Elogio de la Complejidad
Opinión

Elogio de la Complejidad

Graves hechos de corrupción, capturas de funcionarios, persistencia de una clase política clientelista y manipuladora, han contribuido a la caída de los referentes institucionales y a una sensación de desesperanza

Por:
julio 23, 2017
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Empecemos por lo obvio: la complejidad es incómoda.  A nadie le gusta que, ante una posición, opinión, pregunta o afirmación,  le digan: “las cosas son más complicadas.” A nadie le gusta sentirse perdido o impotente frente a una realidad que parece no entender ni dominar.  En ningún momento el mundo ha sido un lugar “simple”; somos seres intrincados, cambiantes y erráticos por lo cual  siempre ha habido una gran dosis de complejidad rondando por ahí.  Hay épocas, sin embargo, en las que sentimos que nada es del todo claro y que las complicaciones y la incertidumbre son mayores y, en algunos casos, hasta apabullantes.

Siento que Colombia, y otros tantos países del mundo, viven uno de esos períodos, producto de varios factores, algunos de los cuales quisiera mencionar.  En primer lugar el país y sus instituciones, en el sentido amplio del término, viven una profunda crisis de legitimidad.  Las encuestas, los titulares y las conversaciones de familia, amigos, empresa o calle así lo demuestran.  Graves y repetidos hechos de corrupción en todos los niveles de gobierno y en el sector privado, tanto como las capturas de altos funcionarios encargados de enfrentar, además de la corrupción y la delincuencia,  la persistencia y aguante de una clase política clientelista y manipuladora que ha hecho todo lo posible por desfigurar la actividad electoral y el servicio público, han contribuido a la caída de los referentes institucionales y a una sensación generalizada de desesperanza y desconexión.   El mundo globalizado y las economías interdependientes, que no son nuevas, pero si cada vez más impactantes, también afectan la vida de la gente de forma real y compleja (el precio internacional del carbón metalúrgico subió casi un 100 % el año pasado porque China limitó el número  total de días al año que se puede trabajar una mina, con lo cual bajo su producción y disparó la producción alrededor del mundo.  Los mineros, que volvieron a trabajar después de muchos años, se lo deben a una decisión de un gobierno extranjero a miles de kilómetros).  Finalmente, y aunque suene paradójico, el fin del conflicto armado con las Farc y la desaparición de este grupo armado ilegal, que a la fecha ha traído innegables y emocionantes resultados humanitarios y sociales, ha sido un reto inédito y complejo para muchos ciudadanos.

 

 

Algunos se niegan a perder el mundo de buenos y malos
e intentan mantener vivos a los enemigos de antaño,
o se inventan otros

 

 

Resulta que para algunos era mucho más sencillo cuando había un enemigo claro e identificable con quien se comparaban  y enfrentaban.  Aunque la guerra es dolorosa y destructiva, también tiene una facultad extraña para trazar límites certeros y fronteras que sirven para que las personas se definan, se encuentren a sí mismas y, por supuesto, justifiquen sus acciones.  Los buenos contra los malos; la gente de bien contra los terroristas.  O, por el otro lado, los liberadores contra la oligarquía explotadora.  La guerra, su urgencia y sus extremos, exige contundencia y claridad, pero también permite señalar, sin mayores complejidades o reflexiones, al otro como un enemigo a quien hay que neutralizar con la muerte o la prisión (desde una mirada simple, allí se lleva a los malos).  Ahora resulta que no hay un grupo al cual culpar de nuestros males y, quienes  antes eran el blanco de un bombardeo, una bala de fusil o una condena de 60 años,  se presentan, hablan, critican y participan.  Es una realidad deseable y bienvenida por cuanto pone fin a una etapa oscura de muerte y destrucción de más de medio siglo, pero exige de una mirada que tenga en cuenta diferentes realidades; que reflexione sobre la justicia y acerca de otras posturas, complejas en sí mismas.

Cuando algunas de las certezas del conflicto armado se suprimen, “aparecen” temas complejos y preocupantes como los siguientes: Cerca del 60 % de los 11 532 homicidios en el país son el resultado de problemas de convivencia e intolerancia (vecinos, familiares y ciudadanos “comunes y corrientes”).  La mayoría de estos asesinatos se relacionan con el consumo de alcohol, -nuestra droga legal y gran fuente de ingresos para la salud-;  la segunda causa de muerte violenta en mujeres son sus parejas actuales o pasadas y uno de los lugares más peligrosos para los menores de edad es ¡su domicilio!  En este escenario es  mucho más difícil trazar la línea que  separa los buenos de los malos. También las respuestas a estos retos son  menos claras y mucho más complicadas.

Hay diferentes maneras de reaccionar ante la complejidad.  Algunos se niegan a perder el mundo binario de buenos y malos e intentan mantener vivos a los enemigos de antaño o, cuando esto ya no es posible, se inventan otros que les permitan permanecer en las certezas del nosotros contra ellos (“violadores de niños” o “enemigos de la raza”, por ejemplo) .  Otros eligen el pesimismo y la distancia.  Finalmente hay quienes entienden que ningún triunfo humano es total y que en todos nuestros proyectos avanzamos, y a veces retrocedemos, paso a paso, con algunas certezas y siempre con preguntas profundas, y en no pocas ocasiones angustiantes.  El reto fundamental, y la gran oportunidad, es poder compartir este tiempo y este espacio sin persecuciones y sin causar daño.  Así de complejo. Pero también así de simple.

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