Gustavo Petro: ¿en la antesala de un magnicidio?

Gustavo Petro: ¿en la antesala de un magnicidio?

"No pretendo ser ave de mal agüero, y es lo que menos quiero, pero en nuestro país hay una extensa tradición de magnicidios que fueron planificados por la ultraderecha"

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
febrero 15, 2018
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Gustavo Petro: ¿en la antesala de un magnicidio?

Lo han dicho los grandes maestros espirituales desde la antigüedad hasta el presente: el opuesto del amor no es el odio, sino el miedo. Estas dos pasiones conexas detonan un estado de alerta, desconfianza y prevención que casi siempre termina en violencia. Ejemplo: por miedo a perder la carrera, a un competidor desleal se le podría ocurrir sacar con artimañas a su más fuerte contendor. Hoy por hoy, el miedo es el arma favorita que los poderosos emplean mefistofélicamente, a través de los grandes medios de comunicación, para crear zozobra, incertidumbre y a veces pánico. El miedo, en esencia, es nuestro principal enemigo, y de ese endriago se están valiendo en Colombia los detractores de la paz para atacar a los que no compartan sus obcecadas convicciones.

Nunca he podido observar sin sufrimiento la escena en que una jauría rodea a su presa para devorarla, y aunque reconozco la inocencia del instinto animal, me cuesta aceptar esa lógica de la cadena alimenticia. De igual modo, no paso de largo ante una escena similar en el ámbito de lo humano. En el circo de la contienda electoral esa jauría y esa presa tienen nombre: Petro de un lado, y del otro, algunos candidatos a la presidencia y muchos de sus seguidores. Practicar el juego sucio de desprestigiar a un digno rival no es nada nuevo: cuando está en juego el poder, el ingenio humano adquiere ribetes oscuros. Sin embargo, aquéllos que acuden a tan sucias triquiñuelas nos dan una valiosa información: sin decir a viva voz nos dicen con qué clase de escrúpulos van a gobernar el país. No es sino mirar un poco hacia atrás, hay ejemplos por montones.

Empecé con el tema del miedo, porque eso es lo que tienen aquéllos que desprecian a Gustavo Petro: trinan y cacaraquean noche día, pero no con el sonido pacífico y sencillo de las aves, sino con palabras empantanadas por el odio y las infamias. Da tristeza que algunos ilustres ventrílocuos, transfigurados en viles palaciegos, se presten como instrumentos al uso de esos directores de orquesta que dirigen la sinfonía de la discordia. Los violentos agitadores de la masa en bruto (o bruta), con sus mentiras y mensajes de odio y de miedo, están propiciando una atmósfera enrarecida, y esa atmósfera siempre ha antecedido a los magnicidios, después de los cuales los cementerios de Colombia se han engordado con decenas de miles de cadáveres. Sucedió en 1948 luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y en 1989 cuando acribillaron a Luis Carlos Galán. No pretendo ser ave de mal agüero, y es lo que menos quiero, pero en nuestro país hay una extensa tradición de magnicidios que fueron planificados por la ultraderecha. Dios no lo permita, y que más bien los deslenguados e irresponsables entren en razón: estamos a tiempo para el bien de nuestros hijos y la tranquilidad de las futuras generaciones. Aclaro, eso sí, que en asuntos de política, los seguidores enceguecidos y apasionados de todos los candidatos y de todas las latitudes caen en aspavientos e insensateces.

Para decepción, quizás, de muchos no tengo filiación política, y aún no sé si me anime a acudir a las urnas en las próximas elecciones. Aunque tanta persecución contra Petro hace que cada vez le tome más simpatía, sobre todo porque responde con mesura y serenidad a tantos improperios. Sólo quiero un país en paz, y una contienda electoral limpia y sin apasionamientos sangrientos. Y, ya que inicié con el tema del miedo termino con él: ese bichito a mí no me toca, muy a pesar de los maltratos verbales que he recibido en redes sociales en las que se me cataloga hasta de guerrillero (un insulto de moda) por mi manera de pensar y de expresarme en mis columnas de opinión. Cuando uno no le debe favores a nadie, ni los espera de nadie, ni trabaja para ninguna élite, lo que brilla es la imparcialidad. Desafortunadamente, eso no lo alcanzan a comprender los que se alimentan de intolerancias y fanatismos insulsos. A los inicuos que ignoran mi pasado, les cuento que tanto la extrema derecha como la extrema izquierda me hicieron mucho daño, y por eso a ambas las detesto. Y no tengo miedo por una razón suprema: los muertos no sufren de miedo. A mí me mataron muchas veces, como dice un estribillo de la canción Como la Cigarra que interpreta Mercedes Sosa. Mi primera muerte aconteció siendo un niño (en otro artículo hablé de ello); luego me remataron cuando en el marco de esta guerra absurda, que algunos quieren perpetuar, asesinaron tres seres que amaba, quizás más que a mi vida. Espiritualmente si soy un guerrero, por eso, para resucitar y darle un sentido a mi vida, seguiré escribiendo, o cantando como la cigarra.

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