No es lo mismo Pepita Gómez, que gomitar pepitas
Opinión

No es lo mismo Pepita Gómez, que gomitar pepitas

Por:
febrero 05, 2014
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¿Se acuerdan de todas estas frases que fueron tan famosas por los 80s?: No es lo mismo una pelota negra, que una negra empelota (espero que no me demanden); o no es lo mismo Santo Tomás de Aquino, que aquí no más nos lo tomamos.Y las había de todo calibre: No es lo mismo el crepúsculo de la mañana que… ¡Mejor no! Me acordé de estas expresiones por aquello de hasta dónde hay que decir las cosas y de cómo pueden ser entendidas. El asunto es de fondo, forma e interpretación. ¡Qué difícil son la prudencia y el tacto para hablar o para escribir. Mejor dicho, sí hay que tener pelos en la lengua y pelos en el teclado.

Debo confesar que no fui la más prudente en años anteriores, pero la vida se ha encargado de enseñarme a no ser metepatas y a entender que hay que saber decir las verdades. En lo particular, se me hace un nudo si no las digo. Aseguran los expertos que para expresarse hay que tener en cuenta el estado anímico de las dos partes, el lenguaje, la persona y su condición, el lugar, el tema y la prosodia (mirada, tono, volumen, manejo de las manos, la proximidad, etc.); ¡todo un arte! Entrados en gastos, como dicen las mamás, pues empecemos por mí. En Las 2 Orillas escribí alguna vez la columna Toda familia tiene un vaciado, una puta y un marica. Suelo enviar el enlace de manera personalizada a mis colegas y amigos, y en esa oportunidad se lo mandé a uno abiertamente homosexual. Él siempre me hacía un comentario, pero en esa oportunidad hubo silencio sepulcral… Nunca toqué el tema porque seguí la recomendación de Andrés López: “Deje así”.

La sabiduría popular dice que las cosas hay que decirlas hasta el punto en que no se le falte el respeto a nadie, ni se le agreda ni se le haga daño. La confianza entre las partes tiene que ver mucho también. Los expertos aseguran que siempre hay que decir la verdad, pero con la máxima: “Sea sincero, pero no tanto”. Cuando se usan palabras con las que pensamos sin filtro, terminamos ofendiendo, hiriendo y exagerando. Esto me recuerda la conversación de unos vecinos. Uno de ellos le reclamaba al otro la ingratitud que tenía con un amigo mutuo, a lo que el otro respondió: “Pero si yo a ese lo quiero más que a un hijo bobo”. Pues quiero decirles que el del reclamo tenía un hijo con retraso mental profundo y todos quedamos paralizados, nos miramos y entonces el metepatas comenzó a tratar de arreglar el asunto, hasta que le dijeron: “Tranquilo hombre, no aclare que oscurece…”

Cuando decimos las verdades involucramos a todo el mundo: Amigos, familiares, compañeros de trabajo. Hay que elaborar la verdad de la que se va a hablar. Pueda que a quien le vayamos a hablar esté preparado para algo, pero no para todo, así que la fórmula es emoción = palabra; no lo olvide. Las realidades dependen de lo que nosotros creemos; de nuestra historia de vida.

Las expresiones de uso, lo cultural y de costumbre, también influyen mucho en los mensajes. En alguna oportunidad a una amiga de mi mamá se le murió un familiar en otra ciudad. Mi mamá mandó a mi hermano a entregar el sufragio y él, sin dudarlo, le dijo: “Nelly, que aquí le manda mi mamá y que perdone la bobadita”; tal cual como a una amiga a quien el alcalde de su ciudad le envió un regalo de cumpleaños y ella le contestó: “Ay, muchas gracias. Me encantó la bobadita”.

Mucha diferencia hay entre lo dicho y lo escrito. Lo verbal tiene como ventaja el manejo directo de la situación, es decir, se pueden ir cambiando las palabras y se puede ir arreglando la situación, pero si uno está totalmente convencido de lo que está diciendo. De lo contrario, la prosodia lo va a delatar. Personalmente, prefiero lo verbal, pero si no hay de otra, pues escribo; ¡No me puedo quedar callada! El curso de comer sapos no lo he hecho completo. Pero si hay que escribir, nada mejor que una buena carta, bien redactada y muy bien revisada antes de ser enviada. Pero ojo, no todo el mundo tiene la habilidad de escribir bien. ¡Qué complique! Mi colega Alejandro Muñoz, el Machorrito, cuenta que cuando su padre era comandante de policía en Cartago, Valle, recibió un telegrama de un teniente que decía: "Golpeado cuartel polinal, chusma mata seis de mis hombres. Diez más heridos. Comando incendiado, pérdida total. Teniente Contento.” Pues el teniente era de apellido Contento y el papá de Alejandro entendió inicialmente que el teniente estaba contento con semejante tragedia…

¡Feliz resto de semana!

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