Falcao le pone su rodilla izquierda a Dios

Falcao le pone su rodilla izquierda a Dios

A los 20 años cuando jugaba en River, tuvo una lesión similar y según el libro El tigre de Dios, al colombiano lo recuperó no solo la cirugía sino las oraciones de la Iglesia evangélica.

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enero 23, 2014
Falcao le pone su rodilla izquierda a Dios

“Lo imposible para los hombres es posible para Dios” esta frase ha acompañado a Falcao toda la vida. Es evangélico por eso a su lado siempre han estado distintos pastores y en Colombia la iglesia La casa sobre la roca del pastor Darío Silva ha sido su apoyo. En las tres dificultades físicas que ha tenido, el goleador de  la Selección Colombia siempre ha salido adelante según lo relata el libro 'El Tigre de Dios', por su fe y las cadenas de oración. A los veinte años cuando jugaba en el River Plate tuvo una lesión de rotura de ligamento cruzado de la rodilla derecha,  parecida a la que lo puede tener, según los pronósticos médicos por fuera del Mundial de Brasil. También se ha lesionado el  tobillo y  la pubalgia, y en todas las ocasiones, según el relato la fé, ha cumplido un rol fundamental en su recuparación. Esta vez, no será distinto.

Falcao Lesión Mónaco

Momento en que Falcao se lesiona jugando con el Monaco

El sábado será operado por el cirujano José Carlos Noronha pero más allá del tratamiento médico Falcao se aferrará a la biblia en compañía de su esposa Lorelei Tarón. Empezarán una cadena de oración en la iglesia evangélica para intentar reducir el plazo de la recuperación de manera que Falcao pueda estar en las canchas brasileras. El periodista español Javier Herrera le ha seguido los pasos al colombiano y por eso narra en su libro el peso que ha tenido la fe en su vida. Este capítulo cuenta los detalles de lo ocurrido cuando se lesionó en la primera práctica con el director técnico Daniel Passarella en el 2006.

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Capítulo del libro de Javier Herrara (PDF)

 

PRIMERAS LESIONES:

LA TENTACIÓN DEL DEMONIO

La peor amenaza para un futbolista  son las lesiones. Para Falcao, en clave cristiana, van a suponer tres pruebas tenaces en diferentes momentos de su formación como jugador: la pubalgia, el tobillo y la temible rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha. Estas lesiones serán tres travesías en el desierto,  las dos primeras  en su delicada etapa de formación  en inferiores  y la tercera  en el peor momento, pues corta de cuajo su consolidación como titular de la Primera, además sobre su pierna buena. En este período  de graves lesiones, las tentaciones  de la derrota,  el abandono, el regreso  a Colombia invaden su mente. Había mucho ángel en Falcao como para que la derrota  prosperara. No lo hará. Años después lo reco- nocerá: “El comienzo fue duro. Sufrí muchas lesiones, pero aguan- té por la fe en Jesucristo”. En todos esos momentos de tribulación, pide oración a los pastores de Rey Jesús para que desaparezcan  las causas que hubieran  podido  originar dichas lesiones. Está dispues- to a poner todo de su parte y a no salirse del camino correcto.  Una cita bíblica presente en el salón de reuniones  aledaño a la iglesia le recuerda la consejería que recibe: “Yo soy el Camino,  la Verdad y la Vida” (Juan 14:6). Su crecimiento  espiritual dentro  de Rey Jesús es la mayor garantía contra  los malos momentos. Las oraciones y el apoyo recibido logran que el hijo pueda sobreponerse a la triste- za y el sufrimiento que lo aflige por varios motivos.

El gran respaldo  de los miembros  de la iglesia, junto  con las palabras  de ánimo de su madre,  quien le cita el libro  del profeta Isaías, le ayudan  a superar  una pubalgia que lo llevó al quirófano y lo tuvo postrado en cama con los pies estirados. La pubalgia es una lesión más traicionera  de lo que aparenta;  de ahí que la ope- ración siempre  será la mejor  solución.  La intervención  la llevó a cabo  el doctor  Pepe Seveso, médico  de confianza  que trabajaba para la Primera de River, siguiendo la estela de don Luis Seveso, su papá, quien había sido médico de la institución y quien fallecería en 2011, tras lo que recibiría los honores de la hinchada de Núñez. La recuperación es muy lenta; la edad del lesionado, muy corta; las tentaciones  de tirar la toalla, muy frecuentes.  Falcao, todavía Fal- caíto en esencia, un buen niño amante de Jesús, llora desconsolado; es un joven madurado a la fuerza de los acontecimientos, alguien consciente  de no haber tenido  una infancia como la de cualquier otro niño. Su mundo  y sus sueños se derrumban en tierra extraña. Se convierte  en un alma vulnerable  para el enemigo, alguien que evoca su frustración y se sume en la desolación; tanto  viaje, tanto entrenar  para que le ocurra esto, repetía en su profundo quebran- to. Se establece la eterna  lucha del bien contra  el mal, de la luz frente a las tinieblas. Los meses pasan, se cumple más de un año sin poder jugar; la luz se apaga, se plantea entre el desconsuelo  de sus lágrimas si merece la pena el sacrificio de tener lejos a su familia y su tierra, hace balanzas imaginarias para pesar lo bueno y lo malo, y esto último inclina el peso. Había  perdido  el hilo de su progre- sión, había  perdido  su infancia y estaba empezando a perder  la juventud,  y nada tenía sentido.

Se aferró a una de las citas bíblicas que le habían dado: “Por- que te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No  temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41: 9-10). Sintió una gran plenitud al ver que aquello se cumplió. Se recuperó  y volvió a jugar con las Inferiores de River. Pero hubo más. El enemigo no se iba a rendir tan fácil.

Por  aquella época ya había llegado a La Pensión  Lenin  An- drés, el paisano  que jugaría en la Reserva y se convertiría  en un gran apoyo,  compartiendo habitación  así como  buenos  y malos momentos. Uno de los malos estaba por llegar. En el verano euro- peo de 2003, Colombia se disponía a disputar el mundial de la cate- goría Sub 17 en Finlandia, entre el 13 y el 30 de agosto de ese año. Falcao estaba a esas alturas siguiendo una progresión  espectacular en las categorías  inferiores  de River Plate y jugaba con la Sexta División, dirigida por Jorge Theiler, después de dos años y medio de residencia en la ciudad de Buenos Aires. Desde que comenzó  a jugar en la selección Bogotá y fuera requerido para la Sub 17, pre- cisamente en las vísperas de su emigración al sur del continente, era un fijo de la selección Colombia. Ahora tenía una ilusión enorme: un Mundial  de la FIFA  en toda regla, poder  defender  el escudo, toda una bendición  por la que oraba y agradecía constantemente. Contaba los días que faltaban para ir a Ezeiza a coger el avión que lo acercara a ese nuevo  sueño,  pero  el destino  le tenía guardada una desagradable  sorpresa.  Justo en la víspera, en pleno invierno porteño, un partido entre semana. Su viaje estaba programado para el día jueves, pero el día anterior, el miércoles, lo requieren para ju- gar ante el asombro  del resto de pibes. Primera jugada del partido. No  ha hecho sino comenzar;  saque de centro,  la pelota va a parar al defensor, este mete un pelotazo  largo, Falcao salta a disputar  el balón, y al caer, una maldición.  Un grito de dolor;  ni un minuto de juego y se había roto el ligamento del tobillo. No podía creerlo; eso no podía estar sucediéndole a él. Un diagnóstico  de quirófano, un mundo que se derrumba a sus pies. Quedó física y anímicamen- te vuelto nada. Todos se vuelcan con él para tratar de recuperarlo, especialmente su técnico, consciente de la profunda depresión  que afectaba a su pupilo  y del riesgo de estas lesiones en la delicada progresión  en busca del fútbol  profesional.  ¡Cuántos jóvenes de infinito talento se quedan sin llegar a la cumbre por imponderables que se cruzan en el camino!

Es un  momento grave. El jugador  sabe que  mucho  tiempo fuera de la cancha significará que el resto de sus compañeros to- men una ventaja sustancial sobre él, y otra vez empieza  a dudar. Contempla con tristeza  cómo  en la primera  semana de septiem- bre de ese año 2003 se perderá  otro  gran clásico de inferiores  de la Sexta División,  un clásico al que Boca llegó con la baja de seis jugadores que sí fueron al Mundial Sub 17, donde sobresalían Luis Escalada, Fernando Gago y Ariel Colzera.  River, además de Fal- cao, tampoco  contaba con otro lesionado, Marzoratti. Después de un satisfactorio posoperatorio, el jugador viaja a Bogotá para con- tinuar la recuperación junto a su familia. La gran amistad de Rada- mel García con Arturo Boyacá, entonces director  técnico de Santa Fe, permite  que Falcao visite las instalaciones  del Centro de Alto Rendimiento del club cardenal  para seguir con su recuperación. Boyacá quedó  asombrado por  el don  de persona  que desprende el hijo de su amigo, del que advierte, aparte de la caballerosidad, una gran profesionalidad que le augura un gran futuro  en River si supera su lesión. Hablan  de fútbol,  de cómo le va por Argentina. Todos quieren conocer detalles. Él responde que lo más novedoso respecto a Colombia es que los ponen a correr como caballos todo el tiempo  y que le habían cambiado la dieta y los horarios,  de ahí que a veces tuviera que mirar el reloj y salir en busca de un lácteo o el alimento de turno  donde fuera.

Colombia hizo un excelente papel en Finlandia; llegó a semifi- nales junto a potencias como Brasil, Argentina  y España. Tras caer en semifinales con Brasil, jugó por el tercer puesto  precisamente con Argentina,  donde  competían  algunos de los compañeros del gran ausente. La albiceleste venció en la tanda de penaltis.  Nun- ca podrá  saberse si ese brillante  cuarto  puesto  se hubiera  podido incluso mejorar para Colombia con los goles de Falcao. Lo que sí mejoró,  para curarse  definitivamente, fue su tobillo.  La vida seguía. Tras mucho  llanto, angustia e impotencia,  la gloria de Dios empieza a ejercer su fuerza para levantar nuevamente al hijo caído. Supera poco  a poco  la prueba,  se aferra a la fe que lo distinguía del resto; cuando  los hombres  creen que hay pocas posibilidades de que las cosas sucedan, Dios recompensa  a quienes creen en lo imposible, a los que van de su mano. Los pensamientos cambian de cariz gracias a su oración constante; se convence de que es parte de la lucha, de que toca seguir adelante y vencer, hacer que valiera la pena haber sacrificado tanto. El diablo fue nuevamente derrotado, aunque tampoco  se dio por vencido.

De regreso a la actividad futbolística,  el líder de los Atletas de Cristo  vuelve a la rutina de erigirse también  en líder espiritual  del equipo;  son  frecuentes  las oraciones  que  improvisa  antes  de los partidos.  Algunos se preguntan de dónde procede aquella facilidad verbal para entrar en comunicación con Dios y, al tiempo, motivar al resto de sus compañeros. Otros seguían mirándolo como un ex- traño y no faltaba quien apenas si ocultaba el asombro con una son- risa. A Falcao no le importaba. El agradecimiento constante  que le da a Dios por su bendición de recuperarlo incluye a varias personas que retiene en su memoria, entre ellas Jorge Theiler, el técnico que le dio la mano en aquellos momentos tan terribles  de las lesiones en inferiores.  Más adelante,  cuando  ya había logrado  debutar  en Primera y Jorge dirigía a Instituto, fue a buscarlo un día al vestuario para regalarle una camiseta del primer equipo como gesto de agra- decimiento. Fue la camiseta que vistió en un partido en el que River Plate, dirigido por el Mostaza Merlo, se impuso 1-4 en Córdoba.

A pesar de las lesiones, la gente de River tiene una gran con- fianza en el futuro  de Falcao, que siempre aparece citado en todos los pronósticos. En la primera semana de enero, recién comenzado el año 2004, el coordinador del fútbol  amateur  de las categorías inferiores de River Plate, Rubén Rossi, mantenía una conversación con un periodista  respecto  a los jugadores  que, según él, podrían cuajar. “No  me atrevo a adelantar un equipo, pero sí puedo nombrar a algunos. El caso más inmediato  es el de Matías Abelairas. Si voy atrás, veo a un cinco como Marzoratti o al delantero  colom- biano Radamel Falcao García. Bajando más, está el chico Villalba, Buonanotte y Depetris para la creación, Sciorilli y Lizio en la zona del medio”.

Falcao da el salto al segundo equipo, siendo ya en esos albores del 2004 una de las grandes promesas  del club. Leonardo Astra- da es el técnico de un River que se preparaba  para el Clausura  en Mendoza,  un torneo  que acabaría conquistando. El Negro  llama a varios jugadores  de la Reserva para hacer la pretemporada con los profesionales  y eso provoca  un hueco a los juveniles más so- bresalientes para engrosar la pretemporada de la Reserva e incluso jugar, el 30 de enero, un amistoso en Panamá. En el primer equipo hay muchos futbolistas  llegados de las inferiores, y están también las grandes estrellas consagradas, espejo para los que vienen detrás: Ferreyra, Cavenaghi, Marcelo Salas, Mascherano, Daniel Ludueña, Ayala o Gallardo, entre otros. Radamel y sus compañeros trabajan de ese modo  en la ciudad de Mar de Plata a las órdenes  de Jorge Ghiso y Héctor Pitarch. Son un total de 22 jugadores divididos en dos grupos  definidos:  los de más experiencia en el equipo,  como Argüello, Diego Suárez, Klein, Kruchowsky, Nasuti y Coudannes, y los recién subidos de los juveniles, donde hay cuatro destacados por los técnicos como Marzoratti, volante central, Diego Bogado, lateral derecho,  y los delanteros  mediapuntas Gonzalo Ludueña el Hachita  y el colombiano Radamel Falcao García. Junto  a ellos se encuentran nombres  como Guaymas,  Cristian  Lencina, David Córdoba, César Morete, Roberto Villalba, Matías Taborda, Veláz- quez,  Augusto  Fernández, Favio  Fernández, Portigliatti, Óscar Alegre y Rodrigo  Barucco.

Con  18 años cumplidos,  Falcao sigue su progresión  en aquel año natural de 2004, alternando su militancia en la quinta división con la Reserva. La cantidad de goles que marca llama la atención de Astrada o Hernán Díaz en el cuerpo técnico y, con más frecuencia, la de los medios de comunicación.  Con el Apertura recién iniciado en septiembre, marca por duplicado en la victoria de la Quinta ante Quilmes, mientras que también perfora el arco de la Primera en un amistoso jugado frente a la Reserva, a la que se empieza a conocer como la Vitroleta, desde que en marzo  de 2003 adaptara el apodo de su técnico, Jorge Ghiso. Con  la consolidación en la Reserva, y a las puertas de estar en condiciones de debutar,  su fe y constancia empiezan a dar frutos. Falcao está a las puertas de su primer con- trato  profesional,  de que el club le proporcione un departamento y de que todo  dé un giro de 180 grados  tras la penumbra de las lesiones. Cuando arribó a Buenos Aires, coincidiendo con el inicio del siglo nuevo, portaba  en su mente una imaginaria valija llena de sueños. De alguna manera, empieza a sentir que el cielo le está en- tregando las llaves para abrir esa valija. Será en el tiempo y el orden del Señor que pueda ir sacando esos sueños para depositarlos en otro gran cofre con el nombre  de Radamel Falcao inscrito, el cofre de los sueños hechos realidad. Los tiempos del Señor marcaban el año 2005 en el calendario.

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