Fanáticos de allá y aquí, y el daño que causan
Opinión

Fanáticos de allá y aquí, y el daño que causan

Vuelve a confirmarse que los extremos se juntan. Al final, los fanatismos sirven siempre a lo que dicen combatir

Por:
marzo 31, 2023
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Cada día me parece más repudiable el fanatismo.  Ese creer ciegamente, contra toda evidencia racional, en una idea fija, sagrada, imbatible, por la cual sacrificar sin límites cualquier cosa, incluidos la tranquilidad, el respeto, la integridad o la vida de los demás, a quienes se puede odiar, pisotear, despreciar y violentar de las más diversas maneras, sólo porque no comparten la misma fe o se atreven a contradecirla. El fanatismo es demencia, ausencia de humanidad.

Solemos ubicarlo en tierras y culturas lejanas, como cuando ante los aterrados ojos de la comunidad mundial, luego de la independencia de la India, se mataron entre sí con sevicia musulmanes e hindúes, sin que la poderosa autoridad moral del Mahatma Gandhi consiguiera detener semejante locura. O en Ruanda, en África, cuando hace casi tres décadas los hutus persiguieron, cazaron y despedazaron a casi un millón de sus compatriotas tutsis en cien días.

Semejantes expresiones espantan por el grado de irracionalidad y crueldad de quienes las ejecutan, motivados por razones religiosas, raciales, políticas o las que sean. Los nazis, en Alemania y varios países europeos, en conjunto con los fascistas de Italia, practicaron el aplastamiento físico, la humillación, la tortura y las más diversas variedades del crimen, contra quienes se opusieron a sus propósitos o consideraron seres inferiores por razones de raza o creencias.

Manifestaciones como el fundamentalismo religioso islámico resultan incomprensibles para quien no haga parte de tales extremos. Eso de cargarse en el propio cuerpo, bajo las ropas, kilos de fuerte explosivo, para ingresar a una mezquita e inmolarse, con el fin de cobrar la vida a decenas de mujeres, hombres y niños completamente inocentes, es realmente aterrador. Nadie, sea cual sea la causa que invoque, se encuentra legitimado para obrar de ese modo.

Si alguna etnia indígena alegara que toda la tierra americana es suya, porque fueron sus primeros habitantes, despojados hace quinientos años por los conquistadores españoles, y por tanto se armara y atentara contra los millones que considerara invasores de sus tierras, agrediendo, matando y desplazando a centenares de miles por esa causa, seguramente obtendría el rechazo generalizado de la sociedad actual, que los consideraría fanáticos.

Eso hizo el sionismo contra Palestina, con el agravante de que salida del pueblo de Israel de esa tierra sucedió hace dos mil años. Por las redes pueden seguirse las barbaridades diarias cometidos por tropas israelíes, animadas por dirigentes que sueñan con ansiedad deshacerse de una vez por todas de un pueblo histórico al que odian. Lo más grave es que todo fanatismo genera respuestas, a veces desesperadas, que alimentan aún más la furia de los fanáticos.

Israel cuenta con el aval de los Estados Unidos, a quien le interesa por encima de todo, desde los tiempos de la guerra fría, contar con un aliado firme en oriente medio. No voy a hacer la historia de eso, que muchos, cada vez menos, conocen. Las votaciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas en contra de Israel cada año, demuestran la justicia de la causa palestina, pese a lo cual ninguna gran cadena informativa convierte esa tragedia en insoportable horror.

Son fanatismos grandes, que pueden denominar terrorismo, a conveniencia del poder dominante. Pero hay fanatismos menores, con consecuencias igualmente repudiables, como ese de los seguidores de un equipo de fútbol que rodean, golpean y acuchillan a los hinchas del contrario. O el fanatismo de los racistas, que no disimulan su resentimiento contra una vicepresidenta negra. O el de quienes se ofenden a morir cuando ven pasar a un homosexual en la calle.

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Hay también fanatismos del otro lado, como los que amenazan de muerte a los firmantes de paz si no abandonan sus espacios de reincorporación. Las razones de sus comunicados producen nauseas

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En Colombia sufrimos especialmente del fanatismo de sectores ultramontanos contra los que quieren la paz. Sus trinos, diarias declaraciones y publicaciones groseras alcanzan niveles delincuenciales, sin que pase nada. Poderosos intereses los protegen. Pero hay también fanatismos del otro lado, como los que amenazan de muerte a los firmantes de paz si no abandonan sus espacios de reincorporación. Las razones de sus comunicados producen nauseas.

“Fue una exigencia que les hicimos por su dudoso comportamiento”, afirma el autodenominado Estado Mayor Central. Reconocen que la cumplirían, si no fuera por la reunión acordada con el gobierno. Creen que pueden desplazar y asesinar a otros, fanatismo delirante. Como empieza a parecer el discurso del ELN. Les guste o no, la elección de Petro derrumbó las proclamas de Camilo Torres. Las luchas populares, incluido el Acuerdo de La Habana, precipitaron las vías legales.

Sólo el fanatismo justifica hoy los atentados contra oleoductos y asaltos a bases militares, más si se profesa la defensa del ambiente y se tienen abiertos diálogos de paz, con un gobierno elegido por su pueblo, enfrentado además a la oligarquía tradicional por profundas reformas, invocando el apoyo de ese pueblo en las calles. Los extremos se juntan, vuelve a confirmarse. Al final, los fanatismos sirven siempre a lo que dicen combatir.

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