Elogio a la tibieza

Elogio a la tibieza

Sobre el reiterado rechazo de la Coalición Colombia a Gustavo Petro

Por: Nelson La Rotta
marzo 15, 2018
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Elogio a la tibieza

Ver las notas de muchos contactos reaccionando a la decisión de la Coalición Colombia por negarse a aliarse con Petro inevitablemente suscita e invoca este texto que sintetiza algunos elementos de mi opinión sobre el tema. Pocas veces opino públicamente sobre estas cuestiones, pero la crispación actual me ha hecho expresarme formalmente al respecto.

He identificado que una de las primeras críticas que le suelen hacer a Fajardo, y a aquellos que lo acompañan, es la arrogancia de estos tres líderes por no hacer fórmula con Gustavo Petro para la presidencia. No me parece curioso que en este país se confunda la coherencia con la arrogancia, sobre todo porque es uno en el que sobra la segunda y escasea la primera. ¿Por qué estoy en contra de esta unión? Porque es evidente que los proyectos de estos dos sectores no concuerdan entre sí, y si bien tienen preocupaciones comunes, la forma en la que estas son comprendidas y la manera en que quieren ser resueltas dista mucho la una de la otra. Y estoy seguro de que ninguno está dispuesto a ceder, triste realidad.

Debe resaltarse que el argumento de que hay que unirse se sustenta, fundamentalmente, más que en el desarrollo de un proyecto común para el país, en la derrota a toda costa de la derecha. Una postura que considero errónea puesto que apela a la misma lógica que se supone se quiere erradicar. Es por ello que valoro la postura de esta coalición, ya que considero es mal síntoma para una democracia que los sectores que se definen como centro terminen aliados con uno de los extremos políticos, bajo el único objetivo de imponerse sobre el opuesto. Se les acusa de tibios y puede ser cierto, pero esa definición antes de ser un insulto debe considerarse como algo necesario para el momento en el que se encuentra el país.

Muchos de mis contactos llaman y aclaman a Petro como la única esperanza de cambio, como un caudillo (No lo digo yo, Petro se la pasa comparándose con Gaitán) sobre el cual reposa el cambio que este país tanto necesita. Sin embargo, contrario a lo que suele decirse, Petro no ha hecho méritos para ganarse el apoyo y el respaldo interpartidista que tanto desea, y el desarrollo de su alcaldía es muestra de ello. Si recordamos, fue una situación en la que es innegable la oposición que encontró por el Concejo y otras instituciones, así como tampoco es innegable que la repuesta de Petro fue radicalizarse en sus posiciones, entrar en conflicto y nunca tuvo una disposición honesta de diálogo, por lo cual se dedicó a gobernar vía decretos. Sin olvidar todas las cabezas que rodaron en su gabinete. Debemos considerar este antecedente puesto que en caso de que este candidato llegue a ganar, la oposición a la que se enfrentaría sería mucho peor que la de su alcaldía, ya que fue una época anterior a la elección Santos II y al Plebiscito por la Paz 2016. No niego su inteligencia, la profunda comprensión que tiene del país y la nobleza de muchas de sus propuestas, pero creo que no es el líder que Colombia necesita actualmente. En lo personal, no comparto muchas formas de su personalidad que creo que en una situación de poder pueden llegar a ser muy dañinas.

Considero que algunos de sus seguidores se encuentran obnubilados por la necesidad de ese afán transformador que diferentes corrientes ideológicas, nacionales e internacionales, han dibujado desde la academia y el arte, pero que muchas veces las expresiones materiales de estas propuestas se quedan cortas frente a los contextos nacionales y al timming histórico que implican, sobre todo si consideramos que la democracia efectiva y la no-violencia deberían ser la bandera fundamental sobre la cual estos modelos se construyan.

En esa medida, creo que dentro de este afán se han dejado de lado las necesidades urgentes que tiene el país en materia política e ideológica, la elección de Gustavo Petro más que ayudar a los problemas estructurales del país; ahonda los actuales. La polarización se incrementaría a niveles aún más peligrosos que los que estamos viviendo y, teniendo presente la forma en la que quedó el legislativo, se entraría en un estado de ingobernabilidad que haría de los próximos cuatro años un padecimiento para todos los colombianos. Hay que ser conscientes un presidente y cuatro senadores no hacen nada y, con todo un país en contra, los avances con relación al estado actual de las cosas serían mínimos pues, tristemente, serían sacados a la fuerza y borrados en las elecciones del 2022. Tengamos en cuenta que Petro es el candidato, que dice que en su primer día de mandato va convocar una asamblea constituyente con más del 75% del congreso en su contra.

En mi opinión, Colombia necesita de la tibieza que tanto les critican a los sectores de centro. Para bien o para mal Colombia nunca ha sido un país de revoluciones. El tránsito a una sociedad más justa necesita de eso ¡un tránsito! y una orquesta de decretos o una constituyente lo que harían es arrojarnos a un estado de zozobra e incertidumbre que no sabemos propiamente a donde nos puedan llevar. La historia demuestra que las cosas a la fuerza no cuajan. Necesitamos de un gobierno que sea capaz de dialogar con todos los sectores de la sociedad colombiana, en serio todos, un gobierno que respete y trabaje de la mano con las instituciones que cuenta el Estado colombiano. Y si bien creo el centro político es muy difícil de identificar, y es sumamente borroso y etéreo, esta capacidad de diálogo, diálogo tibio si quieren decirle, es lo que permite hacer del centro la forma más viable para el contexto actual colombiano. A la politiquería, al clientelismo y la clase política se les remplaza, se les saca del juego, pero no es necesario llevarse el Estado por encima, y cuatro años más de historia, para sacarlas del partido.  Aunque no parezca, las 24 curules que el domingo quedaron en manos de sectores disidentes de la política tradicional son un logro para nuestra democracia. Si los próximos cuatro años nos dedicamos a abordar nuestros problemas estructurales desde el diálogo, la planeación y la comprensión de un país que mire más allá de los próximos cuatro años, seguramente tendremos un legislativo mucho más parejo, y seguramente más democrático.

Otra elección que ha dado la historia es que los cambios duraderos se construyen, no se imponen. Llevamos casi veinte años intentando liberarnos de uno de problemas que nos dejó el siglo XX, y aún hoy no hemos podido. Algo de lo que estoy seguro es que no podemos afrontar los problemas del siglo XXI bajo la misma lógica. Es tiempo de alejarnos de la utopía, no hay un remedio mágico contra la violencia, la desigualdad y la corrupción; por triste que suene no se van a erradicar de la noche a la mañana. El trabajo, la constancia y el tiempo son la mejor fórmula contra nuestros males.

 

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