En la historia política de Colombia, pocos nombres han resistido tanto como el de Germán Vargas Lleras. En un país donde el oportunismo es la norma y la memoria es efímera, Vargas Lleras ha construido una trayectoria que desafía la lógica de la derrota. Sobrevivió a la violencia, enfrentó las sombras del poder y se ha mantenido en la primera línea del debate nacional, sin que las bombas ni las traiciones lo hicieran claudicar. Su resiliencia no es solo física, sino política. En él podría hallarse la antítesis del populismo y el pragmatismo que el país necesita.
La marca del fuego
En 2005, una bomba puesta por las FARC casi lo mata. La imagen de un Vargas Lleras con su mano vendada, imperturbable, se convirtió en un símbolo de resistencia. No se exilió, no negoció su dignidad ni bajó la cabeza. Al contrario, reforzó su discurso de seguridad, insistió en el fortalecimiento del Estado y fue clave en la articulación de la política de seguridad democrática. Esa resiliencia, que lo distingue de tantos otros líderes que han doblado la rodilla ante la violencia, lo proyecta como un hombre que no se deja doblegar.
El arquitecto del desarrollo
Desde la Vicepresidencia, Vargas Lleras dirigió una de las mayores transformaciones en infraestructura en la historia reciente del país. Las autopistas de cuarta generación, la modernización de aeropuertos y los avances en vivienda fueron su legado tangible. Mientras otros prometían revoluciones ideológicas, él construía sobre asfalto y concreto, demostrando que el desarrollo no es un discurso, sino una obra ejecutada.
Esa capacidad ejecutiva, en tiempos donde la política se ha convertido en un teatro de vanidades y discursos vacíos, lo posiciona como una opción realista frente al desgaste del actual gobierno y sus apuestas ideologizadas. Porque mientras unos llenan plazas con promesas, Vargas Lleras llena ciudades con progreso.
Thatcher y Vargas Lleras: el pragmatismo del poder
Al igual que Margaret Thatcher, Vargas Lleras ha demostrado que el liderazgo político no se basa en complacer a las masas con discursos populistas, sino en tomar decisiones firmes, aunque sean impopulares. Thatcher, conocida como la “Dama de Hierro”, gobernó con la convicción de que el Estado debía ser fuerte en seguridad, pero limitado en su intervención económica. Vargas Lleras ha seguido una línea similar: apuesta por la seguridad, la inversión en infraestructura y el fortalecimiento de la empresa privada como motor del desarrollo.
Así como Thatcher enfrentó huelgas y desafíos con determinación, sin ceder ante presiones políticas, Vargas Lleras ha sabido mantenerse en pie pese a los ataques y traiciones dentro del juego político colombiano. Su estilo directo, su disciplina en la gestión y su enfoque en resultados recuerdan a la ex primera ministra británica, cuya visión transformó el Reino Unido.
¿Una opción para la crisis política?
Colombia enfrenta una crisis de gobernabilidad, donde la improvisación, el mesianismo y la narrativa de la confrontación han minado la confianza en las instituciones. La izquierda, con su discurso de lucha de clases y su populismo económico, ha demostrado ser más hábil para la protesta que para la gestión. Vargas Lleras representa lo contrario: la disciplina del orden, la estabilidad del conocimiento técnico y la certeza de la ejecución.
Eso no quiere decir que esté exento de críticas. Su cercanía con las élites económicas y su estilo duro han sido objeto de cuestionamientos legítimos. Pero ni siquiera sus críticos más acérrimos pueden negar su capacidad de ejecución, ni su conocimiento profundo del aparato estatal.
Si Colombia busca una alternativa al desgobierno y al péndulo de promesas irrealizables, tal vez no deba mirar hacia nuevos salvadores ni discursos radicales. Tal vez la respuesta esté en un hombre que ha demostrado que se puede levantar después de cada embate, que entiende el Estado y que, por encima de todo, no se rinde.
En un país donde muchos prometen, Vargas Lleras simplemente construye.
El futuro de la oposición —y del país— aún está por escribirse. Y en esa página, él todavía tiene algo que decir.
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