Gente de té, gente de café y sus adicciones
Opinión

Gente de té, gente de café y sus adicciones

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junio 05, 2015
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Hay gente de perro, gente de gato y gente a quienes no le gustan los perros ni los gatos ni la misma gente.  Pero a todos nos gusta separar el género humano en grupos y categorías. Mientras sea solo una distracción y no conduzca a racismos o fascismos podemos permitirnos el juego. Y juego filosófico es. Borges mismo escribió que los seres humanos nacen platónicos o aristotélicos (Otras Inquisiciones) y la distinción borgiana tomada de Coleridge aclara pedagógicamente esas dos perspectivas fundamentales del mundo.

Podemos entonces separar también las personas entre quienes toman té o café.  Ahora un filósofo le ha mezclado ciencia y filosofía a esta clasificación en “Lo que el café dice sobre su mente” (What coffee says about your mind, BBC, 22 de mayo, 2015). Por supuesto la relación entre el café el arte, la literatura y el filosofar no es nueva. Luego de las restricciones y prohibiciones a la revolucionaria bebida en el siglo XVII la primera obra maestra que rinde alabanza al café es la Kaffe cantate BWV.211 (1734) de J.S.Bach cuya primera aria de la soprano dice: “Café, café necesito tenerlo/y quien quiera complacerme/que me regale café”. Bella expresión de adicción a la cafeína. Sabemos que a esta adicción debemos gran parte de la Comedia Humana de Balzac quien escribió un ensayo titulado Los placeres y dolores del café al final de su vidadespués de beber muchas demitasses al día (5 diarias sería el máximo permitido hoy, EFSA Journal 2015;13(5):4102)

Pero el profesor David Berman de Dublín le ha puesto más bemoles, podríamos decir, a la meditación sobre el café.  Afirma que entre todos los muchos componentes del café hay uno el cafeol, menos del 0.5 % del grano, que lo define para nuestro gusto y olfato como café.  Efectivamente esta sustancia es una esencia oleosa, un “principio” pardo oscuro, volátil, aromático que se produce durante la torrefacción del grano y determina para nuestra percepción sensorial lo que llamamos café.   El cafeol sería la sustancia primera, la ousía según Aristóteles, del café.  Todo lo demás serían accidentes (el color, la acidez, otros gustos y aromas) que nos permiten catarlo como gusta de hacerlo el filósofo Berman.

El té por el contrario carece de una única sustancia química que lo defina. Los diversos tés son distintas y sutiles mezclas de varios componentes químicos. Podría ser que el tomar té es mejor apreciado en una cultura que privilegia lo complementario como el Yin-Yang de la filosofía china que no son dos principios ni esencias sino qualia, cualidades. O en un pensamiento budista con la primordial doctrina de Anattavada que significa ser o existir sin alma como un transitorio conjunto de impresiones y sensaciones que sufre (Dukkha, la primera Gran Verdad budista) al desear. Esto explica por qué un occidental usualmente no comprende la ceremonia del té japonesa y solo le interesa saber que tipo de té es, si es saludable, cuánto cuesta o se escandaliza del astronómico precio de un cuenco de té japonés legítimo.

Ahora, ambas bebidas tienen cafeína y ese alcaloide psicoactivo es adictivo para nuestro cerebro. Lo que me lleva a una consideración interesante sobre nuestros hábitos y adicciones. La leyenda cuenta que un pastor etíope observó a sus cabras saltar contentas y eso fue lo que llevó al descubrimiento del café. Las cabras habían ingerido unas bayas rojas no porque quisieran una excitación placentera sino porque les llamó la atención las lindas y brillantes cerezas del cafeto. Luego las cabras, el pastor etíope y gran parte de la humanidad quedamos adictos a ese curioso grano y el despertar de la mente que produce. Así es nuestro cerebro: una cierta cualidad atrae nuestra curiosidad y nos enamora, otra molécula escondida tras ella nos esclaviza y vuelve adictos. Por eso, cuidado, el cerebro es el órgano humano más peligroso, una gran trampa de adicciones buenas, inofensivas o malas.

El mismo amor es así aunque muy frecuentemente nos destroce el corazón al final. Otras veces salimos ilesos y aprendidos, ¿no? ¿Quién no recuerda aquel detallito al mismo inicio de nuestros romances: una risa o solo unos dientes, una voz, una manera de caminar, un olor a Paraíso? Y la adicción al otro es la serpiente en el Edén.

En el caso del café nos enamora el cafeol según Berman. Nos engaña desde el comienzo porque creemos que es un sabor siendo solo un volátil olor. Quedamos diciendo como Jorge Manrique en Las coplas por la muerte de su padre:

¿Qué se ficieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?

La gente que gusta del té, los que gustan del café, los que gustan del agua de Vichy o del agua pura de nuestras montañas todos tenemos adicciones. Debemos conocerlas, reconocerlas y controlarlas.

 

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