Entre lo cuántico y la miseria
Opinión

Entre lo cuántico y la miseria

Por:
julio 31, 2015
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Una sociedad global que finge prosperidad, que esconde sus guerras intestinas y su miseria debajo de la sucia alfombra y que no se conduele con lo que ocurre más allá de una simple noticia para expiar culpas y dejar tranquilos a los filántropos de la raza.

Medio mundo se desbarata y el otro medio en la opulencia.

Entonces no hay nada más humano que la indolencia y la indiferencia.

De eso estamos hechos y con ello, garantizamos que la humanidad en su entera y absoluta dimensión, es un monumento a la falta de fe y a la desesperanza. Una sola acción que a veces intentamos hacer con el humano que se recrea en la miseria y la inopia, no bastará para remediar en algo la insondable distancia que separa a los dos medios mundos de excluidos.

Sentir la humanidad en su propia individualidad es un acto heroico y al mismo tiempo perverso. El uno en lo humano no es nada. El uno en lo humano es un error del tiempo. Pasar del cero al dos sería más aconsejable. La humanidad se reclama a partir del otro. Sin el otro, no hay humanidad.

La miseria de los dioses que el hombre ha ido construyendo, desde las primeras sombras, no han servido del todo para hacerlo más humano. Antes, los dioses marcaban su favoritismo y sus rivalidades para sembrar diferencias y regocijarse con las tragedias de la guerra. Nacieron los mitos y las posibilidades de explicar lo desconocido desde nuestra precoz visión de mundo. Nos entregaron el fuego y enterramos a la oscuridad.

Las aguas se aquietaron y se cansaron de sus turbulencias. Una placidez envidiable surgió cuando nos inventamos el paraíso más arriba de nuestras cabezas. El deseo de cumplir nuestros sueños en otra parte y en otra vida; liviana, sin materia y con el espíritu en esencia. Sentir y creer que lo de humano que tenemos es un martirio, un castigo o un sacrificio por el cual se debe pagar de manera intensa hasta alcanzar la gloria cuando nos marchemos de lo terrenal.

El fin de la humanidad surgió cuando los dioses determinaron que éramos sus extensiones conducidas por hilos invisibles. El comienzo de la humanidad también inició su recorrido cuando cortamos esas ataduras y libres de cualquier tutela nos desaforamos hacia el infinito del tiempo con la esperanza de perdurar en la memoria y en las runas del misterio.

Hay una humanidad que se suicida a cada segundo en un salto al vacío. Hay una humanidad indiferente que naufraga en los sargazos del destino. Hay una humanidad que prende una flama a pesar del viento implacable.

A pesar de habitar un universo de partículas. El humano que convive bajo esta piel, se muestra imponente, desafiante y altanero consigo mismo y con sus semejantes. Produce más miserias que riquezas. Agota hasta la saciedad lo que tiene al alcance de sus ambiciones. Un depredador en la escala superior de la cadena alimenticia al que sólo una colisión meteórica o el efecto invernadero del calentamiento planetario, lo volverá polvo cósmico.

Una minúscula partícula de arena en la extensa playa del cosmos y del universo. Desde la distancia inimaginable solo habitamos el silencio. Altaneros nos creemos los únicos y como el concepto de tiempo sólo lo medimos en tres momentos, compartimos una soledad cósmica con la propia ignorancia y preferimos dormir tranquilos bajo la mirada de los otros que habitan tantas estrellas. Algún día descubriremos que no somos lo único humano e inhumano que respira entre polvos galácticos.

Que somos tantos iguales y en lugares distintos al mismo tiempo, por obra y gracia del Dios azaroso que gobierna al mundo cuántico. Un árbol con infinidad de ramificaciones, al cual sólo alcanzamos a percibir en una fracción de hoja, en la que reconocemos lo humano que habitamos por escasos segundo del tiempo cósmico.

Toda una humanidad contenida en un grano de arena.

Coda: Jorge Luis Borges lo resume así: “En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras, opta por todas… Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan.” (El jardín de los senderos que se bifurcan, 1941).

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