Cómo entender a los seguidores de Uribe
Opinión

Cómo entender a los seguidores de Uribe

Tiene Uribe un obsesivo ánimo de confrontación con quienes se atrevan a cuestionarlo, al punto que es una metodología. ¿Por qué a sus seguidores no les preocupan sus despropósitos?

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julio 19, 2017
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No es fácil clasificar a las personas o establecer la razón de sus comportamientos, pero en el caso del tuit de Álvaro Uribe contra Daniel Samper junior es difícil no concluir que cayó en un despropósito.

Tiene el Dr. Uribe un obsesivo ánimo de confrontación con quienes se atrevan a cuestionarlo, al punto que se puede afirmar que es una metodología, un actuar sistemáticamente de esa manera. Una tendencia que no aplica solo hacia los comunicadores sino se trata de un manejo generalizado de sus relaciones, como una hiperactividad compulsiva.

Pero tanto los loquitos como los hiperactivos son peligrosos porque pueden ser sumamente hábiles. En este caso ambas posibilidades coinciden con una estrategia al servicio del propósito político de volver al poder.

Y lo inquietante es que un individuo de esas carácterísticas tenga la ascendencia que tiene sobre un sector tan grande de los colombianos. Más cuando como analista uno asume que los lideres sociales, gobernantes o dirigentes no son quienes determinan la forma de ser de un pueblo sino solo los exponentes que encarnan en un momento dado las corrientes o los grupos de los diferentes intereses que se aglutinan bajo su imagen para que los represente.

En principio es por la identidad con esos personajes que unas mayorías, suficientemente fuertes cuantitativamente o manipulados por sectores suficientemente poderosos, encuentran en ellos el líder que puede imponer al resto sus propuestas. Ejemplo repetido es el de que no fue que Hitler volvió nazis a los alemanes, o que Castro no inventó una revolución contra un orden que los cubanos adoraban.

En ese sentido fue bastante comprensible la ascendencia que llegó a tener Álvaro Uribe sobre buena parte de las masas colombianas: por la forma en que la guerrilla afectaba la tranquilidad del establecimiento y la degradación que la llevó a perder toda legitimidad o capacidad para ser vocera de los sectores inconformes de la sociedad se formó la fuerza que propició su elección.

Lo que sorprende es que ante las nuevas condiciones mantenga todavía esas cifras de popularidad.

Porque el comportamiento del exmandatario es difícil de entender, difícil de clasificar y más aún difícil de aceptar.

 

El comportamiento del exmandatario es difícil de entender,
difícil de clasificar
y más aún difícil de aceptar

 

Que Santos haya traicionado a su jefe y a quienes votaron por él debiendo haber sido el candidato que supuestamente continuaría el gobierno anterior, puede ser motivo de descontento y para Uribe hasta de odio, pero no parece lógico que hoy lleve eso a la solidaridad con la actitud negativa y destructiva que caracteriza el actuar ahora del exmandatario.

Es comprensible que muchos no estén satisfechos con algunos puntos del acuerdo logrado con las Farc; pero una vez suscrito y cuando es un hecho cumplido, llevar eso a convertirse en enemigo de lo que ello significa no tiene justificación: y la explicación simple de que está envidioso porque fue otro quien logró lo que él no pudo, no puede arrastrar a quienes lo admiran a seguirlo.

Hay un cuasiconsenso en que algo más raro mueve al hoy senador, pero es incomprensible que todos sus seguidores se encuentren afectados por el mismo mal.

Si en algún momento pareció prematuro sugerir que algo de psicópata se revelaba en él (cuando se hablaba de una especie de complejo de mesías) hoy la dificultad es precisar si es solo eso o si tiene más de sociópata dedicado a perturbar la comunidad.

Hasta ahora se ha clasificado a sus seguidores de ‘uribistas’ o en forma un poco agresiva de ‘furibistas’. Pero eso no describe ni explica qué los identifica con ese líder; no es posible que quienes lo defienden tengan la misma característica. Pero tampoco se entiende que, así sea viendo aspectos positivos no les preocupen sus despropósitos.

Ni que no vean que promueve la falta a la ética pública que tanto afecta a Colombia, dando el ejemplo contrario a lo que debería,  y aprovechando para ello su acceso privilegiado a los medios.

Pero lo escandaloso de su tuit también ha sido mal manejado. El delito de calumnia se caracteriza porque no es uno que permita distinciones entre quienes son sus víctimas. Y ser enemigo de la prensa no es un delito, ni menos calumniar es atentar contra la libertad de prensa. Los miembros de ese gremio que se consideran intocables lo pueden ver así,  pero otros consideramos que dicha pretensión es otra forma de los abusos que bajo ese principio ellos mismos buscan establecer.

Al plantear como ‘coartar  la libertad de prensa’ lo que es una calumnia contra uno de sus miembros, se cambia la atención de lo que es el delito para dar importancia a la naturaleza de la víctima. En este caso se colabora con el delincuente al desviar la atención hacia algo que no existe en el código penal, ni siquiera aparece como un agravante.

Lo que sí puede y debe entrar a ser considerado es estudiar al delincuente; y aquí sí existe el agravante contemplado en los códigos de lo que representa la persona ante sus conciudadanos.

Aparece sí la duda que algunos plantean de si como caso debería llevar a cárcel o a manicomio.

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