Opinión

Fajardo debe ser el próximo presidente de Colombia

Fajardo no agrede, no ofende al adversario, sabe administrar, respeta el carácter sagrado de los recursos públicos La tercera será la vencida

Por:
diciembre 15, 2025
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Sergio Fajardo tiene el coraje de ser moderado en un mundo en el que lo corriente —y lo fácil— es exactamente lo contrario: la supuesta firmeza y radicalidad de los discursos, muchos de los cuales proclaman el aniquilamiento simbólico del otro.

Qué tipo raro, Fajardo: no agrede, no ofende al adversario, sabe administrar, respeta el carácter sagrado de los recursos públicos y —vaya anacronismo— cree que la educación debe estar en el primer nivel de las prioridades. Impecable alcalde, excelente gobernador. Un “tibio” que busca expertos para planear y gobernar en esta tierra de locuaces. Ningún candidato cuenta con la experiencia de Fajardo.

El mundo y el continente se están moviendo pendularmente en política; Fajardo no cabe en los extremos.

A quienes les gusta hablar en Colombia en términos de blanco y negro hay que decirles un par de cosas. Una de ellas es que la mayoría de los colombianos está hastiada del lenguaje excluyente de las extremas. El idioma que pretende la aniquilación del otro es precisamente lo que en Colombia nos sobra.

Y, por supuesto, un país que con inmenso dolor ha vivido la eliminación física de líderes políticos —llámense Miguel Uribe Turbay, Carlos Pizarro, Luis Carlos Galán o Jaime Pardo Leal— no puede aventurarse a una nueva espiral de violencia que, por cierto, amenaza con desplegarse con los fallidos intentos de “paz total”. Colombia no quiere destripadores ni de derecha ni de izquierda.

Colombia no es Chile. Tampoco Venezuela ni Nicaragua

Chile es un país acostumbrado a la alternancia política. Ha transitado de Bachelet a Piñera y viceversa, luego a Boric, y hoy enfrenta un giro pendular que expresa el desencanto de una parte importante del electorado. El proyecto constituyente fue un fracaso, y el gobierno de Boric —que prometía esperanza— decepcionó a muchos de quienes le dieron su voto. De ahí el resultado del domingo pasado, contundente.

Imposible, sin embargo, incluir a Boric en la cohorte Maduro–Ortega. No caben en la misma bolsa. Basta recordar su postura frente al robo de las elecciones en Venezuela en 2025 y su reacción institucional frente al triunfo de José Antonio Kast ayer:

Chile está orgulloso de sus tradiciones republicanas y esas debemos cuidarlas. En mi conversación con el presidente electo le trasmití la certeza que todos estaremos en esa línea. Lo he invitado a una reunión en La Moneda para dar inicio a un traspaso de mando ejemplar…”

Qué envidia: en Colombia, un par de candidatos ya deben estar aceitando sus maquinarias para desconocer los resultados que no les convengan en las presidenciales de 2026…

El presidente electo chileno , que en el plebiscito de 1988 apoyó el SÍ pinochetista,  tiene la vigilancia de un electorado republicano y es probable que asuma un comportamiento menos extremista que el de sus discursos de hace algunos meses. Kast “va a ser suficientemente inteligente para no leer esa ventaja como un mandato amplio, como una regresión conservadora o como un rechazo a las políticas fundacionales progresistas”.

Chile, pese a su paso por la dictadura, ha logrado consolidar algo que en Colombia aún nos cuesta: el respeto, tanto de la derecha como de la izquierda, por sus instituciones democráticas. Ese es el verdadero dique contra los extremismos. Kast estará cerca de Milei, de Vox, no será crítico de Trump, pero gobernará un país que respeta la democracia.

Colombia tampoco es Venezuela. Pese a la muy baja ejecución del actual gobierno, a los actos desbordados de corrupción —tipo UNGRD—, a la inédita rotación de altos funcionarios que se acusan y se despedazan unos a otros, al sesgo anti-empresarial y al apoyo velado y explícito al régimen de Maduro, Colombia no se ha convertido en la Venezuela de Chávez, la de las vacas gordas y las flacas (“exprópiese…”). La razón está en las instituciones colombianas: las que regulan la política monetaria y macroeconómica y también las de justicia, pese a alguna que otra mácula. Y, principalmente en su gente, sean trabajadores o empresarios, creativos, resilientes, capaces de moverse en las mayores incertidumbres.  

Fajardo debe ser el presidente de Colombia. Será una tarea ardua, justamente por la radicalidad de los discursos tanto de derecha como de izquierda, que paralizan el progreso del país y la convicencia entres sus habitantes.

La pretensión de una gran convención que incluyera desde Abelardo hasta Fajardo se vino al suelo. Los escenarios en segunda vuelta aparecen claros.

Fajardo debe, ahora sí, competir en franca lid por el primer cargo de la Nación. La moderación y el respeto, la experiencia y la honestidad, ampliamente demostradas por Fajardo, son el camino.

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