Entre líneas y focas con Heriberto Fiorillo
Opinión

Entre líneas y focas con Heriberto Fiorillo

Luego de leer a Fiorillo, palmas sonarán por mantener vivo el viejo concepto de un buen columnista. Clap, clap.

Por:
enero 25, 2017
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La nota más citada de Álvaro Cepeda Samudio es quizá aquella en la que explica en qué consiste el oficio de columnista. Es un texto titulado Carta al señor censor. Así dialoga con aquel ser que desde la presidencia de Rojas Pinilla se instaló en las redacciones para ejercer oficio de dictador, con la misión de leer y clausurar cuanta línea considerara peligrosa para el régimen.

Anota Cepeda: “Un columnista es en primer término, un animal, que como las focas del circo, tiene que salir diariamente al redondel a hacer su número. Pero a diferencia de las focas, que siempre hacen las mismas payasadas, el columnista tiene que hacerlas cada día diferentes.

 

fiorillo entre lineas

 

“Aquí está la foca”, eso fue lo que dije al terminar de leer la columna Traigo de todo que hace parte del libro Entre líneas de Heriberto Fiorillo. Allí expresa que la originalidad es muy difícil, y que de la recursividad dependerá nuestra supervivencia. Aboga por nuevas ideas producidas aquí, con la marca de nuestra identidad más recóndita. De inmediato, propone temas (originales) que piensa desarrollar en el futuro: “Anteojos para el mal de ojos”; “Espejos que revelan el alma de los demás”; “Cachuchas inteligentes para generales de tres soles”; “Breques para marimondas y marimondas sin breque”; “Ronquidos para engañar ladrones”; “Micrófonos contra la timidez”; “Olfato británico para encontrar rateros” y “La libreta militar del soldado desconocido”, entre otros.

Al leer las columnas que siguen, esperé encontrar el desarrollo de alguno de los temas propuestos. Esa esperanza me guió hasta el final del libro. Fiorillo no cumple su promesa, pero  corrobora aquella idea de Cepeda sobre las payasadas de la foca y las virtudes de un buen columnista.

Un libro en el que se revela también la persona, frases que perfilan al ser humano y las reflexiones de un escritor que como Fiorillo, comenzó desde muy joven una carrera coherente, la cual sigue abriendo trochas hacia el éxito.

Asegura: “Soy un incondicional pero de la lectura, no de los libros. De estos los hay malísimos y por montones. Como decía Hemingway, hablando de periodismo, tenemos que aprender a desarrollar en la vida un acucioso detector de mierda para distinguir los buenos libros de los malos”

Confiesa: “Me envicié en ajíes durante una travesía que hice a principios de los setenta, a lo largo del gran país azteca, donde me enseñaron a comer sin miedo bocadillos en familia como la quesadilla habanera y el sánduche jalapeño”.

Denuncia: “Si hay algo que me ha hecho siempre regresar al país es Barranquilla. Y no la Barranquilla de ahora, sino la de los años sesenta, esa ciudad que aún lucha como nosotros por sobrevivir en medio de la demencia de tanto constructor, la urbe bien planeada que todavía rescatamos en nuestra mente con una mirada aguda, recordando lo perdido, rebuscando entre las ruinas, recuperando las huellas del pasado, en medio del mal gusto de tanto escaparate posmoderno con letrero”.

Las actividades de Fiorillo siguen siendo —en esencia— las mismas de su bachillerato en el colegio San José de Barranquilla, un promiscuo lector y un escritor en entrenamiento, un periodista que se exige como columnista a la manera que aconseja Cepeda.

Sus líneas también revelan afectos: su admiración ciega por Alberto Duque López. “El tigre —así llamaba a sus amigos y así terminamos nosotros bautizándole— era por encima de todo un estupendo narrador, dueño de una prosa musical controlada, inspirada en la fluidez y la repetidas enumeraciones de Cortázar...”

La amistad con Eligio García Márquez, que solo quebró la muerte, al que sigue llamando Yiyo con un acento que evidencia todo su amor y afectos: “… un alma enorme de Hamlet solitario y de periodista independiente, apenas sostenido en la intangible solidez de sus principios y en la habilidad de su técnica…”.

 

Fiorillo ha preferido permanecer con los criterios
que fundaron una forma de contar la realidad de manera divertida,
inteligente y con una profunda riqueza del lenguaje

 

El oficio de columnista se ha ido transformando a través de los años. Fiorillo ha preferido permanecer con los criterios que fundaron una forma de contar la realidad de manera divertida, inteligente y con una profunda riqueza del lenguaje. Con historias que trasciendan y que se vuelvan a contar como nuevas sin importar que haya pasado el tiempo.

Asegura Cepeda, en aquella columna citada, que las focas al terminar sus payasadas se aplauden a sí mismas con sus aletas. Luego de leer Entre Líneas de Heriberto Fiorillo, sabemos que otras aletas o palmas sonarán para agradecer la calidad de su número y por  mantener vivo el viejo concepto de un buen columnista. Clap, clap.

 

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