El regreso definitivo de Fernando Vallejo a la Colombia que tanto odió

El regreso definitivo de Fernando Vallejo a la Colombia que tanto odió

Después del duelo por la muerte de su compañero amado y el temor de vivir en una casa fracutrada por el terremoto de Mexico, el maestro regresó ayer a Medellin

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enero 24, 2018
El regreso definitivo de Fernando Vallejo a la Colombia que tanto odió

El martes 19 de septiembre Fernando Vallejo regresaba a su apartamento en la Colonia Condesa en el D.F después de estar unos días en la Feria del Libro de Cúcuta. Las sirenas que anunciaban terremotos sonaron por toda la ciudad en uno de los tantos simulacros. Dos horas después todo empezó a bambolearse. Vallejo intentó a agarrar a David Antón, su pareja desde hace cuarenta años, pero él se quedó quieto en el sofá. Oliva, la mujer que los ayuda en el apartamento, lo acompañó a la terraza. Vallejo, que sobrevivió a los devastadores terremotos de Managua en 1972 y el del D.F en 1985, sabía que de nada valía resguardarse en los marcos de las puertas, que la única esperanza de sobrevivir era correr hasta la terraza.

Desde allí Vallejo, que no tenía gafas, oía el estruendo de los edificios que se desplomaban en la vieja colonia. Su único miedo no era salir despedido por el balanceo mortal. Su único miedo era lo que le pudiera pasar a David Antón. Minuto y medio después la tierra se aplacó, bajó y vio a su compañero quien permanecía tranquilo, como la época, a finales de los años sesenta, cuando lo conoció en una fiesta en el D.F. Antón tenía 40, Vallejo 26. Antón ya había ganado un Ariel –El Oscar Mexicano- trabajó con María Félix, Emilio “El Indio” Fernández y le hacía escenografías a Jorowsky. Era el escenógrafo más prestigioso de México. Vallejo apenas era un aspirante a cineasta. Se fueron a vivir juntos a ese apartamento en 1971. Ahí recibieron durante años a amigos, a colombianos que sólo buscaban un almuerzo los domingos. Ahí resistieron el terremoto de 1985 que provocó la muerte de más de 10 mil personas.

El ascensor no servía. Los bajaron por las escaleras. Duraron hasta la noche para volver a subir al séptimo piso. Usaron las escaleras. Se quedaron ahí hasta el otro día a pesar de que los socorristas lo desaconsejaban. Habría réplicas, no había luz, agua, ni gas. La colonia Condesa era la que más había sufrido.

Desde ese día la salud de David Antón se fue deteriorando. El ascensor del edificio nunca se arregló. Cada vez que ambos querían salir a darle la vuelta a Amsterdam, la calle circular que alguna vez fue el hipódromo de México y que queda a unos cuantos metros de su casa, tenían que bajar decenas de escaleras y después subirla. A la única que le entusiasmaban esos paseos era a Brusca, la última perra que tuvo la pareja.

Vea también: David Anton, el único hombre al que amaba Fernando Vallejo

El 28 de diciembre Antón se apagó para siempre. Tenía 94 años. Algunos diarios internacionales, como el País de España, le dedicaron columnas recordando que con él se extinguía para siempre la edad de oro del Cine Mexicano de la década del 50. Vallejo ya no quiere seguir viviendo en el apartamento número 122. No quiere ver los cuadros de los que están revestidas las paredes, los retratos de María Félix y Greta Garbo, ni los pedazos de escenografías que convirtieron su piso en una especie de set de una película. El único camino que le queda, a sus 75 años, es el de regreso. Por eso el maestro se plantea volver a la casa blanca de Laureles donde vivió su familia. Lo único que se llevará de México son algunos cuadros a los que se aferró, un baúl en donde hay algunos manuscritos y películas en 16 m.m de la casa vieja de Bostón en donde aparecen las últimas imágenes en movimiento de su papá y de su abuela, los seres que más quiso.

El trasteo hasta Colombia sería menos complicado si no tuviera que llevarse el piano donde toca a Satie, a Mozart. El piano que disfruta más tocar. Regresa a una Medellín que ya no es la pequeña villa donde creció sino a la del caos, la que no terminó de acabar a bombazos Pablo Escobar. Regresa a Medellín después de casi medio siglo de exilio. No tiene más opciones, al fin y al cabo, ésta siempre ha sido su casa y él lo sabe.

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