26, larga, recta y atestada de vehículos. Nos precede un grupo de motocicletas policiales, al tiempo que otras escoltan la caravana a los lados. Las ventanillas deben ir cubiertas por las cortinas, pero aprovechamos para mirar por entre ellas las edificaciones y la gente en los andenes.

A la entrada del lugar hay retenes policiales impidiendo el paso a vehículos y personas. Nosotros pasamos de largo y entramos al parqueadero de la casa. Se trata de un centro de encuentros religiosos, San Pedro Claver, un sitio muy bonito y acogedor. Allí nos esperan los miembros del Secretariado que ya se hallaban en Bogotá y varios de los integrantes farianos del grupo de monitoreo y verificación que desde hace un tiempo se encuentra en la capital.

El internet de los cuartos entra como un cañón. En el parqueadero los miembros del Secretariado se habían hecho varias fotos con la pared como fondo. En cuanto me acomodo en la alcoba asignada y me conecto a la red, me sorprendo al ver en la página de entrada de Caracol Radio la fotografía que hacía apenas unos minutos antes se habían hecho los jefes. Se lo comento a Timo y sonríe. Toda la prensa registra la llegada de Timoshenko para la firma del Acuerdo Definitivo. (…)

Bogotá es fría, pero chévere, decían las calcomanías adheridas a los vehículos en mis tiempos de estudiante. En esa época había buses del transporte urbano y las avenidas no sólo eran menos sino más estrechas. A todos nos golpea el tremendo frío de la capital, es comprensible, viajamos de La Habana. Vuelvo a sentir opresión en el pecho y dificultad para respirar el aire helado. Había olvidado lo que significaba meterse a una cama con sábanas refrigeradas.

La atención en la casa es excelente. En lo fundamental nos entendemos con la madre Torcoroma y una hermana sencilla y sonriente. De vez en cuando tropezamos con algún sacerdote. Hay una recepcionista, Camila, laica, que se esmera por satisfacer con diligencia la menor de nuestras inquietudes. Un grupo de mujeres se encarga de los servicios de alimentación y aseo. No pueden ser más ágiles y amables. Se trata de empleadas de uniforme, de notoria condición humilde. (…)

Somos varios los que contamos con familia en Bogotá, con la que por razones comprensibles no hemos sostenido contacto durante muchos años. La oportunidad para establecerlo es envidiable. La Policía Nacional nos colabora para los respectivos traslados a diversos rincones de la capital. He vuelto a abrazar a mamá, que a sus 83 años recién padece de Alzheimer. Está viejita, pero es muy linda y sus ojos le brillan con incomparable felicidad al abrazarme y besarme.

De ella y de mi hermana sesentona, muy bella aún también, escucho con disimulado dolor el relato de la muerte de papá, once años atrás. La Negra que me acompaña se enternece viendo las fotografías de la familia tomadas más de treinta años atrás. Sonríe complacida al ver las fotos de mi infancia y juventud. Felicita a mamá por su aspecto. Observo los cuadros con las fotografías de mis viejos cuando jóvenes y hermosos, me cuesta trabajo contener las lágrimas.

En La Habana conocí que había vuelto a ser abuelo. Mi hija menor había alumbrado en Bogotá un niño unas semanas atrás y deliraba porque yo pudiera conocerlo. Para el parto y cuidados posteriores había convidado a su mamá, desde la costa. Apenas saliendo del sitio de hospedaje les avisé que caería por allá. Su sorpresa fue tanta como la dicha compartida. Almuerzo especial y brindis emocionados. Pocas horas para tanta angustia contenida, pero algo es algo.

Encontré también algunos de mis hermanos. Curiosamente todos mayores que yo, pero con muy buen aspecto. Escucho sus historias de vida, sus matrimonios, divorcios y nuevas uniones. Sus hijos profesionales o estudiantes incluso en el extranjero. Una sobrina a la que conocí muy niña, sufrió un cáncer que al fin pudo superar. Es profesional con varias especializaciones. Pero no consigue trabajo, su hoja de vida médica la condena a la indigencia, así es la ley.

Entre una visita y otra se dan también las exploraciones libres por el internet. Y las comidas diarias en el restaurante de la Casa de Encuentros. Una verdadera delicia por la naturaleza de los platos y su sazón. Comida colombiana y bogotana con sabor de hogar. Huevos revueltos, changua, caldo de costilla o carne guisada con arepa al desayuno, se turnan con la bandeja paisa, el ajiaco o la sobrebarriga del almuerzo o la cena. Muchísimos años sin comer así, un sueño.

Pero la política sigue siendo la nota dominante. (…)

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