El último día de una guerra que nunca debió empezar

El último día de una guerra que nunca debió empezar

'Hoy se ha anunciado que hemos llegado a un acuerdo con las FARC para ponerle fin a un conflicto que hemos vivido durante más de 50 años'

Por: Nelson Cárdenas
junio 22, 2016
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El último día de una guerra que nunca debió empezar
Foto: Jesús Abad Colorado

Hay una pregunta de concurso de belleza que siempre me ha causado mucha curiosidad: “¿A qué momento de la Historia le gustaría a Ud. poder volver?”. Las concursantes, que ya tienen ensayada la respuesta, suelen decir con voz enternecida que ir al nacimiento de Cristo o al tiempo en los que él vivió o murió. La respuesta no es muy distinta cuando se la hacen a cualquier otro mortal.

Mi curiosidad me pone entonces a pensar si al uno viajar a un momento histórico tuviera conciencia de dónde está parado y actuara en consecuencia. O si para el caso del ir al tiempo de Cristo le negáramos la posada a esa María desplazada a punto de parir o fuéramos a aplaudir la muerte del subversivo judío en la cruz.

Hoy se ha anunciado que hemos llegado finalmente a un acuerdo para el fin del conflicto armado interno que hemos vivido por 50 años, una guerra que es la misma guerra que ha sido desde nuestro nacimiento como nación. Una guerra que nunca debió ser, si hubiéramos tenido algo menos de soberbia y hubiéramos entendido antes que las bombas y la muerte no arreglan los problemas, como no los arregla matar al perro del vecino para librarnos de sus ladridos. La violencia y la destrucción no arreglan los problemas sino que los agrandan. Pero éramos, somos, un país joven. Como cualquier adolescente que tiene cuerpo de grande pero mente de infante, que no sabe qué hacer con su fuerza, ni cómo ser lo que se supone que debe ser. Nuestro país le apostó, en un tiempo en el que esas apuestas tenían posibilidades en el imaginario, a la guerra.

Corrían los tiempos de la Guerra Fría y la sensación de unos y otros de que la guerra popular podía derrotar a los regímenes eternos y totalitarios --como había ocurrido en Cuba en el 57-- había impulsado a los campesinos a tomar las armas para cambiar el estado de las cosas y al Establecimiento (es decir, el estado de las cosas) a usarlas con toda severidad, esperando, como era la promesa de nuestro “amigo del norte”, borrar la amenaza de perder sus privilegios.

50 y pico de años, cientos de miles de muertos, de lisiados, de desaparecidos, millones de desplazados y de dolientes en lado y lado, y hasta dos momentos de nuestra historia sangrante en el que cada uno de los bandos creyó que la victoria militar estaba a la vuelta de la esquina. Todo eso nos tardó alcanzar el cansancio de los que se han molido a golpes y ya quieren arreglar por las buenas.

50 años. Cuando nos pregunten en el futuro “por qué lo hicimos” no lograremos atinar una respuesta valedera. Nadie en su sano juicio entenderá que nos hayamos matado entre hermanos, por medio siglo, en medio de un país lleno de posibilidades y de recursos para dar y convidar, peleando una guerra ajena, una guerra que podríamos haber arreglado con algo de justicia. Un guerra, que incluso aunque hubiera sido justa, no debió haberse intentado por más de 5 años.

Hace unos años me hicieron una de esa preguntas de reina. Me preguntaron en una entrevista –desparchados los periodistas–: "¿Cuál sería la foto que quisiera tomar en la vida, la que me falta por tomar? Eran los tiempos de la euforia guerrerista de Uribe y cualquier cosa que no fuera un “firmes” ante la bandera era considerado terrorista.

Yo les dije, con la mejor cara que pude, que quería tomar la foto de un soldado y un guerrillero cuando esta guerra acabara. Tal vez creyeron que yo era un mamerto, como en efecto soy, o algún marihuano, como lamentablemente no. Pero hoy el día está llegando.

Yo no sé si vamos a poder ser conscientes o no de la relevancia de esto que está pasando, en medio de los partidos de fútbol y la babaza en la boca que aún poseen muchos que creen en la bondad de los fusiles y en la importancia de la productividad y los trajes de paño con corbata. Ojalá y sí logremos verlo. Y digo “verlo” como reconocerlo, como saber que eso que está parado ahí, en frente, es la posibilidad de hacer un país distinto sin tener que matarnos en el intento.

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