El Partido de los Egresados de la Izquierda
Opinión

El Partido de los Egresados de la Izquierda

Por:
julio 20, 2015
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A la atomizada izquierda colombiana habría que añadir un nuevo partido, invisible pero actuante, de tamaño impreciso y etéreo, herencia de las convulsionadas décadas de los años 70 y los 80, se trata del Partido de los Egresados de la Izquierda, PEI por su sigla obligada.

Este partido no tiene ni reclama personería jurídica alguna, tampoco mendicante exige rebajar el umbral electoral, no tiene líderes perpetuos o mesiánicos. Está integrado por hombres y mujeres que en algún momento de su vida tuvieron una fugaz o duradera vinculación con una organización de izquierda, con sus ismos y sus extremismos ideológicos o prácticos. En dos palabras: militaron en una célula o grupo de estudio y trabajo revolucionario. A él pertenecemos miles de colombianos entre los 50 y 60 años de edad, pensionados, prepensionados o condenados a vivir de los recuerdos, aunque la mayoría no lo acepte.

No militan en una célula como las del pasado, ni están sometidos a ningún centralismo democrático, Comité Central o Estado Mayor. No pertenecen a ningún partido, ni tradicional, ni extremo, ni de centro izquierda o reformistas, pero viven pendientes de la cosa política como si fueran militantes activos de un partido, de una idea, de una ilusión, de la estrofa “arriba los pobres del mundo”.

Estos luchadores de la redención social, sin disciplina partidaria alguna, a diario  examinan el “estado de la lucha de clases” a través de la radio y los periódicos, los fines de semana concentran su atención en los editorialistas domingueros, de cuando en vez leen Voz Proletaria (hoy reducida a Voz), Tribuna Roja o Desde Abajo, son asiduos lectores de Antonio Caballero, León Valencia y Alfredito Molano. Las 2 Orillas y La Silla Vacía  son sus portales preferidos. A falta de Alternativa leen Semana.

De manera individual y a solas analizan la coyuntura política, lanzan sus críticas a todos y a todo, son antigobiernistas y antinorteamericanos por principio, examinan con rigor la táctica y la estrategia de los diversos partidos, toman cosas de aquí y otras de allá hasta que arman su mecano político autogratificante.

Tienen sus afectos y fobias por los grupos de izquierda, están al tanto de las peleas internas, de las divisiones y reagrupamientos. Creen en la educación pública pero educan a sus hijos en costosos colegios privados, incluidos los colegios religiosos. Son partidarios del aborto aunque a su edad ya no lo requieren. Defienden teóricamente a la comunidad LGTBI. Son partidarios de la legalización de las drogas, pues en su juventud la marihuana les parecía muy legal. Militan en la angustiante levedad de ser de izquierda en público  y “demócratas progresistas” en privado.

Cuando se les indaga por su filiación política, orgullosos se declaran de izquierda a secas, sin adjetivos de centro o de extrema. El egresado es bien distinto del apóstata y del converso, por quienes guarda una particular antipatía y desprecio.

Los egresados consideran un apóstata a aquellos que se retiraron de toda militancia y no profesan ninguna credibilidad o entusiasmo por las ideas que en el pasado abrazaron. Retirados a la vida civil, privada para ser más exactos, están dedicados a buscar la prosperidad y el bienestar para sí y para sus familias. El apóstata abandona las ideas, se duele del tiempo perdido, del craso error de juventud, pero no participa en causa alguna en contra de la izquierda. Nada con la izquierda, nada contra la izquierda es su máxima.

Los conversos son pocos pero provocan una gran  irritación a los egresados de la  izquierda. Por lo general fueron muy radicales en su militancia del pasado. Por ejemplo, algunos conversos militaron en el Partido Comunista Marxista Leninista de Colombia, PCC (M-L) y elaboraron sesudos documentos y pasquines en favor del “glorioso” Ejército Popular de Liberación EPL, hicieron de China el vaticano de su fe comunista, consideraban que el régimen político colombiano era una “dictadura terrorista y sanguinaria”, promovieron la alianza obrero-campesina y justificaron la lucha armada como históricamente válida.

Estos mismos radicales de izquierda se han convertido hoy en los más activos promotores políticos del Centro Democrático, son los amanuenses ideológicos del expresidente Uribe, promueven la confianza inversionista de los grandes empresarios nacionales y el capital extranjero, consideran que no hay conflicto armado sino “una acción terrorista y criminal” de las Farc y el ELN. Todos los males de Colombia “se deben a la combinación de todas las formas de lucha”. Parodiando a Marx, los conversos condenan hoy como subversivo y terrorista lo que ayer pregonaban como izquierdistas radicales.

Los militantes del Partido de los Egresados de la Izquierda se tornan particularmente activos en época preelectoral. Ahora mismo se sienten en su salsa. Son electoreros a su manera. Confeccionar listas a solas o en pequeñas tertulias, sugerir alianzas y candidatos a la presidencia o al concejo de su ciudad, hacer cábalas, vivir pendientes de la última encuesta, se convierte en un elixir vivificante. Rejuvenecen en este ejercicio.

Adalides de la paz a cuál más, son santistas a ratos, antiuribistas siempre. Proclaman la unidad de la izquierda con la misma ardentía que defienden la Constitución del 91 y el Estado Social de Derecho. Cuando no se logra la unidad de la izquierda o se produce un pobre resultado electoral, que es casi siempre, indignados señalan al sectarismo, al grupismo, al individualismo y a las ambiciones personales como los responsables. El voto del egresado es un voto altamente calificado, muy pensado, muy estudiado, muy consciente, sin favores a cambio, pero que decide muy poco.

La izquierda electoral, tan urgida de salvar las pocas curules que tiene, debería prestar mayor atención a este partido “invisible”, pero actuante y presente en toda Colombia. Es un voto que deberían atraer, consentir, amarrar. Conviene recordar que los egresados de la izquierda también fueron beligerantes abstencionistas en su juventud. Despechados pueden apelar nuevamente a esta radical forma de protesta contra los desvaríos y la atomización de la izquierda “contemporánea” en sus distintas vertientes: verde biche-amarillo pollito, rojo-rosadito, habano atornasolado, roji-negro intenso. Y razones no les faltan.

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