En Medellín ya la cosa no tiene remedio
Opinión

En Medellín ya la cosa no tiene remedio

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enero 08, 2015
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Aunque los antioqueños nos caracterizamos por exagerar asuntos que creemos positivos de nuestra idiosincrasia, tales como la dedicación al trabajo, el tesón, la capacidad innovadora, el amor por la naturaleza y la calidad de vida en pueblos y ciudades, en especial en Medellín, es un hecho que hoy no queda más remedio que aceptar que esta última empeora año tras año, y que tal como van las cosas, dicha situación no tiene remedio.

No voy a extenderme sobre la inseguridad que ha llegado a niveles delirantes, como la que padecíamos en las peores épocas del narcotráfico. Las bandas, que durante algunos años, bien pocos, creímos en vías de extinción, asolan diariamente a los ciudadanos frente a los ojos mismos de las autoridades, en las porterías, delante de las cámaras de seguridad de los edificios, a plena luz del día, en centros comerciales, calles, puentes, parques, peluquerías, restaurantes. Ya nadie está libre de un robo a mano armada, de entrar a su casa y encontrar a los ladrones en el baño de visitas, de que le arrebaten el carro a punta de revólver, le arranquen el bolso o el maletín, le roben el reloj, las pocas joyas que se atreve a llevar, incluso los tenis con los que sale a hacer deporte, como le ocurrió hace poco a una amiga.

A esto se añade la angustia de la movilidad, que más bien debería llamarse inmovilidad. Porque llegar de un lugar a otro de la ciudad, así la distancia que deba recorrerse sea corta, es una proeza que se sabe cuándo comienza, pero no cuándo termina. Algunos constructores y planificadores (los mismos que tienen mucho que ver con tal estado de cosas), dirán que la ciudad está viviendo un momento excepcional debido a las obras que se adelantan especialmente en El Poblado, barrio que llegó en  su momento a ser comparado con Beverly Hills, y que hoy es la más perfecta representación del caos. Salir a la calle en cualquier lugar de la ciudad, pero en especial en este último, es una especie de desafío a la paciencia, a la cordura. Las vías con paso restringido, los escombros, los pilotes de los futuros puentes que aparecen donde menos se espera obligando a dar rodeos que pueden tomar horas, los cambios de dirección en las vías, los grupos de obreros que trabajan a pleno sol en medio de una confusión de buses, carros y motos, como enuna película del absurdo, son el pan de cada día, algo a lo cual debemos acostumbrarnos.

Mucho me temo que a pesar de las promesas, esta reorganización de las vías no vaya a ser de utilidad. Para ello, tendríamos que contar con la ampliación de las calles en toda su longitud, no por espacio de unos metros, de unos cuantos kilómetros, quizás. Para la muestra está el puente Gilberto Echeverri Mejía, maravilla de diseño y modernismo, que permite al conductorque llega allí después de superar un cuello de botella avanzar a buen paso durante cierto tramo, y desembocar en otro cuello de botella un poco más adelante, contentándose con haber podido recorrer esos metros de manera ágil, pero seguro de tardar lo mismo, o un poco menos que antes, en llegar a su destino.

Unos cuantos puentes, unas vías elevadas, serán una solución a medias, y pasajera. Además, en cuanto los constructores y planificadores vean que el problema tuvo una leve mejoría, seguirán otorgando permisos y levantando edificios en los lotes más inverosímiles, derribando las pocas casas que quedan para elevar torres de apartamentos que arrojarán a las calles, en lugar de los dos vehículos que antes había allí, centenares de ellos. Razón tienen quienes protestan contra los millonarios pagos de la valorización destinada  mejorar un problema que no fue creado por los ciudadanos, pero que ellos deben salir a subsanar con elevadísimas sumas de dinero, y con la pérdida de la calidad de vida, algo que caracterizaba a la ciudad hasta hace poco.

Lo que más duro golpea, es que Medellín es hoy una ciudad de personas aisladas. Ya la gente lo piensa dos veces para salir a hacer una diligencia, para ir al médico, o llevar a los niños a una clase extracurricular. Ellos salen hoy de sus casas una hora antes para ir al colegio y regresan una o dos horas después de lo acostumbrado. Las madres que trabajan no llegan a tiempo para llevarlos a visitar a los abuelos, a hacer una tarea con un compañero, y conozco algunas que están buscando para sus hijos médicos en ciudades vecinas, como Rionegro, aunque allí se están cometiendo fielmente los mismos errores que en Medellín, y esa ciudad no tardará en tener unos problemas similares e insolubles por la falta de previsión. En Medellín, llegar a tiempo a una junta de trabajo, a una cita médica, a una reunión entre amigos, es fruto de un gran esfuerzo, de una tarea logística, y de una gran inversión de tiempo, bien preciado del que muchos carecemos. El trancón y los atracos son temas reiterativos que se tratan con angustia, con impotencia. Asolados entre la violencia y la inmovilidad, los habitantes de Medellín tienen que considerar su legendaria manera de vivir, fácil, amable y eficiente, como un recuerdo que pertenece a un pasado irrecuperable.

 

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