El silencio cómplice en el caso de Francia Márquez

El silencio cómplice en el caso de Francia Márquez

Más allá de la folclorización del arrechón y la marimba, es notorio el pánico por el hecho de que una mujer negra llegue a ser vicepresidenta de Colombia

Por: Edgar Velásquez Rivera
abril 11, 2022
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El silencio cómplice en el caso de Francia Márquez
Foto: Leonel Cordero

El capitalismo es un modo de producción eficaz en la superación de sus crisis. Así lo ha demostrado la historia. En las últimas décadas, las etnias, clases sociales y estamentos, que por antonomasia debían generar un pensamiento crítico y liderar una praxis en su contra, fueron pulverizadas por el huracán de la contrarrevolución neoliberal.

Las utopías, las ideologías y las teorías de pretendido alcance universal utilizadas como guías para la acción fueron retaceadas algunas, modificadas otras y reinterpretadas las demás; todas ellas convertidas en adminículos para lograr “pequeñas victorias” de reducido alcance que, esencialmente, terminaron lavando el lodo y la sangre que expele el capitalismo y mostrando de este modo de producción su rostro “humano y democrático”.

Desde entonces, algunos intelectuales “institucionales” y “orgánicos” cambiaron de temas de investigación, métodos y teorías. Los partidos de izquierda se dedicaron a buscar la fiebre entre las sábanas, las organizaciones guerrilleras a ir tras el ahogado río arriba, los sindicatos tanto patronales como contestatarios a rumiar sus desgracias, los desencantados de todo encontraron “asilo existencial” en las iglesias, las drogas y el alcoholismo; los estudiantes universitarios (tanto pseudo izquierdistas como los pichones de paramilitares) prefirieron aprehender y practicar, tempranamente, la corrupción en todas sus manifestaciones; los docentes universitarios, decidieron convertirse en una letal amenaza interna de las universidades públicas; los indígenas resultaron ser eficientes, eficaces y profesionales de la mendicidad cuyas ambiciones no tienen límite ni techo; los obreros, empleados y funcionarios decidieron hacer del arribismo su más notable rasgo; y los negros prefirieron acomodarse en ese hirsuto capitalismo que los secuestró y trasplantó a otros continentes en condición de esclavos.

Y así, cada quien ocupado en lo suyo, da la sensación de que nadie quiere algo distinto al capitalismo. Por el contrario, se observan notables esfuerzos por tener éxito en el marco del mismo y en ello radica la eficacia del capitalismo para superar sus crisis cíclicas, estructurales y coyunturales.

Con acierto se afirma que el producto más perfecto del capitalismo es un pobre de derecha, conservador, procapitalista y, además, proestadounidense. Los embustes que se hacen llamar “izquierda” en Colombia no proponen revoluciones. Paradójicamente, si logran ser gobierno, serán calificados operarios que velan por el mantenimiento y conservación del statu quo.

En ese horizonte se ubica la controversia política, cuyos más connotados actores son el reformismo del Pacto Histórico y la extrema derecha afecta y ligada al terrorismo de Estado, al narcotráfico, al desplazamiento forzado y la corrupción; predominando en esa ideología responsable de la crisis por la que atraviesa Colombia, lo obsceno, vulgar y superficial en representación de ese país simulador, fantoche, criminal y anacrónico.

Sus gobiernos son el paraguas para que la acumulación primaria de capitales se reedite incesantemente, la colonización adquiera nuevas formas y la esclavización se muestre bajo distintos rostros.

De esa matriz ideológica derivan fenómenos insoportables. Uno de ellos es el racismo. Como se sabe, el racismo es el resultado de la ignorancia y, como suceso histórico, tristemente ha cegado millones de vidas humanas en distintas partes del mundo, pese a que desde la Segunda Guerra Mundial la “comunidad internacional” emprendiera sistemáticas campañas en contra de ese lastre. Esa lacra pervive.

Así lo testifica la implacable y sañuda actividad de activistas de esa extrema derecha contra Francia Márquez Mina. Más allá de la trivialización del arrechón y la marimba (ambos productos de la rica cultura negra del pacífico colombiano, convertidos en mercancía), es notorio el pánico causado por el hecho de que una mujer negra, eventualmente, sea vicepresidenta de Colombia.

Sobre esta colombiana se ejerce de manera infame una nueva versión de apartheid, no solo racial, sino económico, aporofóbico y machista; aparte de inclementes violencias políticas, cognitivas, lingüísticas, estéticas y laborales.

El anterior linchamiento de que es objeto la mencionada candidata es orquestado por numerosos medios de comunicación al servicio de ese horizonte ideológico (extrema derecha) y ejecutado por legiones de sujetos amparados en estructuras de poder político, militar, social, económico, mediático y religioso que garantizan la impunidad de tal sevicia.

En lo anterior también participan sectores sociales (tradicionales y emergentes) con crapulosas mentalidades de narcotraficantes y paramilitares, al igual que francotiradores amparados en las sombras de las “redes sociales”, pertenecientes todos, a esa subcultura traqueta predominante en Colombia. Solicitar un cese a tal comportamiento es, como reza la vieja expresión española, “pedirle peras al olmo”.

Lo que causa desconcierto es la indiferencia cómplice respecto a ese vergonzoso espectáculo de asesinato público y diario sobre la persona indicada. Ya lo había dicho Martin Luther King: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”.

Preocupa la indiferencia de la primera dama, de las excancilleres, de la actual vicepresidenta, de la ministra de Educación, quienes por el objeto de sus funciones misionales estarían obligadas a promover valores cercanos al respeto y el decoro hacia las mujeres (el sello de clase social se impone).

Causa desconcierto la indiferencia de los entes gremiales que agrupan las diversas disciplinas de las ciencias humanas y sociales, los sindicatos y las ONG. Resulta inaceptable la indiferencia de las universidades públicas, instituciones que, una vez más, se desnudan como parte del problema y no de la solución.

Las organizaciones negras juveniles universitarias denominadas “palenques” también son indiferentes ante ese contumaz ataque inmerecido a alguien de su propia etnia. Aquellas dedicadas a la folclorización, banalización y comercialización de su cultura, apenas les alcanza el tiempo para la mercantilización del arrechón y la marimba; por transitividad, son cómplices de los vejámenes contra su hermana de sangre.

En ese mismo horizonte de indiferentes y cómplices sobresalen aquellos vividores que, anidados en la comodidad académica y habiendo abrazado la casa de los negros, redujeron su accionar a una manera de pelechar y vivir del cuento (desde la cátedra), sin ejercicios concretos de defensa, como urge, ante lo vivido por Francia Márquez Mina. También son indiferentes y cómplices los negros ricos (entre ellos los futbolistas), las iglesias y los poderes públicos.

Lo que experimenta la aspirante al segundo cargo de la nación es, en cierto modo, una repulsiva constante histórica de anulación, desprecio y violencia contra el negro. Cada uno en su momento personajes como Benkos Biohó, José Prudencio Padilla López y Juan José Nieto Gil fueron objeto de la ira de blancos y mestizos.

Reciedumbre y pundonor Francia Márquez Mina, desde las feraces tierras caucanas en cuyos suelos sus antepasados libraron con denuedo épicas batallas, le recordamos que este horrendo pasaje de oscuridad, presagia un pronto amanecer.

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