“Estos periodistas de este país son viles, arrodillados…”, dice Fernando Vallejo

“Estos periodistas de este país son viles, arrodillados…”, dice Fernando Vallejo

Aunque el escritor se niega a las entrevistas contestó preguntas como ¿a quién elegiría entre sus abuelos y un perro?

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septiembre 03, 2013
“Estos periodistas de este país son viles, arrodillados…”, dice Fernando Vallejo

Cuando Fernando Vallejo habla la gente escucha. Tiene la extraordinaria cualidad de decir las cosas como quiere y como mejor le salen, así algunos no estén de acuerdo con lo que opine.

El Fernando Vallejo Rendón que conocí es diferente al que leemos en las entrevistas o escuchamos de vez en cuando en la radio. Un Vallejo al que se le sonrojan los cachetes cuando habla por primera vez con alguien y que camina algo encorvado, quizá por los achaques de la edad; el tímido, el sencillo, el que solo muestra la dentadura superior cuando sonríe; el que no se deja invitar, el que habla tranquilo y en tono bajo; el que ama a su abuela, la de la Finca Santa Anita, y a los animales, en especial a los perros; el que toma cerveza, solo una, máximo dos, y come helado. En ningún momento apareció el Vallejo “lenguaraz”, como lo describió Héctor Rincón hace un par de años, cuando el autor estuvo en Caracol Radio hace un par de años. El que vi fue el Vallejo de Los días azules.

Lo conocí en el Café Vallejo, en la avenida Jardín, del barrio Laureles. El lugar es propiedad de Aníbal, hermano de Fernando, y de su esposa Nora, quienes además, se han echado al hombro la Sociedad Protectora de Animales de Medellín por más de 20 años. Doña Nora me informó que Fernando iba a llegar a la ciudad la última semana de julio. Para sorpresa mía, él visita constantemente a Medellín, pero no le gusta hacer mucho escándalo. También me dijo que cuando viene, va todos los días al café, casi siempre en las noches. Eso sí, hizo énfasis en que no le fuera a mencionar nada de entrevistas porque no quería saber de eso.

Pero yo estaba empecinado en una entrevista, y así su cuñada me haya dicho que Vallejo no las está concediendo, no me di por vencido. Un “no” como respuesta nunca es aceptable para mí, pero esta vez tuve que bajar la cabeza porque fue imposible convencerlo. Él está desilusionado de los periodistas colombianos, me dijo ella, pues la más reciente entrevista que concedió fue al periódico El Tiempo, y luego de esa tomó la decisión de no permitir ser entrevistado por algún periodista de este país.

Lo que sucedió fue lo siguiente. Fernando estaba en Ciudad de México, donde él vive hace más de 40 años, y una periodista de ese diario le solicitó una entrevista. Él aceptó. Pidió que le enviaran las preguntas a su correo personal y que él enviaría las repuestas, eso sí, con la condición de que todo saliera publicado tanto en la sección digital como impresa. Uno de los párrafos introductorios de esa entrevista da fe de eso: “El escritor colombiano pidió literalidad y que la entrevista se publicara intocada y enterita. Así que solo un error de dedo que cometió le fue corregido”.

Pero en la sección impresa no salió la respuesta a raíz de una pregunta que le formularon acerca del procurador. Y hasta ahí llegó todo. Por eso, fue imposible convencerlo. Eso sí, le dije a Vallejo que quería hacer una crónica de las dos horas que hablé con él.

Ese martes estaba sentado en una acera, al lado del café, en compañía de doña Nora. Ya eran las 7 y 30 de la noche y Fernando nada que llegaba. Había tenido un día largo, me dijo ella, pues fueron a mercar. Además, él quería comprar unas cosas que le hacían falta.

Fue en cuestión de unos minutos más cuando apareció caminando despacio junto a David, un gran amigo suyo. “Vaya cójalo y pregúntele si le da la entrevista”, me dijo doña Nora. Eso hice. Caminé hacia él y cuando me le acerqué doña Nora se paró y me presentó: “Fernando, él es Sebastián, un estudiante de periodismo de la Universidad EAFIT”. “Ah, ¡qué bueno! Cómo estás”, me respondió Vallejo mientras sus cachetes se sonrojaban.

La noche no podía estar mejor. El calor que por ese momento se aferraba a Medellín se mezclaba con las risas de quienes estaban en el café. Luego de presentarme, le pregunté que si podía hablar unos minutos con él. Me respondió: “¡por supuesto! ¿Quiere un helado?”. Con esa invitación me sentí como uno de los tantos muchachitos, como dice él, que se le acercan mientras habla con la muerte, como cuenta en El don de la vida.

Nos sentamos en una de las mesas que están adentro del café. Estábamos rodeados de retratos pegados a la pared, fotos de hace varias décadas, en las que se veía gente de todo tipo, exhibiendo su mirada, sus gestos y sus sonrisas. Una luz tenue causaba la sensación de tranquilidad; y un par de mesas solas, como si supieran que esos minutos con Vallejo no los quería compartir con nadie más.

En la mesa también se sentó David, su amigo. Fernando pidió el helado que me prometió y se pidió otro para él. “Les voy a traer la especialidad de la casa”, respondió doña Nora. Esa especialidad se llama “Fantasía de Café”. Es una copa con granizado de café y helado bañado con crema chantilly, espolvoreado con canela. Delicioso. Y ahí sí empecé a hablar con Fernando Vallejo.

“Maestro, no sabía que visita constantemente a Colombia”, le dije. “Sí, yo vengo mucho acá. Es que pensaba venir el mes pasado, pero no pude porque estaba terminando de escribir un libro”, me respondió en voz baja, en un tono que mantuvo por las siguientes dos horas de conversación. Me pareció raro.

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“Bueno, yo voy a ir al grano. Yo sé que no está dando entrevistas, pero yo quiero que haga una excepción conmigo. Soy muy serio en mi trabajo y si no me publican todo el contenido, pues no lo saco y punto”, le dije con la intención de persuadirlo.

“No me insistas, muchachito, que estos periodistas de este país son viles, arrodillados…” (Ahí empezó a hablar mal de los periodistas con su léxico y generalización característica). Fue imposible convencerlo. Me sacó la excusa de que no le gustan las entrevistas escritas porque es muy diferente leer lo que alguien dijo a escucharlo. La fuerza no es la misma. Entonces, ahí fue cuando me dijo: “¿Por qué no escribes unos apuntes de lo que hablemos?”. En ese momento me dio una idea. “No voy a escribir unos apuntes, sino una crónica. ¿Eso sí lo puedo hacer?”. “Sí, claro”, me respondió.

Y así empecé. No quería hablar con Vallejo de política ni religión porque quienes lo seguimos ya sabemos qué opina él de esos temas y eso, al menos para mí, es perder el tiempo, pero fue imposible no hablar de los servidores públicos. La religión sí la dejamos quieta. Yo quería estar frente a frente del Fernando Vallejo que conocemos poco, el pianista, el hombre, el hermano, el amante del helado, el tío, el homosexual joven, el colombomexicano, el amigo. Y lo logré conocer.

Mientras Vallejo me contaba su vida, David, su amigo, se comía un pastel de queso acompañado de gaseosa.  Su mirada demostraba que se sentía incómodo de estar ahí. Vallejo aún se pasaba la lengua por la boca para sentir el sabor de la Fantasía de café que se había terminado. La vida que me contaba no era tan diferente a la que conocemos. El amor por sus perros es lo que más destacó.

A los pocos minutos llegó doña Nora y se sentó en la mesa con nosotros. En ese momento fue imposible no hablar de política. Resulta que ella admira a Álvaro Uribe, mientras que Fernando, no. lo (En realidad no quiere a ningún político). “Maestro, ¿es verdad que doña Nora le pidió que no se volviera hablar de Uribe en el comedor?”, le pregunté. “Sí, a ella no le gusta que hablemos de él porque hicimos un compromiso”. “Sí, es que Fernando no lo quiere y a mí me gusta mucho por lo que hizo”, interrumpió doña Nora. “Ese, que dijo que fue el Espíritu Santo el que lo salvó de las FARC. ¿Cómo sabía Uribe que fue el Espíritu Santo y no el Padre o el Hijo?”. Lo que sí me llamó la atención fue que Vallejo no habló de Uribe y de los políticos con la misma fuerza y en los términos que son habituales en él. Estaba bastante calmado.

Al poco tiempo, doña Nora y David se retiraron de la mesa y decidí preguntar por su vida personal. Quería conocer al Vallejo homosexual de hace 50 años. “¿Cuál es el Fernando del que le gustaría hablar, el que no conocemos?” No, es que yo ya he hablado mucho de mí. Por ejemplo: cuando yo era joven y me iba a conseguir muchachitos por Junín en el carro de un amigo. Eso lo cuento en el libro El fuego Secreto. Y sí,  lo cuenta en ese libro, así que lo que me dijo acerca de ese tema es mejor que lo lean ustedes. Como empezó a hablar de ese tema tan privado me dio pie para preguntarle cómo pudo “salir del closet”, hace 50 años, en una época tan conservadora. Me respondió que él fue un muchacho más bien rebelde en su juventud y que no le importó lo que dijera su familia. Es decir, el Vallejo de hoy es el mismo Vallejo de los 60, de la Contracultura. Eso sí, sin los excesos que un joven puede experimentar a esa edad.

Empecé a verlo cansado, quizá por el día que había tenido. Porque de algo sí hay que estar seguros, lo que más disfruta es hablar con los jóvenes, con la gente que va a buscarlo. Basta con ver cómo miraba a todo aquel que entraba al café. Quizá, me atrevo a decirlo, es unas de las cosas que lo mantiene vivo. “A mí me gusta que me recuerden neuronas vivas, no microchips”, dijo en su discurso, cuando recibió el doctorado honoris causa de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, en el 2009.

Entonces, para terminar esas dos horas de conversación, le pregunté: “Maestro, si sus abuelos, los de la finca Santa Anita, estuvieran vivos y le tocara elegir entre ellos y un perro, ¿a quién elegiría?”. Se quedó pensando por unos segundos, miro hacia abajo (característico en él cuando le preguntaba), luego hacia su lado izquierdo, y me respondió: “Bueno, pero mejor entre mi abuela y un perro”. Cuando habló de su abuela, la mirada le cambió drásticamente. Como cuando un niño recuerda a su ser más querido, para Vallejo, por la mirada y por como hablaba de ella, es la abuela. O al menos ella es uno de los seres que más ama.

“Elegiría a mi abuela por supuesto”, me respondió. Lo paradójico es que lo pensó por unos segundos. Fernando Vallejo no dejará nunca de defender a los animales. Vallejo es Vallejo.

@sebastiandiazlo

Foto Portada: babad.com

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