El poder de las minorías
Opinión

El poder de las minorías

Una minoría inferior al uno por mil de los colombianos, a punta de terrorismo obliga a un gobernante con la aprobación de menos del 7 % a negociar un acuerdo de capitulación de la institucionalidad

Por:
noviembre 07, 2017
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En el ocaso de su lamentable período en la Presidencia de la República, el primer mandatario parece haber perdido toda noción de las proporciones, de la realidad incontrastable de nuestra situación interna y ante el mundo.

Ya sin ningún tipo de vergüenza, su gabinete y los pocos congresistas que le quedan al lado, tejen todo tipo de fábulas acerca de la maravillosa situación del país, haciendo gala de un cinismo revuelto con ignorancia y poder que aterra. La economía en picada, el desempleo subiendo hasta en los informes del Dane, protestas y paros en varias regiones; todo sazonado por el desagradable espectáculo de ver a la famosa unidad nacional, el partido del presidente, canibalizándose sin misericordia por el afán de sus miembros de quedar mejor acomodados para la contienda electoral que se avecina.

Esos mismos adherentes de ocasión al partido de gobierno, que declararon su afecto con una mano, mientras con la otra se tapaban la nariz, ahora no saben cómo usar ambas para esparcir aromatizantes sobre sus propias vergüenzas, al tiempo que siguen enarbolando la bandera de la lucha contra la corrupción como una estrategia de gobierno; como si ello fuera en sí mismo un plan para erradicar actuaciones como la del exdirector del Sena, ahora alto funcionario de la casa presidencial y correligionario de la misma senadora de narices delicadas.

Todo ello ocurre en un país como Colombia, en el cual le damos tanto poder a las minorías; ese concepto etéreo que tanto daño le hace a nuestra forma de vivir y a nuestra democracia. Repasemos.

Una ínfima minoría de colombianos, menor al uno por mil y que solo se representan a sí mismos y a sus socios, a punta de terrorismo y de atentados obliga a un gobernante que cuenta con la aprobación de menos del 7 % de los colombianos a negociar un acuerdo humillante, de capitulación de la institucionalidad.

Trepado en su enorme ego y en su delirio triunfalista, este gobernante determina someter a plebiscito el kilo y medio de papeles llenos de gambetas, zonas oscuras y callejones sin salida que dio en llamar “Acuerdo de La Habana”. Haciendo gala de su proverbial prepotencia, desestimó las voces que llamaban a la cordura, llegando incluso a decir que él, en su infinita majestad, podía preguntar en este acto de consulta al pueblo “lo que se le diera la gana”. Pues así lo hizo; y su soberbia recibió el merecido castigo cuando la mayoría de los colombianos dijeron no a su embeleco de negociación. Fresco como una lechuga, simplemente desestimó la orden recibida en las urnas y convirtió el galimatías de La Habana en el acuerdo del teatro de la Ópera.

En dicho acuerdo, que obviamente no fue sometido a la aprobación de la voluntad popular sino a un Congreso fletado, se establecía una muy curiosa forma de aplicar justicia a los responsables de tanto crimen de lesa humanidad; hubiesen sido ellos condenados o no. La tal Justicia Especial tendría unas reglas de juego imposibles a la luz de lo que exigen los terroristas y lo que han acordado las naciones civilizadas que debe hacerse con los delincuentes, traficantes de todo lo concebible, secuestradores y violadores de todos los derechos humanos. Es que una cosa es que los cínicos sirvientes del primer mandatario inventen formas de prolongar los seis meses de ese período de anestesia de la Constitución llamado fast track; y otra muy distinta que las cortes internacionales bendigan la absolución retroactiva que exigen los dirigentes de las Farc.

 

Una cosa es que se inventen formas de prolongar los seis meses de ese período de anestesia
de la Constitución llamado fast track; y otra muy distinta que las cortes internacionales
bendigan la absolución retroactiva que exigen los dirigentes de las Farc

 

Para acabar de ajustar, ahora terminamos rogándoles que concurran, aunque sea de visita, ya no al teatro de la Ópera a seguir negociando, sino a esa especie de ópera bufa que es la JEP, organismo notablemente inoperante y del que las personas del común no esperan absolutamente nada de utilidad o de valor para acercar a nuestro país a la paz verdadera.

Allá ellos con sus 26 curules. Sus actuaciones y declaraciones recientes demuestran que cuentan con toda la cara dura y la coraza de cocodrilo necesarias para mezclarse perfectamente con quienes los esperan ávidos de componendas en el Capitolio.

El actual mandatario seguramente pedirá permiso para abandonar el país antes del período en el que obligatoriamente debe permanecer en nuestro territorio; para irse a tierras más civilizadas a contar con su sonrisa macabra como hasta a las Farc fue capaz de engañar para cumplir con su agenda personal.

 

 Los colombianos sabemos que 12 años de blindaje de esos acuerdos ilegítimos
no serán obstáculo para corregir
semejante sartal de despropósitos llamados acuerdo de paz

 

Los colombianos que no nos sentimos representados por ese 7,001 % de abusadores sabemos que no todo está dicho. Que los 12 años de blindaje de esos acuerdos ilegítimos no serán obstáculo para corregir semejante sartal de despropósitos llamados acuerdo de paz. Para eso tenemos nuestro voto.

Como dijo Natalia Solzhenitzyna, la viuda del premio Nobel y víctima del terror de Estado de la ex-Unión Soviética Alexander Solzhenitsyn, para alcanzar la paz es preciso  “saber, recordar, condenar y solo luego perdonar”.

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