El Reino Unido después del Brexit: Apatía e incertidumbre

El Reino Unido después del Brexit: Apatía e incertidumbre

El más feliz es Boris Johnson porque aunque los ingleses aun no tienen miedo les preocupa que el nivel de vida se deteriore y el país entre en un periodo de vaivén

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febrero 15, 2020
El Reino Unido después del Brexit: Apatía e incertidumbre

Cuando apenas han pasado unas semanas desde la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE), la normalidad es total en el Reino Unido después de meses de un eterno debate que parecía no tener fin, pero la incertidumbre sigue dominando en los mercados y en las empresas y nadie sabe qué pasará en el largo plazo tras esta ruptura que pone fin a un "matrimonio" que duró 47 años. La incertidumbre gravita entre los británicos que todavía no saben a ciencia cierta la incidencia que tendrá esta abrupta ruptura en sus vidas y en las de las futuras generaciones, aunque también piensan en sus bolsillos y ahí, precisamente, es donde más duele.

"Muchas empresas siguen pensando en cambiar sus oficinas y trasladarse a Europa, bien sea a Madrid, Dublín o Bruselas, pero nadie sabe a ciencia cierta qué pasará el día después del periodo de transición y los planes de contingencia, como suele ocurrir siempre, cambian según pasan los días", me cuenta un empleado español de City Bank rumbo al Reino Unido. Está en lo cierto, muchas empresas ya se trasladaron hace tiempo hacia otras capitales del continente pero todavía quedan muchas cuyos cuarteles generales continúan en Londres u otras ciudades británicas.

Mientras tanto, el primer ministro británico, Boris Johnson, acelera sus planes en cuanto a la modernización de las infraestructuras, poniendo en marcha un ambicioso plan de atención a las vetustas redes ferroviarias, y viajando por todo el país, en un intento por transmitir confianza a los sectores que se consideran más afectados por la salida de la UE.

El mandatario británico visita granjas, mercados, fábricas y cualquier lugar donde considere que puede infundir ánimo y optimismo a sus conciudadanos, todavía algo perplejos porque llegó la fecha deseada por algunos y temida por muchos, como, por ejemplos, los jóvenes menores de 30 años, que votaron masivamente contra el Brexit. El primer ministro aparece en todos los medios, se fotografía con todo el mundo, reparte besos, se viste como un obrero y pretende con ese aire campechano e informal, aunque a veces huele a la naftalina de los palacios de Londres, hacer olvidar a la gente de a pie el largo sainete vivido por esta nación en los últimos tres años.

No olvidemos que Johnson ganó las últimas elecciones más por deméritos de sus adversarios que por méritos propios, pero ganó por mayoría absoluta -casi goleada- y punto, que es lo que cuenta en una democracia. Si los laboristas no se hubieran empeñado en un candidato tan pésimo como Jeremy Corbyn, socialista radical y simpatizante de abyectos regímenes, seguramente hubieran ganado las últimas elecciones y la situación sería bien distinta hoy, pero esa es política ficción para las novelas y los ensayistas de salón.

Las recetas de las nacionalizaciones, el dirigismo estatalista al estilo cubano y las expropiaciones sin ton ni son, tal como exhibía Corbyn en su surrealista programa, son  experiencias del pasado para el estudio de los economistas y no para su aplicación real en una nación desarrollada, europea -por mucho que les pese a los británicos- y anclada en la modernidad. Londres no es Caracas, señor Corbyn, ni tampoco La Habana.

A pesar de todo, el primer ministro tiene ante la mesa muchos retos y desafíos a los que tendrá que hacer frente si no quiere defraudar a una ciudadanía que en estos últimos años han visto pasar por el número diez de Dowing Street a tres ministros más ocupados en gestionar una salida airosa de la UE que  dedicados a sus asuntos cotidianos, tales como el estado del deteriorado sistema de salud británico, la inseguridad pública, el caos que presenta el sistema de transportes -los trenes, por ejemplo, son malos, caros y nunca llegan en hora- y la pobreza que  asombra en cada esquina y es visible en casi todas las ciudades británicas. Por poner tan solo un gráfico ejemplo sobre este asunto, se calcula que el Reino Unido hay casi 500.000 personas sin techo, es decir, durmiendo en la calle literalmente, y la cifra va en aumento, según señalan los expertos en el tema. El año 2018, según datos oficiales, 726 personas sin hogar murieron en las calles británicas, una cifra alarmante y preocupante si tenemos en cuenta que la renta per capita británica se encuentra entre las veinte primeras del mundo con más de 40.000 dólares americanos en su haber.

ESCOCIA, ¿RUMBO A LA INDEPENDENCIA?
Nada más firmarse el acuerdo definitivo entre la UE y el Reino Unido, la primera ministra o ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, amenazó directamente al gobierno británico con convocar una consulta independentista si los planes consumados llegaban a cumplirse y el país abandonaba el barco europeo. Esa misma determinación ha acompañado a Sturgeon después del 31 de enero, cuando definitivamente Londres cumplió sus planes y abandonó la UE tras décadas de pertenencia a la misma, defraudando las expectativas de millones de ciudadanos que esperaban una segunda consulta sobre la secesión británica.

Ahora, los ojos están puestos en las elecciones municipales del próximo año, en las que el gobernante Partido Nacionalista de Escocia -SNS, en sus siglas en inglés- tiene el objetivo de hacerse con casi todo el poder local escocés sobre las ruinas de los partidos liberal, conservador y laborista. Escocia fue antaño un feudo laborista hasta que desde hace unos años el discurso nacionalista fue en auge y el SNS fue capaz de robarle al laborismo sus importantes "graneros" en esta región del Reino Unido, de tal forma que ahora los laboristas cuentan con apenas un representante por Escocia en el parlamento nacional cuando en el 2010 tenían 41, mientras que los nacionalistas han pasado de seis en esa fecha a los 48 actuales sobre un total de 59 en juego. Además, el SNS ha impregnado un giro progresista a su nacionalismo y el votante laborista se encuentra cómodo votando a los secesionistas escoceses.

Si estos resultados del nacionalismo escocés se confirmarán en las urnas, pues en estos últimos diez años siempre ha mostrado una tendencia ascendente, es más que seguro que se apostará por una nueva consulta independentista al estilo de la celebrada en el año 2014, en que el voto afirmativo a la causa independentista sumó el 45% pero no fue suficiente para aprobar la secesión. Ahora, sin embargo, todos los sondeos señalan que el independentismo ganas adeptos y que sería capaz de vencer en el referéndum de llegar a celebrarse, si finalmente los ejecutivos de Escocia y Londres se ponen de acuerdo acerca de la celebración del mismo, algo que por ahora cuenta con el rechazo del primer ministro Johnson.

IRLANDA DEL NORTE O EL BREXIT BLANDO
Irlanda del Norte ha conseguido al menos un Brexit "blando" y por ahora mantendrá una posición a medio camino entre la UE y la salida total de esta institución, tal como no ocurrirá con el resto del Reino Unido. Las normas comunitarias y el acervo de la UE permanecerán intactos, al menos hasta el final del periodo de transición, y la frontera no será una frontera dura, permitiendo el tránsito de pasajeros y mercancías y quedando la unión aduanera con el Reino Unido en los puertos, una suerte de acuerdo que pretende aplacar la ira de muchos ciudadanos irlandeses que no quieren quedarse como ciudadanos de segunda en este nuevo escenario.

El problema sigue siendo que el nacionalismo irlandés sigue considerando en el corto y largo plazo como único horizonte posible para solucionar los problemas cotidianos, al margen o no de la salida de la UE, la unificación total de la isla en una sola nación. En la otra parte, en el bando de los unionistas protestantes, dicho posibilidad inspira recelo, miedo e incluso terror en los sectores más radicales, pues piensan que perderían su identidad y se convertirían en una minoría incomoda, desplazada e incluso marginada. Congeniar esas dos visiones, cuando no concepciones de la vida misma, implicará altas dosis de ingeniería política.

Por ahora, no obstante, nada parece avizorar que los grupos radicales de ambas partes vayan a volver a la violencia tras años de paz y tranquilidad, y que los acuerdos firmados hace ya más de una veintena de años vayan a ser truncados de una forma abrupta ante la irrupción de este nuevo escenario político. Las dudas son acerca de si esta calma chica durará eternamente o si, llegado el caso y finalizado el periodo de transición entre la UE  y el Reino Unido, las armas volverán a tomar su lugar en la política norirlandesa. El tiempo nos dará la respuesta.

Luego está Gales, siempre un poco la gran olvidada de la política británica por su escaso peso demográfico -apenas tres millones- y político, que siempre alegó que la salida de la UE le afectaría mucho económicamente, en tanto y cuanto una buena parte de sus exportaciones se iban para el continente. Sin embargo, a diferencia de Escocia e Irlanda de Norte, el sentimiento nacionalista nunca fue muy alto en Gales en términos electorales y tampoco tuvo el carácter secesionista de los otros dos casos. Además, siempre se podrá esgrimir en su contra que la mayor parte de los ciudadanos -el 52%- votó a favor de la salida del Reino Unido de la UE, por mucho que les pese ahora a algunos sectores nacionalistas. Que lo hubieran pensado antes, dirán, con bastante razón, en Dowing Street 10.

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