En parranda

En parranda

Por: Víctor Gabriel Baldovino Medrano
enero 07, 2014
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

A pesar de que nunca me he considerado diomedista, ni "ista" de ninguna clase, el profundo enlace entre mis recuerdos de infancia y adolescencia y la música de Diomedes Díaz, me pone en la necesidad de escribir una notas sueltas que recopilan algunas de las huellas que este exponente del folclor vallenato ha dejado en mi camino.

Mi primer recuerdo de la música de Diomedes Díaz se refiere a las parrandas de mi papá con sus amigos del barrio Uribe Uribe de Sincelejo. Nuestra casa, situada en aquel barrio de invasión, era en ese entonces un rancho de paredes de caña y boñiga de vaca. Mi papá armaba de vez en cuando una parranda con su compadre Abel y otros de sus amigos cuyo nombre no puedo recordar; culpa de los recovecos oscuros de mi memoria. Se festejaba al son de Cristina Isabel: la morena de Montería (Edilberto Daza). La canción, un clásico del vallenato ya para ese entonces, causaba algo de celos en mi mamá, pues mi papá viajaba a Montería cada semana para cobrar las cuotas de la mercancía que vendía a crédito jalando una carreta cargada de enseres y artículos para el hogar.

Luego fue la época de los amores de mi hermano José Luis. Él se enamoró de una muchacha del barrio, hermana de uno de sus amigos: El Pantera, llamado así por su color de piel. En la radio era un éxito rotundo el tema Los Sabanales (composición de Calixto Ochoa) del álbum "Brindo con el Alma" que grabó Diomedes Díaz con el acordeonero Gonzalo Arturo "El Cocha Molina". Como la muchacha se llamaba Enith ; pronunciado Ení en nuestro dialecto caribe, en la casa mis hermanas vacilaban a José Luis cantándole el estribillo de la canción así:

"Ení, corazón de aní
Ení, más cerca de mí"

Él reaccionaba airado y salía para la calle a buscar a sus amigos, con los que se perdía para el monte y las lomas aledañas al barrio.

En los años del Colegio, me divertía yo cantando, con mi voz poco armoniosa, desafinada y arrítmica, y oyendo la música de los cassettes, piratas muchos de ellos (en ese entonces, nadie consideraba un delito de lesa humanidad la piratería), de mi papá en la sala de la casa. Entre ellos estaban los trabajos discográficos del Cacique de la Junta con Elberto López. Temas como Tres Canciones (Diomedes Díaz), Me Deja el Avión (Héctor Zuleta) y La Montañita (Fabio Zuleta) eran mis favoritos. Cantar este último tema frente a mis amigos del colegio, y compañeros de caminata de regreso al barrio, dio lugar a muchas tardes de risa y discusiones entre amigos, en especial porque a uno de ellos, Óscar Gallardo, le parecía en extremo gracioso que yo coreara:

"Ay borracha montañita
pa' queré'la yo...
Ay borracha montañita
que me tiene enfermo"

Según él, la canción no podía decía "borracha", ¿cómo era posible? Entre risas y bromas se reía de mi interpretación de la canción y casi me convence que no es así. Despejé la duda muchos años después cuando estaba en la Universidad.

Tiempo después, cuando por razones laborales mi familia se mudó para la capital de La Guajira, supe lo que significaba, de verdad, ser Diomedista. En Riohacha era día festivo, no oficial, cada vez que el Cacique sacaba un nuevo disco. Desde temprano, la gente hacía fila frente a Discomundo; la tienda de discos originales más popular de la ciudad, para procurarse una de las copias del nuevo álbum en versión cassette o vinilo (o acetato, como quiera llamársele). Las conversaciones del barrio se cerraban con la frase:
"Vamo' a pegá'nolos hoy con el último de mi compay Diomedes... ¡Está bueno!".

No había rincón del pueblo por el que uno pasara y no estuviera un equipo de sonido sonando a "tó' timbal" el mismo disco una y otra vez. Las célebres Toyota cuatro puertas se transformaban en máquinas de sonido rodantes al mando de entusiastas parranderos quienes bebían y cantaban hasta el amanecer y hasta el siguiente y el siguiente amanecer y hasta el fin de semana al son de los mismos temas. No disfrutar de la música del Cacique era considerado casi una falta de respeto y era, de la misma manera, una suerte de comportamiento antisocial. En medio de ese ambiente me distancié del vallenato, pues llegué a saturarme tanto del género que escucharlo me resultaba fastidioso, y sentía que debía arrastrarlo a todas partes como si fuera un grillete.

Con mi paso a la Universidad Industrial de Santander (UIS), la distancia y el cambio de región, pasé de Riohacha a Bucaramanga (capital de Santander), el grillete empezó a corroerse y a quedarse a un lado del camino. Aunque mi entorno ya no estaba colmado de vallenato, Diomedes se había impuesto en Bucaramanga y era escuchado, cantado y parrandeado por varios de mis compañeros Santandereanos. Entre ellos, recuerdo a Carlos Zárate cantando con emoción La Reina (Diomedes Díaz), éxito del álbum Título de Amor grabado en 1993 con el acordeonero Juan Humberto "Juancho" Rois. El tema le llegaba al alma que a veces se le asomaban lágrimas en medio de la parranda.

Fue en realidad, de la mano de mi amiga Marcelys Danneth Gómez que mi reconciliación con el vallenato ocurrió. Ella con su amplio conocimiento del género, el encanto del Valle y el colorido de sus actuaciones me hizo descubrir, sin proponérselo, la herencia cultural inmensa de esta música innata del Caribe Colombiano. El cariño especial de Marcelys por el Merengue Vallenato, aire que desafortunadamente se ha vuelto raro en las grabaciones de los artistas vallenatos, y sus lecciones sobre él mismo me enseñaron que Diomedes era uno de sus grandes intérpretes y compositores. La interpretación de uno de los temas favoritos de Marcelys. El Bozal, de parte de Diomedes es magistral:

El Bozal (Leandro Díaz. Álbum: Todo es para Ti, Diomedes Díaz con Colacho Mendoza, 1982)

"Ya los músicos de hoy no quieren grabar merengue
dicen que eso no se vende, para mí eso es un error
yo si digo lo que son, sin temor a equivocarme
lo que pasa es que no saben, siempre lo interpretan mal
y así quieren acabar un ritmo alegre del valle

Ya lo hacen con su sentido de manera inteligente,
para engañar a la gente ponen un poco de ruido
porque no lo han aprendido a cantarlo con deseo
mejor graban un paseo con más de dos mil palabras,
que al final no dicen nada y en eso es que yo no creo

El merengue es el bozal de los cantantes modernos
por eso se está perdiendo la costumbre regional
los protagonistas van con su cartel adelante,
dejando un ritmo importante porque poco lo comprenden,
y es por eso que el merengue es terror de los cantantes..."

En medio de la canción, Diomedes se inspira y manifiesta su capacidad para interpretar y componer merengues él mismo:

Menos pa' mí porque yo hago uno y lo canto cada vez que quiero
¿Y por qué?
Por que puedo

Una de las pruebas de su categórica afirmación es el tema de su autoría: El Gallo y el Pollo, en el cual introduce al acordeonero "Cocha" Molina (Álbum: Vallenato -1984-) frente al público y, como él los llamó, su Fanaticada.

Así, retomé yo los caminos del vallenato, con calma y sin fanatismo, pero con mucho deleite y aprecio por esa pieza de nuestro folclor caribe.

Más recientemente, y en mi última visita a Riohacha, me divertí escuchando viejos temas vallenatos con mi papá. Me impresionó su conocimiento de la historia del género y sus cuentos sobre los orígenes de Diomedes y su relación con Rafael Orozco. Un día, caminando junto a él por las calles adornadas de brisa de Riohacha, me dijo con cariño y satisfacción: "El Costeño siempre vuelve a su vallenato".

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