En defensa de Iván Duque y su gestión

En defensa de Iván Duque y su gestión  

Sin ser político llegó a la presidencia y, la verdad, ha mostrado que sabe para dónde va, así las encuestas no lo favorezcan

Por: Enrique Afanador
noviembre 19, 2018
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En defensa de Iván Duque y su gestión  
Foto: Instagram @ivanduquemarquez

No es extraño el menester político. Su padre siempre lo fue y, por consiguiente, su casa y su mundo giraba en torno al servicio público. Por edad no podría opinar a fondo sobre el presidente Duque, pero quienes lo conocen se deshacen en buenos comentarios. Aún así, el mandatario tiene su popularidad en barrena en las encuestas y vive un evento sin precedentes en la historia de Colombia. Algo, sin embargo, muy fácil de explicar a partir de unas simples deducciones.

No soy uribista, pero del gobierno de Álvaro Uribe rescato algunas cosas: la ley de justicia y paz y el sometimiento y extradición de los jefes de ese aparato de terror llamado AUC, pero deploro que manipuló la Constitución para reelegirse.

Del expresidente Santos hay que hablar cosas muy puntuales: desarmó a las Farc, pero se vio envuelto en eventos bochornosos como la mermelada a los congresistas, los dineros de Odebrecht en su campaña, la negociación en secreto con la guerrilla y su derrota en un plebiscito que costó miles de millones, que pudieron ahorrarse con una mesa de diálogo nacional. Ello, sin mencionar su evidente falta de carisma, que lo obligó a sobregirarse para sobrevivir a un pueblo escéptico y retrechero por las concesiones a las Farc.

Duque, sin duda, es más gerente que político. Si realmente fuera esto último, feriaría puestos, repartiría ministerios por partidos, embajadas por partidos y concesiones por doquier. El presidente está cumpliendo con un principio básico anticorrupción, no repartir puestos y arrebatarles a los caciques políticos regionales sus cuotas en diferentes entidades.

Es obvio que entre cócteles se planifiquen conspiraciones, con prácticas rastreras y utilizando la polarización creciente. El que el presidente se pare desde un atril a decirle al país que prefiere no tener aplanadora en el Congreso a entregar los pocos recursos del país, no solo es de valientes, sino es un acto de seriedad, mas allá que se trate de disfrazar el verdadero descontento en el Capitolio, diciendo que el presidente es una caricatura porque juega fútbol o canta con Maluma o Vives.

La verdadera raíz del problema no es Duque, que libra una guerra entre la herencia de un gobierno que no se midió en gastos. Es un Congreso huérfano de mermelada y puestos para alimentar las maquinarias insaciables enquistadas en la yugular del Estado. El juicio no es al presidente, el juicio es al Congreso que en el gobierno anterior y sin ruborizarse aprobó reforma tributaria (perpetuó el 4 x1.000) y que se desbordó con los cupos indicativos. En las regiones pueden observarse a simple vista muchas obras inconclusas y de pésima calidad.

La crisis de los recursos de la educación no es nueva ni este es su fin. A la juventud no se le puede distraer con derechas o izquierdas, manipulándoles la ilusión de tener un país perfecto cuando este carnaval de despilfarro tiene nombre y apellido. El jefe de Estado tiene que tener el valor —y sé que lo tiene— para revelar los números que causaron esta bancarrota.

En el Capitolio, a nombre de la paz, hubo de todo. Aquí la aplanadora sí funcionó y se esfumó la polarización: izquierdistas y enmermelados coincidían para votar y hasta viajaron a La Habana juntos. Colocarse la palomita en la solapa era cool, pero cuando se advertía que la paz era costosa y que al hacerla así desangraba el presupuesto nunca se detuvo el festín de los recursos que dieron a los legisladores.

No es incendiándole Bogotá a Peñalosa por unos buses, ni el país a Duque, como se nubla la verdad de que Colombia sí está tomando un rumbo. No soy de derecha y mucho menos de esta izquierda generadora de odios, pero hoy celebro que el presidente, aunque cante, baile toque guitarra y haga la 21, haya anunciado de su propia boca que no alimentará más a ese verdadero monstruo que habita en el Capitolio.

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