Gustavo Petro y Rodolfo Hernández: dos actitudes frente al 'poder'

Gustavo Petro y Rodolfo Hernández: dos actitudes frente al 'poder'

El hoy alcalde de Bucaramanga y el exalcalde de Bogotá difieren en su manera de hacer política ¿Por qué?

Por: Fernando Dorado
marzo 31, 2016
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Gustavo Petro y Rodolfo Hernández: dos actitudes frente al 'poder'
Fotos vía vanguardia.com y amazonaws.com

El alcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández, en entrevista para Caracol Radio,  planteó que su principal tarea, más que hacer obras o repartir puestos, es “restaurar la democracia en Colombia”. Lo traduzco a “construir democracia” porque en este país nunca ha existido efectiva democracia.

Hernández, un “viejo” de 70 años, empresario millonario, pone su lucha contra la corrupción, la politiquería y el clientelismo, como ejemplo para todo el país. Denunció que toda la clase política, empotrada en el concejo municipal de esa ciudad, apoderada de los órganos de control y con apoyo nacional, lo tiene maniatado. Y con todo y ello, obtuvo más del 90% de favorabilidad del pueblo bumangués, convirtiéndose en el primer alcalde de todo el país en ese ranking, de acuerdo a una encuesta contratada por esa cadena radial. Y en esa entrevista se ratificó en lo dicho días antes: “Voy a convertirme en el papa Francisco colombiano para hablar todos los días con los pobres y despertarlos”.

No conocemos la visión de conjunto de éste “outsider” de la política. Llegó a ese cargo de elección popular por un movimiento significativo de ciudadanos que recogieron firmas para poder competir en las elecciones de octubre de 2015, pero con sólo sus palabras se muestra una nueva actitud frente al “poder”. En esa gestión es asesorado por su hermano, quien es una especie de filósofo a lo Estanislao Zuleta y quien lo convenció de que el lema de su campaña fuera hacer política con “lógica, ética y estética”. Es un mensaje diferente. Está enfrentando a toda la clase política sin transar ni un milímetro y por el contrario, le ha dicho al Procurador Regional, que lo puede destituir ya que eso sería una noticia mundial: “Sería un honor que destituyeran al alcalde por no dejar robar”, afirma.

Y cuál es su meta: “Abrirle los ojos al pueblo”. Es decir, él no se ha propuesto como prioridad hacer grandes obras para convertirse en el “salvador supremo” del pueblo y de allí seguir la carrera política. No, no se propone eso. Lo dijo en campaña: “Yo ya estoy muy viejo, no aspiro a nada más que a gobernar sin robar y acabar con la politiquería tradicional”. Y en ese sentido se diferencia –tal vez sin saberlo del todo– de todos los políticos tradicionales de izquierda y de derecha que utilizan los cargos públicos como trampolín para llegar a otros cargos de “mayor importancia”. Claro, hacerlo negaría toda lógica, ética y estética.

Me he propuesto comparar esta actitud del señor Hernández con la asumida por Gustavo Petro como alcalde de Bogotá. No pretendo endiosar al “viejo millonario” ni desprestigiar al dirigente progresista. Se trata de aprender, de reiterar en una idea, de explorar un camino que está planteando éste “filósofo de la política”, que ha aparecido como un resultado inevitable de la descomposición moral en que ha caído la política colombiana (y del mundo).

Tomo como contraparte a Petro porque planteó en una ocasión una consigna similar. Cuando ocurrió la fatídica masacre de los 11 diputados del Valle, él no sólo se deslindó con fuerza y claridad de la guerrilla y de sus actos criminales, sino que planteó con brillantez y valentía lo siguiente: “Acabar la guerrilla por asfixia democrática”. Esa actitud fue muy criticada por sus compañeros del partido PDA, pero él se sostuvo en esa posición.

Después de ganar la consulta interna de su partido, fue candidato a la presidencia obteniendo una importante votación, y de inmediato, denunció públicamente la corrupción del “Cartel de la Contratación” en Bogotá. Así se catapultó para ser elegido como Alcalde de la Capital de la República. Todos imaginamos e hicimos fuerza para que impulsara y desarrollara una gestión político-administrativa del “tamaño de nuestros sueños” –como dirían los militantes del M19–, y que concretara su principal propuesta: “Construir democracia”.

Pero no ocurrió así. Sin demeritar sus esfuerzos individuales para enfrentar el monopolio privado del servicio de recolección de basuras, sus políticas de inclusión social, sus esfuerzos por mejorar los servicios de salud y educación, su visión integral del desarrollo de la ciudad con su idea de la densificación, la adecuación de la ciudad al cambio climático, y la defensa de lo público (que se quedó a medio camino), el alcalde Petro, cuando se vio destituido y bloqueado no sólo por el Procurador sino por el grueso de la clase política, de los poderosos empresarios, grandes dueños de la tierra y de los medios de comunicación, no se apoyó realmente en el pueblo. Falló en lo esencial. ¿Por qué?

Una cosa es convocar al pueblo a la Plaza de Bolívar para defender su derecho a mantenerse en el cargo y otra es apoyarse en la gente. Lo que hoy hace el alcalde de Bucaramanga al decirle al pueblo que es más importante derrotar la politiquería que “tapar unos cuantos huecos”, llamar a la gente del común a tener paciencia frente a la imposibilidad de hacer obras materiales, hacer pedagogía política todos los días, superar la “cultura ciudadana” de Mockus (insípida y timorata), desenmascarar a los corruptos de todos los colores, “sin importar que me maniaten y no pueda hacer nada”. Eso sí es realmente apoyarse en el pueblo. Sin cálculos, con entrega, sin miedos, sin esperar más contraprestación que la reacción de la población para liquidar totalmente la corrupción incrustada en todos los ámbitos de la sociedad. Es hacer política de la buena, en beneficio de toda la sociedad y no sólo de los sectores marginados y “vulnerables”. Es una actitud ciertamente lógica, ética y estética. Y claro, debe ser complementada “desde abajo”, con nuevas formas de democracia.

Lógica, porque de nada sirve que esquivemos el problema con componendas, como hizo Petro para sostenerse en la Alcaldía. Transó con Santos y todo el mundo se dio cuenta. Creyó que aferrándose al “poder” del Estado heredado, era el camino para ser Presidente de la República. Su prioridad no fue construir democracia con el pueblo, fue posicionar su figura como un benefactor del pueblo. La pregunta lógica es… ¿Qué logramos con hacer grandes obras o entregar subsidios a los pobres, como han hecho los gobiernos “progresistas” de América Latina, si paralelamente no logramos que los pueblos derroten plenamente al enemigo principal de la democracia que es la utilización de poder en beneficio personal?

Ética, porque las componendas con los politiqueros nos debilitan moralmente. Permiten el chantaje y la presión. Petro –en verdad– no se atrevió a tocar la esencia de la corrupción que dejaron incrustada en la administración distrital los gobiernos anteriores. Ese es el problema que hoy sufren Lula, Evo y Maduro, y los gobiernos progresistas de América Latina. Además, al enfrentarse como un Robin Hood a los grandes empresarios y mafias capitalinas, sin construir verdadera potencia social, debilitó su escasa fuerza a tal grado, que le tocó engavetar sus planes de recuperar para lo público a TransMilenio, la EEBB, el servicio de aseo, crear el Banco de los Pobres, y ante todo, democratizar las alcaldías menores y romper con las formas de contratación basadas en OPS, ONGs y nóminas paralelas.

Y estética, porque como dice Pablo Iglesias de Podemos (España), debemos defender la belleza de nuestro proyecto político, impedir que se nos quite el “brillo límpido y transparente de nuestra mirada”, realizar en verdad la “política del amor”, ganar a las amplias mayorías de toda la sociedad, enamorar a todos y todas, sin recurrir a “populismos sectoriales”, rechazando el papel de “salvadores supremos”, haciendo de la política un arte y una alternativa bella para el conjunto de la sociedad. No se trata tanto de pintar las paredes de grafitis, se trata de convertir la política en un bello y pedagógico grafiti.

La paradoja está a la vista. Un neófito político muestra el camino mientras el experto dirigente de izquierda parece haber perdido el sendero. Un outsider electoral de 70 años muestra la capacidad de riesgo que el exguerrillero ha guardado. Un “viejo” empresario millonario le propone al pueblo una meta inmaterial mientras el joven progresista se esfuerza en logros tangibles. El capitalista pone a soñar al pueblo para que asuma la responsabilidad del cambio mientras el izquierdista quiere hacer la tarea por él.

De acuerdo a lo expresado por el “filósofo-político” la idea aún está en construcción. Es una iniciativa surgida de la necesidad frente al cerco y bloqueo de los corruptos, un gesto honesto y casi único, una actitud original y auténtica frente a la descomposición de la política colombiana. De esa actitud todos debemos y podemos aprender. Para hacerlo hay que cambiar el “chip” de la política, valorar las actitudes sin hacerse expectativas personales, centrar el objetivo en toda la sociedad y no en los individuos y grupos.

En este caso hay que entender que el “viejo” como ya está bien “viejo”, y él lo sabe, puede ser “suelto” y jugar con la muerte. El que la tiene complicada es el joven que no puede hacerlo porque cree tener claridad. Sin embargo, en el fondo lo que tiene son miedos, afanes, apetitos, que sólo puede resolver acumulando “poder”. Ojalá el experimentado y fogueado senador, ahora exalcalde y veterano político, evalúe su experiencia y aprenda. Le sobra todavía tiempo.

Y las fuerzas democráticas tendremos que colaborar con todos los “filósofos políticos” que ya están apareciendo en todo el país y “desde abajo” ayudar a construir nuevas formas de gobierno, replantear la falta democracia representativa existente, organizar a la vez sus contrapesos, construir democracia directa, desarrollar la deliberativa, redefinir la participativa, y tal vez, estimular para que surjan nuevas formas de democracia que resulten de la aplicación creativa de la lógica, la ética y la estética en el ejercicio de la política.

¡Hagamos el esfuerzo!

 

 

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