Haití: deuda pendiente
Opinión

Haití: deuda pendiente

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abril 14, 2015
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La Cumbre de las Américas realizada en Panamá hace unos pocos días reitera elementos de un cambio de rumbo en las relaciones entre los países latinoamericanos y caribeños y entre ellos y los Estados Unidos. Son crecientes las afirmaciones de autonomía de estos países al tiempo que se manifiesta el agotamiento político y económico de la primera potencia mundial junto con otros síntomas de la reorganización geopolítica planetaria. La tendencia es apreciable, sin que se pueda desconocer la capacidad de los Estados Unidos para ejercer el dominio de su poder militar en distintas partes del mundo.

En este contexto se hace necesario reconocer el significado histórico y político de Haití para el conjunto de las naciones latinoamericanas. En una época en la que insurgen las demandas de los pueblos por el reconocimiento de sus derechos fundamentales, no puede esquivarse la situación social en la que se encuentra esta nación hermana. Con una población de 10,3 millones de habitantes, según la Organización Mundial de la Salud, el 80 % de ellos se encuentra en condiciones de pobreza, 6,7 millones no logran satisfacer sus necesidades alimentarias básicas  y 1,5 millones pasan hambre, agravios que afectan en particular a la población infantil. El país fue afectado por severos terremotos en 2010, pero estas condiciones resultaron agravadas por el desmantelamiento de sus infraestructuras sociales, condición que configura una constante, implantada por las naciones más poderosas sobre el pueblo haitiano desde poco después de haber ganado su independencia y viene siendo reforzada en el marco de las políticas neoliberales.

Esta historia se remonta a las circunstancias que rodearon a la independencia de Haití, primera república negra y cuna de la abolición de la esclavitud. Los alzamientos, iniciados en 1789 y concluidos en 1804 dieron fin al régimen sobre el cual estaba construida “la mejor colonia del mundo, el orgullo de Francia, y la envidia de todas las demás naciones imperialistas” como la caracterizara C.L.R James en su indispensable relato Los Jacobinos negros. Para lograrlo, los patriotas haitianos debieron construir su propia cultura política  y militar para derrotar el descomunal despliegue representado por las tropas francesas, los blancos establecidos en la colonia y las expediciones enviadas por España e Inglaterra.

De esta primera república negra partiría también el apoyo del presidente Alexandre Petión al libertador Simón Bolívar, gesto que no sería olvidado por las potencias coloniales. Dos décadas más tarde Haití fue nuevamente amenazado por Francia, cuyo gobierno exigió e impuso a la joven nación la indemnización de las pérdidas ocasionadas por la independencia. A esta agresión siguió la primera ocupación militar norteamericana ocurrida en 1915; extendida hasta 1934 fue luego rediseñada con la dictadura de François Duvalier, garante de la dominación norteamericana y de las formas más atroces de violencia política y explotación laboral. Agotado el régimen duvalierista y en medio de persistentes manifestaciones de resistencia popular, en elecciones libres celebradas en 1990 triunfó Jean Bernard Aristide, antiguo sacerdote salesiano; pese al respaldo general de su elección, fue derrocado por un golpe militar. Los gobiernos subsiguientes, ocupados en favorecer a los inversionistas externos no han ganado estabilidad en tanto sus prioridades se agotan en favorecer las inversiones foráneas, sin atender las necesidades básicas de la población. Estas tareas pretendidamente han sido delegadas en agencias de las Naciones Unidas y en un inacabable universo de organizaciones no gubernamentales. Todas ellas, ávidas de recursos, han centrado su gestión en captarlos al tiempo que impulsan el desmantelamiento del ya frágil aparato estatal, siguiendo las recomendaciones del FMI y el Banco Mundial.

El debilitamiento institucional ha magnificado el impacto social de los terremotos ocurridos en 2010; a ellos le siguieron una nueva ocupación militar por parte de los Estados Unidos, la multiplicación de las ONG y finalmente el arribo de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, Minustah. Compuesta por unidades militares de varios países miembros, entre ellos Argentina, Brasil, Uruguay y otras naciones del viejo mundo, ha sido severamente criticada en razón de su naturaleza y su desempeño, adverso al bienestar y la salud del pueblo haitiano. Cabe recordar el señalamiento a las tropas de esta misión por la propagación del cólera a causa del vertimiento de materias fecales en depósitos de agua potable destinada al consumo humano.

Dada la trayectoria histórica del pueblo haitiano no sorprende la insistencia del despliegue militar. Está inscrito en el miedo a su capacidad de resistencia, a su riqueza cultural, proyectado en el escenario de confrontación del Caribe, en donde el mare nostrum del Comando Sur paulatinamente deja su espacio a nuevas fuerzas. Es en este marco en el que Haití podrá asumir las tareas fundamentales de su reconstrucción económica, ambiental y social, apoyado en el respeto y el fortalecimiento de su trayectoria histórica. Estos apoyos no pasan por la imposición de las armas; están más próximos a los proporcionados por las misiones médicas y de recuperación alimentaria provistos por otros países hermanos desde las orillas de la solidaridad. Más cercanos al encuentro que se estaría anunciando como parte de este cambio de época, responderían de alguna manera a la deuda contraída con la sufrida patria de Toussaint L´Ouverture, Jean Jacques Dessalines y Alexandre Pétion, a las Alejandro Carpentier dedicó algunas de sus mejores páginas.

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Expreso mis reconocimientos a los estudios de C.L.R. James, Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití, FCE, México, 2003; Angel Vera “211 años de resistencia anticolonial”, Rebelión.org, febrero 16, 2015

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