No escampa la lluvia de balas en la frontera de Cúcuta

No escampa la lluvia de balas en la frontera de Cúcuta

"Ante el sonido de los tiroteos, un segundo de silencio es suficiente para correr a un lugar seguro y resguardar a los más pequeños que quedan desconcertados"

Por: Angélica Rojas Cárdenas
octubre 09, 2017
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No escampa la lluvia de balas en la frontera de Cúcuta
Foto: elnuevodiario.com.ni

"Pólvora, solo es pólvora, no se asusten" es lo que a diario los padres le repiten a sus hijos mientras las ráfagas se escuchan detonar en cercanía al puente internacional Simón Bolívar.

Tan frecuente y cotidiano se ha convertido el temor que se siembra desde que las balaceras que provienen de las trochas de San Antonio del Táchira (Venezuela) que han traspasado a territorio colombiano. Esas balas ya no cruzan a La Parada, ahora se disparan desde La Parada.

Ante el sonido de los tiroteos, un segundo de silencio es suficiente para correr a un lugar seguro y resguardar a los más pequeños que quedan desconcertados en medio del llanto.

Son minutos eternos que parecen apagar la esperanza de una comunidad enterrada en el olvido.

La Cancillería colombiana no ha realizado ningún pronunciamiento por los hechos que aturden a la frontera por donde transitan diariamente 50.000 ciudadanos venezolanos y colombianos.

La policía asegura que los disparos se originan desde las trochas ubicadas en territorio venezolano, pero los corazones de los habitantes de La Parada palpitan aceleradamente del miedo cada vez que sienten los fusiles dispararse desde el sector La Playita.

La Playita no es como su nombre lo dice, cerca a sus casas corría la furia del río Táchira que hasta el día de hoy se convirtió en un hilo de agua por donde transitaron las cargas del contrabando y ahora solo lo pisan las botas que desencadena los tiroteos.

Pasar de ser protagonistas del contrabando a testigos de las balaceras y cómplices del miedo pareciera no tener el precio de la institucionalidad.

Un precio que le cobra a la supervivencia de la frontera donde los niños crecen queriendo ser maleteros para cargar el peso del contrabando o jugando al policía y al ladrón.

Pero de aquellos días de juego al correr detrás de un balón solo queda correr para esconderse de las balas.

Mientras se jugaba a cerrar los ojos para contar las escondidas, queda el juego de vida de taparse los oídos y ojos contando hasta que se silencien las balas y no ser atrapado por una de ellas.

Así es vivir en la frontera, ni el sol oculta la realidad que los acobija, ahora alumbra los pasos de las botas que cruzan en segundos el río Táchira y disparan sin control.

Son cinco décadas del juego de la vida en la frontera, gobiernos van y vienen y las promesas de la institucionalidad se desvanecen como el viento.

Lo más cerca a la presencia de la institucionalidad en la frontera es la inspección de policía que queda a dos metros del puente internacional Simón Bolívar, pero es una inspección sin policías, una sobreviviente de latas y escritorios deteriorados.

En mayo, el entonces ministro de defensa, Juan Fernando Cristo, visitó el municipio histórico y prometió lo que nunca ha existido en La Parada, una estación de policía, pero hasta el día de hoy no existe ni el primer ladrillo para su construcción.

También anunciaron la inversión de 60 cámaras para garantizar la seguridad, pero esta no se ha visto. Las únicas cámaras son los ojos de los que viven y pisan la frontera.

La frontera no quiere más bala solo exige lo que cualquier comunidad pediría, seguridad.

Si no ha sido suficiente una docena de balaceras en dos meses, entonces la sangre de quién tiene que correr por la frontera para que el gobierno nacional reaccione ante la realidad de criminalidad que se asoma diariamente por estos lados?

Es cierto que se han realizado concejos de seguridad, pero nadie ha visto los resultados, solo operativos policiales que duran menos de una semana y desaparecen en medio de la noche.

No se trata de que los policías mueran por enfrentarse a las balas de la criminalidad, simplemente es que su presencia garantice que La Parada no está sola como siempre lo ha estado.

La realidad es que es una guerra de las trochas en la frontera que apuntan a un solo blanco, La Parada.

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