Esta es la increíble historia del único Papa que ha tenido Colombia

Esta es la increíble historia del único Papa que ha tenido Colombia

Esta es la historia del papa colombiano, su vida es la prueba de que en estas tierras mágicas, la frontera entre realidad y fantasía casi siempre se difumina

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abril 22, 2025
Esta es la increíble historia del único Papa que ha tenido Colombia

Mientras en Roma el mundo despide con solemnidad al papa Francisco, en Colombia emerge el recuerdo de un “pontífice” muy distinto: uno de acento paisa, sotana autoprestada y sede en un modesto pueblo antioqueño. Y es que, aunque el argentino Jorge Mario Bergoglio pasará a la historia como el primer papa nacido en América, 80 años atrás, en 1939, un colombiano ya se había adelantado a reclamar (de forma pintoresca) ese título​. Se trata de Antonio José Hurtado, un dentista de Barbosa (Antioquia) que un buen día decidió autoproclamarse Su Santidad Pedro II, protagonizando una de las crónicas más curiosas y surrealistas de nuestro folclor religioso.

Un dentista con vocación divina

Antonio José Hurtado nació en 1892 en Barbosa, al norte de Medellín​. De joven sintió el llamado de la vocación religiosa e inició estudios en el seminario de Santa Rosa de Osos, con intenciones de ordenarse sacerdote. Sin embargo, la temprana muerte de su padre truncó esos planes​. Hurtado abandonó los hábitos antes de tomarlos y con la practicidad que lo caracterizaba, aprendió por su cuenta el oficio de dentista, inicialmente sacando muelas a sus compañeros durante el servicio militar​. No era su única habilidad: fue un hombre polifacético que se las ingenió como carpintero, sastre, fotógrafo ambulante u orfebre cuando tocaba​.

Finalmente, en 1923 regresó a Barbosa decidido a ejercer la odontología. Sin título formal, pero con maña e ingenio, montó una clínica dental que pronto ganó fama en la región, atrayendo pacientes de distintos estratos e incluso de la lejana Medellín​. La bonhomía de “Don Antonio, el dentista” lo convirtió en personaje querido del pueblo durante los años 30. Pero su inquietud espiritual seguía ahí, latiendo bajo la blanca bata de odontólogo.

Cuenta la leyenda que el 1.º de enero de 1937 Hurtado vivió una experiencia mística. En la quietud de aquel Año Nuevo, aseguró haber escuchado un susurro divino que le auguraba: “Tú serás Pedro II”​. Dos años después, esa críptica premonición pareció cobrar sentido. El 10 de febrero de 1939 falleció en Roma el papa Pío XI​. Antonio, convencido de que aquella era su señal del cielo para liderar la Iglesia, no perdió tiempo: viajó a Medellín y desde allí envió un audaz telegrama al Vaticano postulándose como sucesor de Pío XI​.

En su misiva dirigida al cardenal camarlengo –encargado interino tras la muerte papal–, no solo expresaba sus condolencias por el difunto pontífice, sino que ofrecía sus servicios como nuevo Vicario de Cristo​. “¿Buscan un nuevo papa? Aquí estoy yo”, venía a decirles con toda seriedad. Para justificar semejante osadía, Hurtado incluso esgrimió bases curiosas: sabía que, en teoría, cualquier católico varón podría ser nombrado cardenal y luego papa, aun sin ser sacerdote​. ¿Por qué no un dentista antioqueño entonces? Por insólita que sonara su oferta, la hizo llegar formalmente a Roma.

No obtuvo respuesta, pero Antonio tomó el silencio como consentimiento divino. El 2 de marzo de 1939, los cardenales eligieron en cónclave al italiano Eugenio Pacelli como nuevo pontífice (Pío XII)​. A ojos del mundo, el asunto estaba zanjado; pero en Barbosa, Hurtado decidió desconocer ese veredicto y proclamarse él mismo como el verdadero papa. Dejó de llamarse Antonio José –al menos de puertas para afuera– y adoptó el nombre papal de Pedro II, un nombre jamás usado por ningún papa real (por respeto al apóstol Pedro) pero que a él le venía como anillo al dedo​.

Incluso llegó a anunciar su elección con la típica fórmula romana del Habemus Papam, solo que, en vez de sonar en latín desde el balcón de San Pedro, retumbó en español en las montañas de Antioquia: había un nuevo Papa, el “eminente magíster Antonio José Hurtado Hernández, quien ha tomado el nombre de Pedro II”​.

La noticia del “Papa de Barbosa” no tardó en esparcirse primero como chisme local y luego como titular pintoresco. La prensa antioqueña dio cuenta del curioso pretendiente criollo al trono de San Pedro, a medio camino entre la sorna y el asombro. El diario El Bateo de Medellín, por ejemplo, publicó una nota burlona presentándolo con todos sus datos –“45 almanaques Bristol” de edad, soltero, bien parecido, “afeitado como un míster”– y jugando con el doble sentido de la palabra papa​. “Tiene figura de Papa, esperaba la muerte del Papa y probablemente le gusta bastante la papa, especialmente envuelta en huevo”, bromeó el periódico, enredando al pontífice con la patata en una sola frase ingeniosa​. Más allá de las risas que provocó en algunos ese artículo, quedaba claro que Barbosa, incrédula y fascinada, tenía ahora “su propio papa”​.

Un Vaticano II de bahareque

Lejos de retractarse, Hurtado –ahora autotitulado Pedro II– se dispuso a ejercer el papado desde su pueblo. Transformó su amplia casa de bahareque, la misma donde funcionaba su consultorio dental, en una suerte de Santa Sede paralela​. Bautizó a su sede con sorna y orgullo como “El Vaticano II”​ (un “segundo Vaticano” en Barbosa, décadas antes de que existiera el Concilio Vaticano II real). Allí instaló una capilla improvisada: en la sala de espera colocó fotografías de todos los papas históricos, mandó a adecuar un altar y dispuso los implementos litúrgicos que había adquirido –crucifijos, copones, hostias y hasta una custodia de oro puro para las ostensiones–​. El trono de este pontífice casero no era otro que su propio sillón de dentista, adaptado para cumplir doble función: giratorio y reclinable lo mismo servía para sacar muelas los lunes, miércoles y viernes, que para oficiar misa excathedra los domingos​. Hurtado Hernández alternaba así, literalmente, entre el torno y la tiara, dependiendo del día de la semana.

Por estrambótica que parezca la situación, Pedro II se lo tomó con total seriedad. Aumentó el número de empleados en su “curia” particular –llegó a tener unos 20 ayudantes–, contratando personal adicional que le colaborara no solo en el taller dental (fabricando las famosas cajas de dientes que le daban sustento) sino también en las tareas eclesiásticas de su pequeño Vaticano​. Incluso integró a su familia en el proyecto: su sobrina Ana Ofelia Gómez Hurtado fue nombrada “portera del Vaticano”, encargada de recibir tanto a los pacientes con dolor de muela como a los fieles curiosos que venían a conocer al papa​.

La instrucción era que todos debían dirigirse a él como “Su Santidad” o “el papa” al tratarlo​. Y para completar su corte pontificia, Hurtado echó mano de sus vecinos más respetados: nombró “cardenales” nada menos que al carnicero, al peluquero y al tendero del pueblo, quienes con orgullo se ponían sotanas improvisadas y le servían de séquito en las ceremonias​.

También contaba con un asistente para las misas, encargado de leer las lecturas bíblicas, y un sacristán. En cuanto a la guardia, don Antonio no veía necesaria la famosa Guardia Suiza del Vaticano: bromeaba diciendo que no entendía por qué unos “pobres relojeros” suizos habrían de cuidar al papa, y prefería escoltas criollos de su confianza​. En Barbosa, por supuesto, no faltaban voluntarios para velar por la seguridad de Su Santidad Pedro II.

La casa de Hurtado –ahora su “Vaticano II” personal– se convirtió en sitio de romería. Allí atendía a sus fieles y pacientes en un ambiente mitad consultorio, mitad iglesia. Un testigo de la época, el periodista Juan Roca Lemus, describe a Pedro II sentado tan pronto en su sillón dental como en una silla gestatoria imaginaria, cambiando de atuendo según la ocasión​. El flamante papa de Barbosa mandó confeccionar para sí varias sotanas blancas y anillos pontificios, y no dudaba en vestir la indumentaria papal completa cuando llegaban fechas importantes​.

De hecho, se volvió una estampa pintoresca verlo salir a las calles del pueblo ataviado de blanco inmaculado para dar bendiciones en Navidad y Semana Santa​. Procesiones paralelas recorrían Barbosa: mientras el párroco oficial llevaba la suya, por otra calle iba Pedro II rodeado de sus acólitos, levantando el brazo para impartir bendiciones a los vecinos que miraban entre curiosos y divertidos. En la pequeña plaza, campesinos hacían fila para recibir su bendición o un consejo, que Hurtado solía impartir con solemnes frases en latín macarrónico​. “Mucha gente lo veía como un loquito… pero se formaban largas filas de campesinos para verlo. Él los recibía y les hablaba en latín”, recordaría años después su sobrina Ana Ofelia​. La extravagancia era total, pero había algo en aquel personaje bonachón –mitad Quijote, mitad predicador– que inspiraba más simpatía que burla.

Antonio José Hurtado impartiendo la bendición papal durante las festividades de Navidad, vestido con la sotana blanca del sumo pontífice romano​. En Barbosa, sus procesiones y ceremonias paralelas llegaron a congregar a multitudes curiosas.

Como papa alternativo, Hurtado se tomó en serio sus deberes apostólicos. Celebraba misa en su capilla, consagraba hostias (que él mismo distribuía) e incluso redactaba documentos doctrinales. Fundó su propio periódico, El Emmanuel, para difundir sus encíclicas y ocurrencias teológicas​. Desde esas páginas proponía curiosas reformas a la Iglesia: por ejemplo, añadir seis nuevos mandamientos a los diez existentes (para un total de dieciséis), porque consideraba que los tiempos modernos requerían “mandamientos extra”​. También planteaba prohibir la participación de curas en política, pues a su juicio Iglesia y Estado debían estar separados estrictamente​. Las ideas de Pedro II podían sonar descabelladas, pero no dejaban de tener cierta lógica interna –era, si se quiere, un reformador en su propio universo paralelo–.

Hurtado incluso mostró un lado visionario en medio de su delirio papal. Declaraba que el inglés era “la lengua del futuro” y se empeñó en enseñarla en Barbosa​. Creó un pequeño kínder en su casa donde, en los ratos libres, daba clases de inglés a los niños del pueblo​. Además, importó un proyector de cine y organizaba funciones de películas mudas para la comunidad​. Aquella “Ciudad del Vaticano” de barrio incluía también un pintoresco parque zoológico: Pedro II mandó construir en el patio una versión local del “Jardín del Edén”, poblado de plantas exóticas y animales.

Había un estanque con peces de colores y tortugas, micos trepando por los árboles y hasta una lora parlanchina entrenada para decir “¡papa, papa!” al verlo pasar​. Cuentan que un arriero quiso venderle ese loro, al que había enseñado a repetir “papa”, y que al oír al ave llamándolo así, Hurtado exclamó encantado que era una señal divina… por supuesto, el loro terminó viviendo en el “Edén” particular del pontífice​. No faltaba el humor involuntario: quien pasara frente a la casa podía toparse con aquel estrafalario “papa” conversando animadamente con sus animales, como un San Francisco de Asís paisa.

Sin embargo, más allá de las excentricidades, Pedro II también se ganó el corazón de muchos por su generosidad. Con los ingresos de su exitosa clínica dental financiaba obras de caridad en el pueblo. Todos los días repartía alimentos de calidad entre los más necesitados –sopas, panes, frutas– hasta el punto de decir que si no practicaba la caridad cotidiana “no debería seguir llamándose el Papa de Barbosa”​.

Él mismo llevaba una dieta frugal y reservaba lo mejor para los pobres​. Criticaba abiertamente lo que consideraba la pompa excesiva y el lujo del Vaticano romano, contrastándolo con su propia versión más humilde y comprometida con los hambrientos​. “El papado es el cargo más paradójico del mundo… Lo instituyó un carpintero nazareno que no tenía dónde reclinar la cabeza, pero [hoy] se halla rodeado de pompa excesiva en un mundo hambriento”, escribió en una de sus reflexiones, dejando ver algo de lucidez crítica detrás de su personaje​.

Y no se quedó solo en palabras: además de comida, Hurtado ofrecía atención dental gratuita a ancianos y pobres, regalaba dulces a los niños y sobres con algo de dinero a las familias más humildes​. Aquellos que lo conocieron cuentan que, chiflado o no, “era un hombre muy culto, amable y elegante”, siempre de traje impecable y modales finos​. Quizás por eso, muchos barboseños le perdonaban sus rarezas y lo veían como una especie de excéntrico benigno.

La fama de Pedro II trascendió pronto las fronteras de Barbosa. La noticia del “papa colombiano” atrajo visitantes de todos lados. Periodistas, curioseando la extravagancia, llegaron desde Medellín y Bogotá a entrevistarlo. Personajes ilustres también desfilaron por su consultorio-Vaticano: se dice que el presidente de la República Alfonso López Pumarejo (en ejercicio por entonces) hizo una visita discreta, intrigado por el rumor​.

Igualmente, el joven político Guillermo León Valencia –que décadas después sería presidente de Colombia– pasó por Barbosa para conocer al peculiar papa antioqueño​. La farándula tampoco quedó al margen: la legendaria actriz y cantante argentina Libertad Lamarque, de gira por Medellín, aprovechó para acercarse a recibir la bendición de Pedro II​; y la poetisa cubana María Dalia Iñíguez también llegó a charlar con él, quizá buscando material de inspiración​. Dicen que Hurtado, encantado con estas visitas, los recibía en su sillón papal y les mostraba orgulloso su “reino”. Algunos salían impresionados y serios; otros, aguantando la risa​, pero ninguno olvidaba la insólita experiencia de estrechar la mano (o besar el anillo) del Papa de Barbosa.

Milagros, conflictos y ocaso de Pedro II

El divertido juego de Hurtado con el papado tocó fibras sensibles en una sociedad profundamente católica. Si bien muchos en Barbosa tomaban con humor benevolente las ocurrencias de don Antonio, la jerarquía eclesiástica no podía quedarse de brazos cruzados. Para la Iglesia local, aquello rebasaba lo tolerable: un laico, sin orden sacerdotal, autoproclamándose papa era visto como un desafío abierto –o una herejía, para decirlo sin rodeos–. El primero en estallar fue el párroco de Barbosa, monseñor Jesús Antonio Arias, cuya parroquia literalmente colindaba con el “Vaticano II” de Hurtado.

Al principio, el padre Arias intentó razonar con Antonio, pero rápidamente se hizo evidente que el dentista estaba plenamente convencido de su papel divino. Preocupado, el cura acudió al alcalde Enrique Bedoya, y entre ambos tomaron medidas: escoltaron a Pedro II a Medellín para que fuera evaluado por un psiquiatra​. El diagnóstico médico fue tajante: Hurtado sufría de “delirio místico” o teomanía, es decir, “creerse Dios”​. En otras palabras, su convicción de ser el elegido divino calificaba como psicosis. No obstante, el doctor dictaminó que aquel “loco” era inofensivo –no representaba peligro para sí ni para los demás–, por lo cual no procedía encerrarlo en un manicomio​. Al oír el diagnóstico, Antonio no se inmutó​. Ante tal tenacidad, las autoridades locales optaron por la prudencia: lo dejaron volver a Barbosa, esperando quizás que el fervor se disipara con el tiempo.

Lejos de disuadirlo, aquel episodio pareció reforzar a Pedro II en su misión. Siguió oficiando misas, organizando procesiones y ejerciendo como pontífice local con total normalidad​. “Tengo todo el derecho divino”, alegaba, recordando que él había sido designado directamente por Dios –según su entendimiento– para corregir los errores de la Iglesia. Curiosamente, no consideraba antipapa a Pío XII; más bien estableció un reparto de poderes insólito: “Él manda en Roma y yo mando aquí. Así como en Italia manda Mussolini y acá el Partido Liberal”, declararía Hurtado, trazando un peculiar paralelismo político​. En su mente, había espacio para dos papas si cada uno reinaba en su respectiva “jurisdicción”.

El conflicto mayor vino en el terreno pastoral. Muchos feligreses de Barbosa, fascinados por Pedro II, comenzaron a hacer caso omiso al párroco oficial. Se cuenta que, en una clase de catecismo, el padre Arias preguntó a unos niños: “¿Quién es el papa?”, esperando oír “Pío XII”; “¡Antonio Hurtado!”, respondieron inocentemente los chicos. Aquello fue la gota que rebasó la copa. En junio de 1939, apenas unos meses después de la autoproclamación, el cura Arias anunció desde el púlpito la excomunión de Antonio José Hurtado​.

Declaró anatema al “falso Papa” por usurpar un cargo divino, e incluyó en la sanción a la familia de Hurtado y a cualquiera que lo apoyara. La comunidad quedó dividida: muchos, temerosos, se alejaron de Pedro II tras esa condena; otros le siguieron fieles a pesar de todo. “Después de eso, la gente nos tiraba piedras”, relataría Ana Ofelia, aludiendo a la hostilidad que enfrentaron los allegados a Hurtado tras la excomunión​. Pero él, imperturbable, continuó con su rutina. El “Vaticano” de Barbosa siguió funcionando a escasos metros de la iglesia oficial, y Pedro II continuó atendiendo pacientes, diciendo misa y repartiendo ayuda a los pobres como si nada​.

La tensión llegó a un punto álgido cinco años más tarde, en Semana Santa de 1944. A esas alturas, Pedro II seguía contando con un grupo considerable de seguidores que participaban en sus ritos. El Domingo de Ramos de 1944 ocurrió un hecho casi surreal: la procesión encabezada por el padre Arias se cruzó en la calle con otra procesión, liderada por Pedro II y sus fieles​. Por un instante, Barbosa tuvo dos procesiones de Ramos enfrentadas, cada una con su cruz al frente. El desconcierto dio paso a los empujones; el alcalde intervino y la policía dispersó el cortejo “rebelde” del Papa de Barbosa​.

Tras el incidente, la Iglesia tomó medidas más drásticas: Hurtado fue excomulgado nuevamente en 1944, y esta vez se amenazó con excomunión a cualquiera que marchara con él o lo llamase Su Santidad​. La advertencia surtió efecto en parte: algunos devotos prefirieron no arriesgar sus almas (ni su buen nombre) y se distanciaron de Pedro II. No obstante, el dentista-papa aún contaba con suficiente apoyo popular –y con la importancia económica de su clínica en el pueblo– como para que las autoridades civiles lo dejaran en relativa paz​. Es más, pasado el fervor inicial, muchos comenzaron a ver el asunto con mirada más tolerante.

Con el tiempo, la situación se fue relajando. Hacia finales de los 40, la Iglesia adoptó una actitud más pragmática frente a Pedro II. Tras la salida del combativo padre Arias de la parroquia, su reemplazo optó por el diálogo. El nuevo cura, intrigado por la erudición autodidacta de Hurtado, llegó a visitarlo en “Vaticano II” para charlar de teología y política​. Se dice que quedó impresionado por la enciclopédica cultura religiosa de Hurtado, quien a esas alturas había leído cuanto libro caía en sus manos.

Otro sacerdote local llegó incluso a afirmar que “el dentista es un santo”​, maravillado por sus obras de caridad y su devoción. Paradójicamente, el autoproclamado papa terminó reconciliándose con la Iglesia Católica oficial. Antonio, ya mayor y más cansado, aceptó acercarse nuevamente al redil: comenzó a asistir a la misa del alba como feligrés común (aunque sin renunciar en público a su título papal)​. Hacia el final de sus días, Hurtado hizo las paces en forma con la institución que había desafiado, recibiendo los sacramentos. De hecho, en su lecho de muerte pidió confesión y recibió la extremaunción de manos de un sacerdote católico, signo claro de que, al final, se consideraba un hijo de la Iglesia (hijo un poco pródigo, quizás, pero hijo al fin).

Antonio José Hurtado –nuestro pintoresco Pedro II– murió el 14 de mayo de 1955, a los 63 años. Cuenta su familia que ese día, como de costumbre, había salido en la tarde a llevar comida a varias familias pobres de Barbosa, cuando se desplomó repentinamente en plena calle​. La diabetes que padecía le jugó una mala pasada; ya no hubo milagro terrenal que lo salvara. Fiel a sí mismo hasta el final, Hurtado había preparado con antelación su despedida de este mundo. Llevaba tiempo organizando su propio “funeral papal”: mandó construir un ataúd de madera de pino, sencillo pero digno, parecido a los que se usan en Roma para enterrar a los pontífices​. Incluso solía pasearse por el cementerio local para revisar el estado de la tumba que había reservado para sí, en un gesto entre tétrico y teatral que preocupaba a sus empleados​.

Dejó dictado un testamento a su fiel ama de llaves, doña Cielo, copiando las formalidades de un testamento pontificio​. En ese documento –publicado años después por historiadores–, Hurtado legaba algunas de sus posesiones: su máquina de escribir a su sobrina Ana Ofelia, el aparato con el que plasmó tantas cartas y artículos​; su automóvil Packard (sí, tenía un coche de lujo, fruto de su éxito profesional) a un sobrino​; y una supuesta fórmula medicinal de hierbas para curar el cáncer (otra de sus curiosidades) al Instituto Pasteur de París​. Pero su gesto más simbólico fue dejarle su “trono papal” –es decir, el sillón de dentista– y su anillo pastoral al Vaticano de Roma. Sí, Hurtado quiso al final entregar su reino de fantasía a la Iglesia real: en su testamento ofreció su silla y su anillo al museo del Vaticano, como quien devuelve gentilmente la corona al legítimo dueño. Aquello, por supuesto, nunca llegó a materializarse: ni en Roma se enteraron (o dignaron) a recoger el regalo, ni en Barbosa iban a dejar salir tan preciada reliquia del pueblo. De hecho, el famoso sillón-trono de Pedro II aún se conserva en la Casa de la Cultura de Barbosa, como testigo mudo de su historia​.

Tras su fallecimiento, los vecinos de Barbosa le dieron a Hurtado un último adiós multitudinario. Fue enterrado con honores, aunque no exactamente como un papa canónico. El párroco permitió que tuviera sepultura eclesiástica en el cementerio local, pero prohibió que se le sepultara vistiendo las ropas papales que Antonio atesoraba​. Aun así, sus allegados encontraron la manera de cumplir en parte su voluntad: colocaron discretamente su alba blanca y su solideo (el pequeño gorro) dentro del féretro, a manera de almohada​.

De ese modo, Pedro II se fue a dormir el sueño eterno revestido, al menos simbólicamente, con los atuendos de papa que tanto significado tuvieron en su vida. Como detalle pintoresco final, tras su muerte hallaron en su casa bolsas repletas de boletos de lotería jamás premiados. Al parecer, durante años Hurtado había jugado a la lotería con la esperanza de ganar un gran premio que financiara sus obras y quizá su ansiado viaje a Roma. Ni la suerte le sonrió ni la Santa Sede le respondió jamás; pero eso poco importó para que él viviera su fantasía hasta las últimas consecuencias.

Hoy por hoy, Barbosa sigue recordando con cariño la saga de Su Santidad Pedro II. Su extravagante reinado de mentiras quedó grabado para siempre en el anecdotario local. En la Casa de la Cultura del municipio se exhiben las fotos borrosas de aquel dentista con sotana, su “trono” de madera y algunos documentos de la época​.

Los más viejos del lugar todavía cuentan a las nuevas generaciones cómo un paisano suyo se convirtió en Papa por unos años. “Fue una figura muy llamativa de nuestra historia. Porque somos el único municipio de Colombia que tuvo un papa, aunque fuera de mentiras”, resume con orgullo jocoso el historiador barboseño Francisco Restrepo. Y es que la aventura de Antonio José Hurtado –nuestro entrañable Pedro II– sigue provocando sonrisas e inspirando asombro. Su vida es la prueba fehaciente de que, en estas tierras mágicas, la frontera entre realidad y fantasía a veces se difumina. No en vano, nos recuerda que, a veces, la realidad puede ser tan fabulosa y rica como la mejor de las ficciones​.

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