Entre la desolación y el peligro, así están los jóvenes colombianos

Entre la desolación y el peligro, así están los jóvenes colombianos

El descuido de los padres y la irresponsabilidad de los colegios y el Estado son un atropello a la juventud que afecta al conjunto de la sociedad

Por: CARLOS ALBERTO CANO
junio 05, 2019
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Entre la desolación y el peligro, así están los jóvenes colombianos
Foto: Pexels

La educación en Colombia ha perdido su rumbo y esto lo sabemos todos, particularmente los que nos movemos en este ambiente. Hoy se prepara a los jóvenes para pasar unos exámenes de Estado, más que para afrontar la vida. El culpable ha sido el mismo Estado con sus parámetros y reglamentaciones orientadas a figurar en el ámbito internacional o posicionar a los colegios públicos o privados en las listas de los mejores de acuerdo con criterios estandarizados, que no contemplan el contexto en el cual se mueve el país, pero sí una posición crematística (esto aplica también para la IES).

El nuestro no es un país unido, es un país fragmentado, un país de regiones. Cada una de ellas tiene sus particularidades, tiene sus propios problemas e incluso una idiosincrasia que los caracteriza. Voy a hacer a un lado la problemática regional. Pues es un asunto para otra reflexión. El problema que quiero tocar es de carácter transversal y tiene que ver con el abandono y el atropello de una sociedad que no le importa mucho cambiar su realidad, que está empotrada en los conflictos y que quiere que ellos sigan. Los afectados, son precisamente los jóvenes, estos muchachos llenos de ansiedad por un futuro promisorio, por un porvenir más halagüeño, por un sueño “utópico” de cambio, al que no se le ve puerto en el corto plazo. Estos jóvenes quieren avanzar por los caminos que más rápido los lleven a encontrar sus sueños y en algunos casos escogen la ruta más corta, el camino fácil, el sendero del engaño.

Sus sueños comienzan a truncarse cuando son inducidos, por ejemplo, a iniciarse en el consumo de estupefacientes, a los que llegan en el peor de los casos por la vía de los mismos colegios. En ellos —los colegios— no existen mecanismos de control apropiados para enfrentar el flagelo, esto aplica tanto a públicos como privados. Los jóvenes se vuelven títeres de la delincuencia organizada y la sociedad inerme no hace nada para cambiarla.

Los pequeños delincuentes que ingresan a los colegios con el sofisma de estudiar (enviados por un adulto claro está), cogen a los machados (as) y se aprovechan de su inocencia y los inducen al consumo de la droga, pero también se aprovechan de la irresponsabilidad de los padres en el cuidado y atención de sus hijos para dañarles la vida, y diera la impresión de que hay una complicidad tácita por parte de los mismos establecimientos educativos. Los jóvenes a los que me refiero no son aquellos que ya llegaron a la mayoría de edad. Me refiero a los de edad frágil que se encuentran entre los ocho y los diecisiete años. Las políticas de Estado frente al flagelo del narcotráfico y la incursión hacia el consumo por parte de estos pequeños, son débiles, y esa debilidad la traslapan a los establecimientos educativos, ya que ellos operan con base en esa normatividad. A esto se debe abonar el asunto de la crianza y los mecanismos de control de los padres hacia sus hijos.

Una vez el joven se ha iniciado en este azote del consumo, que ha probado el alucinógeno, le es difícil desligarse del placer momentáneo e inicia su incursión a la búsqueda de la adicción. No nos preocupamos por el control, sino que pretendemos establecer medios en función de la curación, cuando lo más importante es la prevención.

Cuando una sociedad no tiene el carácter de establecer controles eficientes le es muy difícil atacar el problema, pues lo identifican de manera tardía, cuando ya ha hecho metástasis, cuando ya ha inundado la comunidad.

Colombia es el país con mayor producción de drogas del mundo de acuerdo con el informe de la UNODC 2018. Pero se está acercándose a ser uno de los países con un consumo considerable en los países Latinoamericanos. Es hora de hacer un llamado de atención a la sociedad en general, de unir las voces para que se creen mecanismos más rigurosos en el control de este flagelo, sobre todo en los establecimientos educativos, pues allí pasan los jóvenes el mayor tiempo de sus días, pero si no hay controles el enemigo ataca con mayor fuerza. Nos estamos perdiendo en los errores de la institucionalidad y olvidamos los más importante, el futuro de nuestro país, que está siendo atacado por irresponsables que no tienen y tampoco les importa tener conciencia sobre el daño que hacen a personas frágiles que apenas están empezando a vivir.

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