El problema real del Congreso de Char
Opinión

El problema real del Congreso de Char

Puede ser que la podredumbre de las instituciones que su elección representa impulse el colapso final de esa democracia imperfecta que tenemos, en manos de populistas, demagogos y extremistas

Por:
julio 26, 2020
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Parece una noticia del siglo pasado, de otro universo: en un debate en el Senado a finales del año pasado, se reveló que, en un bombardeo del gobierno, habían muerto -por lo menos- 8 niños. Nadie se acuerda. O, sí, sus familiares que deben sentir ese dolor que no termina. El asesinato atroz tuvo consecuencias sociales y políticas: ese día, muchos decidimos marchar el 21 de noviembre (de 2019 que, decía, parece ya la vida pasada). El hecho fue inusual porque en Colombia han matado mucha gente, todos los actores armados, y pocas veces el país había reaccionado con grandes marchas. En esta columna, del 24 de noviembre de 2019, narraba cómo una pequeña convocatoria sindical había evolucionado a convertirse en una inmensa marcha nacional, el título resumía lo que yo vi ese día: la fuerza serena de la no violencia. Colombia, quizás como nunca antes, daba muestras de una potencia inusual de la sociedad civil. Los cacerolazos continuaron dando vida a esa marcha inicial.

Vinieron luego varios episodios que apagaron la fuerza de la marcha. El asesinato a manos del Esmad de Dilan Cruz asustó a muchos ciudadanos que no estaban dispuestos a correr el riesgo de perder la vida en marchas. El comité del paro, que se organizó para encontrar alguna manera ordenada de dialogar con el gobierno, no tenía mayor representatividad social. El pliego de peticiones, por la misma desorganización de ese comité, era infinito, poco eficaz y no recogía el espíritu del 21 de noviembre. Probablemente, porque era imposible: es difícil para la política organizada recoger la indignación. Inevitablemente, esa misma indignación se devuelve contra quien trate de encausarla. La marcha alegre del 21 de noviembre, por último, terminaría por disolverse en pequeñas marchas, mucho más violentas que terminaron por cansar a la ciudadanía. En la columna del 26 de enero de 2020 -¡apenas hace 6 meses!- sugería eso, que la fuerza serena de la no violencia se había diluido, y que lo quedaba era el cansancio ciudadano con el paro.

Vale la pena escribir una columna de opinión, entre otras, si es para recordar lo que ha pasado, invitar a pensar qué tiene que ver lo que pasó con lo que está pasando, lanzar hipótesis sobre qué puede pasar. Pensaba en esto el lunes en la noche cuando veía, por YouTube, la sesión inaugural del nuevo período en el Senado. Entre los hechos aquí narrados alrededor del paro del 21 de noviembre y esa sesión del 20 de julio de 2020 se atravesó, nada más y nada menos, una pandemia. Yo todavía no termino de entender cómo es que las vidas que llevábamos se convulsionaron de tal manera, pero viendo esa sesión del Senado sí sospechaba que había algo más para comentar más allá de los memes burlándose de Arturo Char y la aparente indignación por su elección. Aparente, digo, porque una revuelta pequeña con unos hashtags en Twitter, no es una revuelta real.

Para poner en perspectiva las limitaciones de las revueltas tuiteras, el senador más odiado del día en las redes sociales, Char, tuvo más de 126.000 votos mientras quién parecía recoger más apoyo ciudadano ahí, el senador Iván Marulanda del Partido Verde, tuvo 26.000 votos. Cien mil de diferencia en la cuenta del día que más importa, el de las elecciones: todos sabemos cómo consiguen votos los Char y cómo los consigue Marulanda, y cada quién verá qué valor le da a esos números, pero es en esa inmensa diferencia en dónde está la explicación de porqué ganó uno y no el otro. Si las revueltas tuiteras, tantas veces conducidas por bodegas pagas y por lo tanto más artificiales aún, no expresan su interés más allá de una red social, poco importan. Para bien o para mal, eso sí. Qué horribles hogueras de la Inquisición las que se arman en esas redes de vez en cuando.

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La sesión fue un fiasco: Duque hizo un discurso flojo, lleno de imprecisiones, y su día pasó al recuerdo como el que menospreció a una señora digna, sobreviviente de esta guerra, la senadora Aída Avella

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No había visto ninguna sesión virtual del congreso en estos tiempos, me bastaba con los titulares: que uno insultó a el otro, que no se saben si son legales, que uno dice que deberían ser virtuales hasta que haya vacuna mientras otro dice que se atenta contra la democracia con la virtualidad y, la verdad, muy poca sustancia. La sesión fue un fiasco, como se esperaba: Duque hizo un discurso flojo y lleno de imprecisiones, y su día pasó al recuerdo como el día en el que menospreció a una señora digna, sobreviviente de esta guerra, la senadora Aída Avella. Infortunadamente, el discurso de Avella que solamente pudo haber interesado a sus seguidores y, por lo tanto, que no cumplía con el objetivo que un discurso de esos debe cumplir -abrir para la oposición nuevas audiencias-, quedó también rápidamente en el olvido.

En medio entonces de la mala señal del wifi de algunos, el ritual lamentable de pasarse la palabra con dificultades por Zoom y la pelea insulsa de si podían votar quienes estaban en el congreso, se eligió a Char como presidente del Senado. Ese es uno de los cargos más importantes del país y lo va a ocupar ahora un político que nunca ha dicho nada sobre nada. Es famoso por su apellido, por su inusual tasa de ausentismo y porque la voz se le conoce en unos vallenatos. A mi me parece muy bueno que cante, qué envidia poder cantar vallenatos bien. De resto, si parece una aspiración elemental esa de que llegue a un cargo tan importante alguien que haya construido una visión de la sociedad, la que sea, así uno no la comparta, para que le de dignidad a ese escenario que debería ser el de los grandes debates del país.

 

¿Qué tiene que ver el paro del 21 de noviembre de 2019 y la elección de Char el 20 de julio de 2020? Que al analizar de manera simultánea esos dos eventos, es evidente que se empieza a cocinar, a fuego lento, un problema social y político importante. El país que daba señas de querer tramitar su indignación con acción política reflexiva y libre no encuentra, ni va a encontrar, ninguna resonancia en el Congreso que tiene. A lo mejor siempre ha sido así, la democracia representativa en Colombia se ha destacado por el inmenso clientelismo y corrupción de clanes familiares como los Char desde hace décadas, pero el problema ahora es que la pandemia ahoga, inevitablemente, cualquier otra forma de manifestación ciudadana. Por ejemplo, no va a haber las marchas que venían siendo un espacio importante de expresión ciudadana y, ante la inmensa crisis que cada uno vive, no parece que los asuntos políticos sean la mayor preocupación. Si la política genera desprecio en tiempos “normales”, aún más en tiempos de pandemia, aún peor si las mayores referencias terminan siendo los congresistas que tenemos.

 

Y, ahí, está el problema real de lo que revela la elección de Arturo Char. Al final, terminarán siendo anecdóticos sus silencios, sus ausencias, la candidatura presidencial que defiende. Sin embargo, puede ser que la podredumbre de las instituciones de la democracia que su elección representa termine dando fuerza al colapso final de esa democracia imperfecta que tenemos, en manos de populistas, demagogos y extremistas. La gente suele olvidar, en su indignación fugaz, que ni Trump ni Chávez, cayeron del cielo. Si así pasara, en medio de las tragedias que siguen esos colapsos, no faltará quien diga recordando estas fechas y la elección de Duque, de Char, y de los mismos de siempre, “Merecido se lo tenían”.

@afajardoa

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