El templo donde la Selección Colombia hizo su casa: la historia del Metropolitano

El templo donde la Selección Colombia hizo su casa: la historia del Metropolitano

Así nació el estadio que ha visto a la Selección Colombia clasificarse a cinco mundiales y que hoy frente a Perú vuelve a rugir con fuerza camino al de 2026

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junio 06, 2025
El templo donde la Selección Colombia hizo su casa: la historia del Metropolitano

En el 20 de julio de Barranquilla se levanta un coloso que respira con cada grito, cada gol y cada angustia que viven miles de aficionados que se visten de amarillo. El Estadio Metropolitano Roberto Meléndez, conocido simplemente como “el Metro”, no es solo cemento, silletería y gradas. Es historia viva. Es la casa de la Selección Colombia.

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Pero antes del Metropolitano, hubo otro templo más modesto. El Romelio Martínez fue durante medio siglo el lugar sagrado del fútbol en “la Arenosa”. Allí, desde 1934, la gente comenzó a enamorarse del balón. Y aunque el estadio fue un símbolo, su alma pronto se vio encerrada entre muros que ya no podían contener tanto amor. El Junior crecía, la ciudad también, y la hinchada no cabía, además Colombia había sido elegida en 1974 como sede del Mundial de 1986. Julio César Turbay, entonces en plena campaña presidencial, lo prometió: un estadio a la altura de los mejores del mundo. Y lo cumplió.

La primera piedra se puso en 1980. La construcción tardó seis años. La cabeza detrás del diseño fue José Francisco Ramos Pereira, un arquitecto nacido en Aguachica, en el Cesar. Había estudiado en Alemania, donde aprendió a soñar estadios, y al volver a Colombia se inventó uno sin precedentes.

Se llamó Roberto Meléndez por una razón de justicia y de memoria. Meléndez fue un delantero de los años 30 y el primer colombiano en jugar en el exterior y un símbolo del fútbol costeño. El periodista Chelo de Castro propuso su nombre en 1991, y desde entonces, cada gol en ese estadio le rinde homenaje.

El 11 de mayo de 1986, el Metro abrió sus puertas. Ese día Junior enfrentó a Uruguay. El césped se estrenó con un penal de Enzo Francescoli. Cuatro días después, llegó Diego Maradona con la selección Argentina. Fue el mismo Diego Armando que semanas más tarde levantaría la Copa del Mundo. El Junior le empató a la Albiceleste. Luego vino Dinamarca. Tres partidos, tres selecciones mundialistas. Y aunque el Mundial no se hizo en Colombia, Barranquilla se había ganado ya un nombre.

Desde entonces, el Metro se volvió testigo de historias y de estrellas, también de alegrías y tristezas. En su primero partido de eliminatoria Colombia venció a Paraguay en 1989. Y desde ahí, se volvió su casa. Italia 90, Estados Unidos 94, Francia 98, Brasil 2014, Rusia 2018. Cinco mundiales celebrados con sudor y garra que tuvieron como aliado y protagonista este estadio al que le caben 46 mil hinchas.

Si algo tiene Barranquilla, es que cuando la Selección se pone la amarilla, la ciudad se vuelve invencible. Y allí todo se vuelve fiestase convierte en una mezcla de cumbia, vuvuzelas y aguardiente. Allí los jugadores se crecen. Se hacen gigantes y se sienten en casa.

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Hoy, mientras Colombia se prepara para enfrentar a Perú en el camino al Mundial de 2026, el Metropolitano vuelve a llenarse. No solo de gente, sino de historia. Cada partido es la continuación de una tradición y la posibilidad de escribir una nueva página en un libro que ya tiene muchas, pero que aún no termina.

Si hay un lugar donde Colombia se siente invencible, donde el amarillo no es solo un color sino una bandera flameando con furia y esperanza, ese lugar es el Metropolitano. Y esta tarde, cuando ruja el estadio y la pelota empiece a rodar y cuando los once jugadores salten a la cancha, comandados por un argentino: Néstor Lorenzo, sabremos que no es solo fútbol. Es historia viva. Es poesía hecha concreto, sillas y grama. El Metropolitano hace que todos los colombianos, incluso los que nunca han ido a Barranquilla, se sientan en su casa.

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