El perdido y subvalorado arte de procrastinar
Opinión

El perdido y subvalorado arte de procrastinar

Por:
octubre 18, 2013
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“El tiempo es oro”, “la vida es una sola”, “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”, “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Las he oído todas y las he ignorado una por una. Podría considerarme un procrastinador profesional. Si existiera el título me habría graduado ya magna cum laude, sacando cinco en todas y cada una de las clases. La carrera sería algo por el estilo: “Teoría I: TV e Internet”, sería elemental para cualquiera que quisiera incursionar en los ámbitos de la procrastinación y sería la base y prerrequisito para los demás cursos. Aquí yace el porqué de la epidemia que cada día aumenta en número a través del mundo y el enemigo número uno del trabajo y la productividad viene de uno de estos dos monstruos del ocio y la nulidad mental. Para aprobar el curso el estudiante debe ver al menos cuatro horas diarias de televisión sin detenerse en ningún canal específico. Lo mismo sucede con Internet, el estudiante deberá visitar al menos tres horas diarias de las páginas menos productivas y enriquecedoras posibles: 9gag, YouTube y Cuevana encabezan la lista.

En el curso “Inicios, causas y consecuencias” aprenderíamos que la etimología de la palabra viene del latín pro que quiere decir adelante y crastinus que se refiere al futuro, por lo que significa postergar o posponer el trabajo hacia un futuro incierto.  Las causas son varias y variadas y dependen de cada individuo, sin embargo hay varias que podríamos agrupar como las principales. “¿Y para qué si igual no cambia nada, el mundo va a ser el mismo haga o no haga la tarea?”: esta fatalidad paralizante está en el top diez de las causas de todos los vagos, perezosos y holgazanes que enloquecen a madres, profesores y jefes. Arrogancia o soberbia, o al revés, autorrencor o baja autoestima, son otras las causas de este mal. “Yo soy demasiado bueno para hacer estas tareítas insignificantes” o de tantas opciones y tan poco que sabe, decide tratar de postergar su oficio hasta el último minuto para ver si la presión se convierte en inspiración. Porque precisamente este es el modo de actuar de todos los procrastinadores. Todos alabamos al dios Presión para que haga de musa y traiga consigo la inspiración a nuestras cabezas y mueva nuestras manos. El último momento es el mejor momento: es la frase que resume esta vivencia. Ya es muy tarde para arrepentirse de lo ya realizado y a su vez queda muy poco tiempo como para ahondar y hacerlo mejor.  Se permanece en un confortable punto medio en el que se sueña con tiempos mejores en lo que se llegue por fin a ser productivo y útiles para la sociedad. Sin embargo, de este punto rara vez se sale.

Las consecuencias de este arte, que si no se logra amaestrar, se convierte inmediatamente en condición, son también varias y variadas y dependen de la resistencia de cada individuo que la padezca o la maneje. La principal consecuencia que termina por afectar a casi todos los maestros de la procrastinación, es el autoengaño. Es inevitable que surjan sentimientos de culpa o remordimiento. Nuestro cerebro, para combatir dichos sentimientos autodestructivos, recurre a mecanismos de defensa, y el principal es el autoengaño. Existen varias formas en las que el autoengaño se manifiesta, una de ellas es la negación, las sofisticadas mentiras que se hace a uno mismo y la más importante es lo que los expertos han llamado wishful thinking, o como la toma de decisiones basadas en creencias sobre el futuro que a su vez se basan más bien en idealizaciones o arreglos de la realidad según nuestros deseos más que en crudas evidencias racionales sobre la situación. Es decir, cuando somos presa de este tipo de pensamiento, planificamos nuestro futuro basándonos en estimaciones erróneas, demasiado sesgadas hacia cómo nos gustaría que fuera y no cómo pensamos que será si nos basáramos en un análisis más frío y riguroso de las circunstancias. En otras palabras, mientras el procrastinador, o sea usted o yo o cualquiera de la inmensa mayoría de seres humanos, ve correr el tiempo y no hace nada por ser productivo, se la pasa soñando con que en el futuro esa condición desaparecerá y que como por arte de magia su futuro será mucho mejor que ahora y el dinero aparecerá, sus problemas menguarán y será exitoso de la noche a la mañana.

Si cada vez que se propone terminar algún oficio o tarea, la pereza y las ganas de hacer nada lo dominan y prefiere dejarlo para otro día, es usted un procrastinador por excelencia. No obstante, existen varias soluciones para vencer tan desmoralizante condición. La primera y más importante de todas es empezar. Sí, empezar. Ese es el principal problema de todos los procrastinadores. Romper el patrón es la primera. Sí, así de evidente y así de simple. En vez de quejarse de que no le rinde el tiempo para hacer sus trabajos mientras revisa el Facebook de un amigo, apague internet, televisor, radio o cualquier otro electrodoméstico que cause distracción; si usa un escritorio regularmente, use otro, trabaje en la sala, en el patio, en un parque; lea caminando, estudie donde un amigo. Rompa la rutina de una vez por todas. Identificar metas claras es la segunda. Si está trabajando en un ensayo o algún reporte, recórtelo en secciones más pequeñas y así podrá cumplir al menos con una al día. Es difícil vencer el hábito, lo sé, pero si toca, toca. Acuérdense que la presión es a la vez su mejor y peor amigo, no se confíen mucho de ella. Y la última solución que parece funcionar de vez en cuando es el sistema de recompensas. Cada vez que termine una parte del trabajo que por fin decidió empezar, dese una pequeña recompensa. No estoy diciendo que escriba tres líneas y luego se mire toda la última temporada de Breaking Bad. Un capitulito está bien. Puede tornarse en un arma de doble filo, así que lo más importante es tener la decisión y las ganas.

Pero definitivamente, todos aquellos que sepan controlar su tiempo y no vean el postergar el trabajo como algo malo, tienen el mundo en sus manos. La jubilación es prueba de ello. Si toda la vida has estado acostumbrado a trabajar día y noche, dedicándole todo tu tiempo y por ende tu vida a alguien más, a la hora de retirarte y dedicarle tiempo a tus pasatiempos y hobbies te darás cuenta que no los tienes y que se te hace imposible pasar un día entero haciendo absolutamente nada. Así que vayan cogiéndole el tiro a este “arte” porque una vez estén desocupados, no será para nada un júbilo la jubilación, sino una tortura de tedio y arrepentimiento. Apréndanle a los hijos que pasan días enteros pegados a un televisor, copien su actuar y quizá un día podrán centrarse en su presente sin importarles el futuro.

 

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