En Colombia aún pensamos que los homosexuales son abusadores de niños

En Colombia aún pensamos que los homosexuales son abusadores de niños

Un incidente como el del Andino, demuestra que la ignorancia, el odio y la homofobia seguirán siendo la única enfermedad que agobia a este país

Por: María Fernanda Rodríguez
abril 15, 2019
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En Colombia aún pensamos que los homosexuales son abusadores de niños

Al fondo del video suena "ustedes no piensan en los niños. ¡Pues yo sí!", La excusa favorita y predilecta de los grandes homófobos en Colombia. Hablar de la homofobia en este país es un tema delicado, tenemos que admitir que Colombia no solo es homofóbica sino irrespetuosa, intolerante, retrógrada y, lo peor de todo, homofóbica enclosetada. Muchos se resguardan en la idea falsa del famoso "yo los respeto pero...", "yo los apoyo pero...", ¡PERO NADA! Tenemos que reconocer que incluso quienes hacemos parte de la comunidad LGBTIQ+ tenemos algún tipo de discriminación dentro de la misma. Sí, que no se les haga raro eso porque nadie lo habla, nadie abre la boca para admitir, pero sí para discriminar. La misma comunidad trans ha puesto de manifiesto las veces que se ha sentido excluida por la 'L' y la 'G', que vienen siendo las lesbianas y los gays. Este es un tema para hablar en otro momento, pero lo pongo sobre la mesa para que entendamos la complejidad que existe y camina alrededor de todos nosotros. Aún no sabemos apreciar la diferencia ni convivir con ella. No nos enseñaron sobre eso ni nos explicaron la responsabilidad que hay en la palabra.
El señor del Centro Comercial Andino es uno de los sujetos que representa al sector más intolerante de todo el país, y al mismo tiempo al más ignorante pero más poderoso. ¿Quién recibió la multa? La pareja de hombres. ¿Por andar cogidos de la mano entonces están pervirtiendo a un niño? ¿Le están enseñando a ser lo "más prohibido" de este país? Usted coja a un padre de familia y pregúntele "¿Usted se considera homofóbico?", a lo que él probablemente responda que no en un intento de hacer parte de lo que él considera "progreso", pero luego pregúntele "Perfecto, ¿y si su hijo es homosexual o transgénero o bisexual lo aceptaría?", a lo que probablemente recibirá una respuesta como "Uy, no, si es un hijo mío es muy difícil... esperaría que no". Les cuento que lo único que se "esperaría que no" es que los discursos violentos no empezaran en los hogares, que los niños no crecieran construyéndose a sí mismos con binarismos como "o eres hétero, o eres homosexual, porque lo uno está bien y lo otro está mal". Nos metieron en cajoncitos y nos hicieron ver el mundo así: lo que está bien, lo que está mal, lo que pervierte y lo que no, de tal forma que en el lenguaje se siguen usando las palabras "homosexual, lesbiana, transgénero, bisexual, etc" –por no decir marica– de forma peyorativa. Y entonces empezamos a etiquetar a todo el mundo como si fuéramos objetos de estudio únicamente.

¿En dónde está la perversión realmente? Si hablamos de una inclinación antinatural en el comportamiento, podemos hablar de las intenciones de violencia en el lenguaje que se convierten en un comportamiento, "en una manera de funcionar en una situación determinada". Y claro que lo es. Es pervertido darle una categoría peligrosa, enferma y "antinatural" a una decisión y construcción de vida que no ha sido fácil. Una persona homosexual conoce y reconoce que su proceso de identidad sexual ha sido una construcción continua más no un "descubrimiento de momento", y sobre todo reconoce que ha sido difícil por vivir en un contexto que es violento en sí mismo. Por no decir que una "mierda". ¿Quiénes son los primeros sujetos a quienes les tememos? A nuestros familiares. Y lo peor de todo es que tenemos que temerle al mundo que habitamos.
¿Qué se le está enseñando a un niño cuando se le dice que dos personas del mismo sexo no pueden ir por zonas públicas cogidos de la mano porque eso está mal? Le está enseñando a odiar, irrespetar, intolerar y perpetuar una cadena de violencia sin fin en su herencia y alrededores. ¿Cuándo vamos a aprender que necesitamos desaprender muchas construcciones culturales para ser capaces de aprender nuevas? ¿Cuándo vamos a aprender que si no tenemos ni una mínima idea de lo que estamos hablando es mejor quedarnos callados? Pareciera que la gente más homofóbica, que más recrimina y discrimina, es la misma que más esconde cuestiones de identidad que rechazan en ellos mismos.
Pensar todavía que la comunidad LGBTIQ+ es sinónimo de pedofilia es permitirse vivir en la ignorancia. Ya en 1973 la Asociación Norteamericana de Psiquiatría se dijo que la homosexualidad no tiene que ver con una desviación sexual. También en 1990 –el 17 de mayo– la Organización Mundial de la Salud desplazó la homosexualidad de la categoría de "enfermedad". Y estos datos los doy en caso de que me lea gente que necesite pruebas tangibles y de estudios "certificados". Me parece que la enfermedad que está agobiando a este país es la ignorancia, y es tan infinita que hace que la ceguera hacia el prójimo se esparza como epidemia y se normalice. Hay que sentarse a leer una semana, no más de una semana, para poder entender los fenómenos sociales que ocurren, no solo de manera inmediata, sino históricamente. Dejar de comer cuento entero y de permitir que lugares de confort dominen la vida. Permitirnos incomodar porque ser conscientes de que hemos crecido en una cultura misógina, machista, homofóbica (y transfóbica, por supuesto, por no dejar de lado las demás fobias que le corresponden a la comunidad LGBTIQ+) nos va a permitir movernos de allí, repensarnos y hacer autocrítica constantemente. Reconocer nuestro lugar de enunciación, desde dónde estamos hablando, cuál es nuestro lugar de privilegio en el mundo y qué herramientas de allí pueden utilizarse para seguir aprendiendo y desaprendiendo.
En un país donde el odio se despierta incluso con discusiones de lenguaje inclusivo –como en el caso de Carolina Sanín–, no es de extrañarnos que situaciones que "ya no deberían suceder" sigan pasando. Ya dejemos de excusarnos en los "niños", dejemos la mojigatería, el problema no es con los niños, el problema es que ser humanos nos quedó grande y aprender a hablar, incluso más.

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