Hay que atenderle la guerra a Maduro
Opinión

Hay que atenderle la guerra a Maduro

Sorprende ver tanta ingenuidad frente a los desafíos del vecindario, embobados esperando que Maduro tenga la gallardía de “declararnos” la guerra, con un edicto y una trompeta, desde Telesur

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agosto 23, 2020
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La dictadura de Nicolás Maduro viene haciéndonos la guerra desde hace tiempos, sistemáticamente, cobardemente, en las narices del mundo entero, y aquí todos como si nada.

Sí, lo que venimos recibiendo desde Venezuela son actos de guerra, con el carácter hostil, violento y destructor propios de los actos de guerra. Y debe quedar claro que se equivocan en materia gravísima quienes se empeñan en seguir sosteniendo que lo que tenemos es una crisis de relaciones que deberá resolverse en el plano de la diplomacia.

Esta semana pasó sin pena ni gloria la noticia de la compra de misiles por parte de Maduro. Misiles de mediano y largo alcance.

¿Misiles para qué?

Evidentemente ni son de juguete ni son para jugar

Mínimamente deberíamos preguntarnos qué sentido puede tener que un país que atraviesa la peor crisis económica de su historia, en medio de una pandemia que ha desnudado, una vez más, la inhumanidad y la incapacidad de su régimen; un país que prácticamente no tiene con qué comer, que tiene que mandar emisarios corruptos a buscar que les vendan comida a cambio de oro y billetes provenientes del delito, a cuento de qué decide armarse aún más, distrayendo los escasos recursos que debieran priorizarse para la alimentación y la salud; ¿cómo así que se los están gastando en armas?

Lo primero que debemos aclararnos los colombianos es sobre cómo y cuándo comienza una guerra.

Carl Von Klausewitz, en su clásico De la guerra, nos  aclara que las guerras no inician con el primer disparo ni con el primer muerto. Las guerras comienzan por lo que describe como el “sentimiento hostil”, es decir el ánimo de dañar y destruir, ese mismo que se dedica a acariciar la idea de aniquilar al otro, a desbocar sus propias pasiones contra el que considera su enemigo.

Claro está que llega el momento en que ese “sentimiento hostil” se cristaliza y se convierte en actos hostiles, de destrucción y de muerte, en actos de guerra.

A veces uno se sorprende de ver que un país como el nuestro, que ha vivido tantas guerras a lo largo de toda su historia, esté comportándose con tanta ingenuidad frente a los desafíos que recibimos a diario del vecindario. Es como si estuviéramos embobados esperando que Nicolás Maduro pudiera llegar a tener la supuesta gallardía de “declararnos” la guerra, con un edicto y una trompeta, desde su Telesur, ante una eventual decisión suya de atacarnos.

Nada tan ridículo.

En primer término, porque la baja estofa del gobierno venezolano hace imposible que algún día se planteen conservar el mínimo de estatura que debiera de respetarse, aún en la guerra.

Y en segundo lugar, porque la estrategia de Maduro contra Colombia no pasa por lo que se llama una Guerra Convencional, aquella que se declara entre dos o más países, abiertamente hostiles, en la que se enfrentan los Estados con sus respectivos ejércitos, a ver cuál doblega al otro en busca de su rendición.

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La estrategia primera de Maduro ha sido horadar la democracia colombiana a través de proteger, incentivar y financiar grupos delicuenciales y hostiles al Estado

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No. La estrategia primera de Maduro ha consistido en horadar la democracia colombiana a través de proteger, incentivar y financiar grupos delicuenciales y hostiles al Estado que vayan copando territorios de nuestra geografía, ejerciendo control territorial y multiplicando las dimensiones de las economías ilegales sobre las cuales soportan sus apuestas.

Para nadie es un secreto que todo aquel que quiera dedicarse al narcotráfico o a la minería ilegal o al secuestro y la extorsión o al contrabando o a la tala criminal de bosques, puede dar por hecho que tiene un puesto de honor en la mesa de Maduro y un espacio de protección e impunidad. Venezuela se ha convertido en la retaguardia de todas las organizaciones del crimen organizado que opera en Colombia y esto es de una gravedad inconmensurable.

Detengámonos un poco para mejorar nuestra compresión.

Entre los elementos estratégicos más importantes que pueda considerar un actor de cualquier conflicto armado o de cualquiera organización delictiva está la consolidación de una retaguardia segura. En esa retaguardia logran, como primera medida, proteger a los jefes, garantizar que no estén al alcance de quienes los persigue. Así mismo logran resguardar el dinero, los bienes y las armas que acumulan a través de sus actividades. Con la retaguardia logran cosas tan importantes, desde el punto de vista militar, como conservar la tranquilidad para planificar, establecer comunicaciones y reuniones con las diferentes instancias de sus organizaciones, formar militarmente a su gente sin la tensión y los riesgos de hacerlo en campamentos susceptibles de ser atacados, curar y cuidar a los enfermos, proteger a las familias.

Cuando Maduro convirtió a Venezuela en la retaguardia de todas las organizaciones del crimen organizado lo hizo en una clara decisión hostil contra Colombia. Eso es un acto de guerra tanto o más hostil que llegar a bombardearnos la capital o los puentes vehiculares que tenemos sobre el río Magdalena, tal como más de un general venezolano nos lo han amenazado.

Con estos actos de guerra la dictadura vecina nos ha convertido en prácticamente un imposible poder llegar a derrotar a las estructuras criminales.

¿Por qué lo hace Maduro?

Porque el crecimiento exponencial de los grupos armados, el control territorial y la multiplicación de la influencia de las economías ilegales en amplios sectores sociales de la ciudad y del campo constituyen una vulneración constante de la democracia, constituyen la peor amenaza y Maduro sabe que su subsistencia en el poder pasa por acabar con la democracia colombiana.

¿Cómo vulnera la estrategia de Maduro la democracia colombiana?

Pongamos un ejemplo: todos sabemos que el atroz asesinato de líderes sociales y masacres de jóvenes que hemos visto aumentar pavorosamente no responden a ninguna política del gobierno. Tan claro como que no son ni Duque ni su gobierno quienes están mandando a matar a nadie; si alguna responsabilidad les cabe es la responsabilidad política de no haber alcanzado, hasta ahora, la eficacia militar suficiente para derrotar a los grupos que están copando los territorios, asesinando a los líderes y masacrando a los jóvenes.

Sin embargo, los aliados políticos de Maduro en Colombia se han encargado, sistemáticamente, de señalar al gobierno como causante de estos crímenes.

Es algo tan perverso...

¿De qué tamaño es la doble moral de Maduro y sus aliados en Colombia?

¿Cómo es que nadie ha hecho el debate en Colombia para demostrar algo tan claro como que son los aliados ilegales de Maduro los que están asesinando a nuestros líderes y masacrando a nuestros jóvenes?

Esto es tan simple y lógico como que si Maduro convirtió a Venezuela en la retaguardia de todas las organizaciones del crimen organizado que operan en Colombia, entonces el crimen organizado que opera en Colombia es de aliados de Maduro. Y si, como todos lo sabemos, es el crimen organizado el que está asesinando líderes sociales y masacrando a nuestros jóvenes, es entonces, también elemental, entender que quien tiene relación con esta barbarie es Maduro.

No obstante, los aliados políticos de Maduro en Colombia se esmeran en achacarle a Duque y al gobierno y a la fuerza pública los crímenes a fin de oradar la legitimidad, más que del gobierno, de la democracia colombiana.

No hay que olvidar que la sobrevivencia de la dictadura de Maduro pasa por convertir a Colombia en otra ruina como Venezuela.

En ese orden de ideas, cuando la situación política y económica esté aún peor que hoy en Venezuela, ellos tendrán la carta de activar sus misiles contra nosotros con el fin de escalar el nivel de la confrontación en una clara apuesta por distraer su propia crisis interna y para jugársela en convertir a Colombia y a Venezuela, juntos, en su sueño de un territorio en disputa por la supuesta guerra revolucionaria en que ya no cree ni la mamá de ellos.

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