El padre Linero y su esposa: una historia de amor que nació mucho antes de colgar la sotana

El padre Linero y su esposa: una historia de amor que nació mucho antes de colgar la sotana

Tras 25 años de sacerdocio, Alberto Linero dejó la sotana y se casó con María Alcira, una estratega digital que transformó su vida para siempre

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junio 19, 2025
El padre Linero y su esposa: una historia de amor que nació mucho antes de colgar la sotana

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Durante más de dos décadas, Alberto Linero fue una de las voces más visibles de la Iglesia católica en Colombia. Con una sonrisa siempre dispuesta y una espiritualidad mediática que se coló en las mañanas como uno más del equipo de Día a Día, el matutino de Caracol TV. y también como panelista en la radio. El padre Linero parecía estar en paz con su vocación. Pero detrás del la sotana y las misas llenas de fieles, algo en él pedía un cambio. Y lo encontró, como suelen encontrarse las mejores cosas: de manera inesperada. Su historia de amor fue creciendo entre silencios, proyectos compartidos y una transformación personal que lo llevó a dejarlo todo por ella, hasta la sotana, aunque él ha aclarado

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Su nombre es María Alcira Matallana Batista. Comunicadora, empresaria, apasionada por el mundo digital. Una mujer decidida, entregada a su trabajo, con una vida construida desde la creatividad y la estrategia. Había trabajado en varios países de América Latina —Argentina, Uruguay, Paraguay—, y su formación académica en la Universidad de los Andes la había encaminado hacia el liderazgo en equipos de marketing basados en tecnología. Todo en ella hablaba de movimiento, de modernidad, de empuje. Y, sin embargo, el amor no surgió de inmediato.

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Linero la conoció años atrás, cuando todavía vestía la sotana. Él la recuerda como una mujer brillante, interesante, de esas que no se olvidan fácilmente. Pero en ese entonces no pasó nada. Ambos siguieron sus caminos, sin saber que más adelante la vida los volvería a cruzar. Cuando él dejó el sacerdocio y se dio un año sabático para entender qué quería hacer con el resto de su vida, comenzó también una etapa de replanteamientos. Ya no era el sacerdote, el conferencista religioso, sino un hombre que estaba reinventándose desde lo íntimo.

Fue entonces cuando volvió a cruzarse con María Alcira, esta vez por trabajo. Él necesitaba a alguien que lo ayudara a manejar su marca personal, que supiera comunicar su nuevo rumbo, y ella tenía la experiencia y el conocimiento para hacerlo. Pero más allá del marketing y los informes de estrategia, algo empezó a crecer entre los dos. Un acercamiento suave, sin planes, sin nombres. Simplemente se fueron encontrando.

La relación fue tomando forma con la naturalidad de lo inevitable. No fue un amor nacido en una noche. Fue un sentimiento que, aunque empezó en los días en que él aún era sacerdote, solo pudo florecer cuando las condiciones fueron otras. Y es que hablar de amor en ese contexto, con votos religiosos de por medio, con años de compromiso con la Iglesia, no era sencillo. No era pensable.

Pero Linero se atrevió. Lo pensó, lo sintió, y decidió jugarse todo. Lo que para muchos fue una sorpresa, para él fue un proceso largo, íntimo, honesto. Después del retiro, vino la relación, luego el matrimonio. Nada de grandes fiestas ni titulares de farándula. Se casaron en una ceremonia íntima, apenas cinco personas presentes. Más adelante renovaron los votos en Caná de Galilea, un gesto lleno de simbolismo para alguien que ha dedicado su vida a la fe.

María Alcira no solo se convirtió en su pareja, sino también en su compañera de ruta. La mujer que le enseñó una nueva forma de vivir, que lo acompañó en el tránsito de la sotana a la cotidianidad del amor de pareja. La vida con ella no ha sido fácil, como no lo es para nadie que se atreve a desmontar toda una estructura vital y empezar de nuevo. Pero sí ha sido profundamente gratificante. Ella es, para él, una aliada, una confidente, una presencia firme en medio del cambio.

Hoy, Linero es otro. Más ligero, más pleno, más auténtico. Quienes lo conocen aseguran que se le nota la tranquilidad, que irradia algo distinto. No ha dejado de ser un hombre espiritual, ni ha renunciado a sus valores. Solo que ahora vive su fe desde otro lugar, sin sotana, pero con el mismo compromiso por lo que cree. Su historia no es solo la de un sacerdote que colgó los hábitos. Es la de un hombre que eligió el amor, que apostó por la vida que sentía más suya, y que sigue caminando con la misma convicción de siempre, solo que ahora, no va solo.

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