El movimiento estudiantil universitario del Valle del Cauca

El movimiento estudiantil universitario del Valle del Cauca

Es una de las expresiones regionales de mayor envergadura de la protesta en curso. Su epicentro es la Universidad del Valle, aunque también participan otras instituciones

Por: Horacio Duque
octubre 25, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El movimiento estudiantil universitario del Valle del Cauca
Foto: Vidal Romero / Las2orillas

En un contexto político de crisis del Estado y del régimen de dominación oligárquico —reflejado en la amplia votación ciudadana disidente que apoyó con más de 8 millones la candidatura presidencial (2018) de Gustavo Petro, y en los casi 13 millones de sufragios a favor de la consulta anticorrupción— se ha desatado por toda Colombia una de las más potentes movilizaciones estudiantiles para demandar soluciones a los problemas financieros de la educación superior pública, exigir mejoras en la calidad de la educación y defender la construcción de la paz con compromisos académicos orientados a dar apoyo a la democratización política, la reforma rural integral, la reincorporación, la sustitución de cultivos y los derechos de las víctimas mediante la profundización del modelo restaurativo de justicia.

Cali, Popayán, Bogotá, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Armenia, Cartagena, Pereira y otros grandes centros urbanos han sido escenario de gigantescas manifestaciones de los jóvenes estudiantes que han sido acompañados por otros movimientos sociales como los ambientalistas, defensores de derechos humanos, cocaleros, docentes de secundaria y trabajadores de la CUT.

El origen de la rebelión universitaria, en la que también participan directivos de 32 instituciones de educación superior, es la bancarrota financiera que carcome a todo el sistema, la crisis del modelo educativo neoliberal y colonial, y la defensa de la paz pactada con la guerrilla de las Farc y las negociaciones con el Eln, truncadas por el perverso plan del nuevo gobierno de imponer una rendición incondicional en la mesa de conversaciones en La Habana.

Como un componente del movimiento social colombiano, el movimiento estudiantil universitario está reflejando nuevas tendencias y otros repertorios en su activación.

El movimiento universitario del Valle del Cauca es una de las expresiones regionales de la mayor envergadura de la protesta en curso. Su epicentro es la Universidad del Valle, con casi 40 mil estudiantes, asignaciones presupuestales que superan los 300 mil millones de pesos y que está atrapada por los sistemas clientelares, beneficiados por los ríos de mermelada del Sistema General de Regalías que se asignan y gastan sin control entre sus clientelas de contratistas (Ver: Los rectores que están en liga con los políticos).

También participan núcleos de algunas universidades privadas como la Católica y el Icesi, aunque muy presionados por las directivas ligadas a tendencias cristianas ultraconservadoras y neoliberales.

La demoledora crisis financiera

La fuente del conflicto universitario en curso es la crónica crisis financiera que amenaza gravemente las instituciones de educación superior.

Como señala Acosta “en cuanto al financiamiento, la universidad pública acusa enormes falencias. La misma se rige por la Ley 30 de 1992, la cual no responde a la dinámica de crecimiento de la cobertura y de las nuevas y mayores exigencias que ella demanda. De conformidad con el artículo 86 de la misma, las transferencias de la Nación a las universidades, desde su entrada en vigencia en 1993, están indexadas con la inflación causada el año anterior” (Ver: La gran marcha).

Allí mismo cita Acosta estudios del Sistema Universitario Estatal (SUE), los cuales señalan que “los gastos de funcionamiento e inversión de las universidades en los últimos años se incrementaron año a año en promedio 10,69%... Es decir, alrededor de 5 puntos porcentuales por encima del promedio del Índice de Precios al Consumidor (IPC) en ese mismo período”. Allí está claro el descalce entre los recursos asignados por Ley y los requerimientos de las 32 universidades públicas. Es más, de acuerdo con un estudio de Quimbay y Villabona, el efecto acumulado de la reducción de los aportes de la Nación a los presupuestos de funcionamiento e inversión de las universidades entre 1993 y 2015 fue de 44,4%, al pasar de representar el 3,6% del total de gastos del Gobierno nacional en 1993 a solamente 2% en el año 2015 (Ver: La gran marcha).

Según cifras de la Asociación Colombiana de Universidades (Ascun), recogidas por Acosta, el número de estudiantes matriculados en pregrado pasó de 159.218 en 1993 a 611.800 en 2016, creció casi 4 veces y la cobertura se amplió entre el 2010 y el 2016 del 37,1% al 51,5%. La verdad sea dicha, los recursos apropiados para financiar la educación superior por parte del Gobierno nacional, según el SUE, “ha aumentado de $2,21 billones en 2002 a $8,9 billones en 2017”. No obstante, “las transferencias de la nación a las universidades han tenido un decrecimiento del 55,7% al 37% en el mismo período”. En cifras redondas, en 2004, de los $2,8 billones apropiados para la educación superior, $1,4 billones, el 50%, fueron transferidos a las universidades públicas; en el 2017 de los $8,9 billones solo recibieron $3,2 billones, el 35%.

Este escenario se complicó con el programa neoliberal santista Ser Pilo Paga, que terminó convirtiendo a la principal universidad privada del país, los Andes de Bogotá, en la principal favorecida del presupuesto nacional para los centros de educación superior ampliando las condiciones de desigualdad y privilegios.

El déficit de la educación superior pública es el caldo de cultivo que encadena los otros males adicionales como el incremento de las matrículas para suplir la falta de recursos afectando a miles de estudiantes en condiciones de pobreza absoluta; la masificación de los profesores de cátedra; el taxímetro de las matrículas; la deserción estudiantil; el desplome de las infraestructuras escolares; la baja calidad académica; la escasa o nula producción científica; el desplome del modelo neocolonial epistemológico eurocéntrico prevaleciente en todas las universidades neoliberales, con su trasnochada y obsoleta departamentalización [1]; y el desconocimiento de las realidades sociales del país por parte de un mundo que marcha a espaldas de la nación empeñada en la construcción de la paz y la superación del conflicto social y armado.

La constitución del actual movimiento universitario

En ese escenario es que irrumpe el movimiento estudiantil que de entrada ya fue estigmatizado por las roscas gubernamentales. El Ministro de Defensa, la policía, el Esmad y, por supuesto, las mafias de la ultraderecha uribista y sus redes mediáticas ya recuperaron el viejo discurso estigmatizador y macartista para señalar a los estudiantes como desadaptados, disfuncionales, delincuentes y perturbados mentales a los que se debe aplicar con todo el vigor la Ley 1453 del 2011, expedida para perseguir a los jóvenes, como lo acaba de anunciar el flamante Secretario de Seguridad de Cali Andrés Villamizar, quien escribió en su cuenta de Twitter que "bloquear vías puede dar hasta 4 años de cárcel. Dañar o afectar vehículos de transporte público hasta 8 años. Urge aplicar la ley 1453. No más abusos del derecho a la protesta" (Ver: Protesta estudiantil generó gran congestión en vías del sur de Cali).

Esta amenaza es parte del discurso instalado por el ministro de Defensa, señor Botero, quien como mano derecha del presidente Duque ya desplegó la correspondiente arremetida discursiva para demonizar los movimientos populares y sus líderes, que según él hacen parte del entramado de los carteles mexicanos de la droga, abonando de esa manera el genocidio de los dirigentes sociales y reincorporados de las Farc que cada día son objeto de atentados y masacres, ya van 400 desde octubre del 2016 al día de hoy.

El movimiento estudiantil universitario tiene necesidad de caracterizar sus contenidos y tendencias para determinar con claridad sus tareas estratégicas y sus rumbos de presión sobre el Estado; además proveer medios de protección de los derechos humanos y de la vida de los líderes e integrantes mediante una estrategia que haga realidad los Acuerdos de paz en la materia propiciando la convergencia de las infraestructuras instaladas para dar las garantías correspondientes. Es cierto, las dos grandes manifestaciones, realizadas el 10 y 17 de octubre, con gigantescas concentraciones en el sur de Cali, para el caso del Valle del Cauca, frente a las oficinas del Icetex y en las principales Avenidas de la ciudad, han golpeado duro al gobierno del señor Duque, obligándolo a realizar anuncios de adiciones y reacomodos presupuestales que a la postre han resultado una farsa perversa cuyo fin es propiciar la desmovilización y la confusión.

Pero se necesita, como lo sugiere Fernández de Rota, que “a partir de las aportaciones posestructuralistas se repiense los movimientos sociales más allá de la Teoría de Síntesis. Tal teoría ha sido propuesta durante las dos últimas décadas en la sociología de los movimientos sociales como una suerte de cierre disciplinar. Sin embargo, la síntesis (de las teorías de la movilización de recursos, la oportunidad política y la enmarcación cognitiva) lejos de suponer un avance en aspecto alguno, se ha conformado con aglutinar y prolongar las teorías previas, sin proceder a lo que en nuestra opinión era una necesaria tarea de reconceptualización de la constitución de la potencia, la dinamicidad y la corporalidad del movimiento. Resulta sumamente paradójica la escasa o nula atención que a la definición del movimiento presta los estudios sobre los MMSS”. El interés es volver a pensarlo desde más acá del sujeto o cualquier otro tipo de “institución”, en tanto que fuga y potencia creativa desplegada sobre el plano de lo cotidiano, agrega Fernández.

Al hilo analítico de Fernández, e incrustados en el desempeño creciente del movimiento estudiantil del Valle del Cauca y del resto de la nación, “lo que las teorías modernas de los movimientos sociales no parecen tener claro, más allá de sus definiciones en negativo (lo que un MMSS no es) o de sus apelaciones al sujeto, es qué significa el movimiento en cuanto tal. Para Aristóteles, el movimiento era el paso de la potencia al acto, o como diría Agamben [2], la constitución de la potencia en tanto que potencia (2005). Recurriendo al pensamiento postestructuralista hemos señalado como esa creatividad se produce en la expresividad de las multiplicidades, precisamente en el desbordamiento de la institución representativa (sujeto, estado, soberano, etc.).

Según Aristóteles existen tantas especies de movimiento como especies tiene el ser en sí mismo (1994). Nosotros, agrega Fernández, “hemos señalado hasta aquí distintas especies fundamentales, contextualizadas en planos ontológicos y lógicas del ser diferentes: hay movimientos moleculares y movimientos molares, movimientos de producción del común y movimientos de producción de la diferencia, también hay desaceleraciones que desembocan en reterritorializaciones representativas o identitarias, destrucciones del común y reducción de las multiplicidades mediante capturas y saqueos, reticulaciones, fijaciones e incesantes intentos de reductio ad unum. Pero todo eso no parece inquietar a las ciencias sociales modernas. Paradójicamente, el movimiento se suele confundir con la fijación del devenir en una organización autoconsciente, identificando organización con movimiento.

A menudo, la metodología y el proceso de clasificación analítico procede de la siguiente manera: primero se señalan las organizaciones, luego, a partir de un reduccionismo identitario, se ratifica y fragmenta la transversalidad de la multiplicidad en movimiento en un número serial de familias: movimiento feminista, movimiento ecologista, Lgtbi, estudiantiles etc. Sin embargo, dada la continua emergencia de movimientos atípicos como la alterglobalización, o expresiones políticas tan difícilmente categorizables como la insurrección de las banlieues parisinas del 2005, el concepto tradicional de “movimiento social”, así como la delimitación de familias de las “políticas identitarias”, han entrado en una crisis ineluctable”. Crisis que debe ser asumida por los mismos protagonistas estudiantiles.

Lo visualizado y lo invisibilizado

Sostiene Fernández, “hay algo que chorrea sobre lo social e impregna los movimientos. Se comunica subrepticio sobre el campo de la vida cotidiana. Teje redes y prácticas, crea nuevas valores y nuevas formas de sentir, produce mundos significativos, contrasta las hipótesis y discute las consignas institucionales, crea también los lugares comunes y los desencuentros que vertebran las luchas políticas. Es en esta comunicabilidad social que se tejen las resistencias, y también los movimientos de comunalidad y diferencia. Autores como Alberto Melucci [3] o Mario Diani [4], citados por Fernández, han manifestado la necesidad de atender a esas “invisibilidades” de los movimientos, es decir, a las redes que están desperdigadas por lo social y que en un momento dado se constituyen para formar una serie de movilizaciones y organizaciones”. En este sentido, prosigue, se entiende que el movimiento sumergido precede al “movimiento social” visible.

Ahora bien, afirma, aun cuando Melucci y Diani hacen bien en exigir el atender a esas realidades “latentes”, las realidades latentes de las que hablan son demasiado superficiales, demasiado toscas. Su apuesta es peligrosa. En ella resuena un antiguo eco reaccionario, sentencia. Melucci y Diani hablan de la “latencia” de los muchos en el uno, como cuando Hegel hablaba de la subsunción de las partes en el proceso teleológico del espíritu o del Estado. La vida antagonista que recorre “sigilosa” lo social es obligada a converger, por ramificación, sobre el tronco de la movilización, más concretamente, el tronco institucional del “movimiento social”. Solo así puede reclamar su carácter político. Mas aún, solo las prácticas que realizan la síntesis consumando el ser-uno son consideradas “latentes”. Lo demás, simplemente, puede permanecer invisible, objeta Fernández.

Con razón dirá Mendiola, citado por Fernández [5]: “si bien Melucci (1994) apunta acertadamente que existe una 'miopía de lo visible' por medio de la cual el estudio de los movimientos únicamente se ha ceñido a las acciones más visibles (....), el peligro al que aludimos, constituiría una visualización de (la) otra 'miopía de lo visible' por medio de la cual lo cotidiano devenido político adquiriría su forma paradigmática en los conflictos desatados por los movimientos, sin apercibirse, en consecuencia, que más allá de lo que se oye hay un rumor incesante de líneas de fuga que desatan alteraciones”.

En definitiva, el gran peligro, advierte Fernández, consistiría en volver a conferir al uno —aunque este uno ahora sea el movimiento social— el carácter central, el de fuente original dispensadora de sentido y praxis al otorgarle “un privilegio cognitivo inexistente en otros espacios de lo social, lo que les constituiría en actores colectivos capaces de poner de manifiesto las relaciones de poder que permea el proceso de subjetivación” (ibidem).

Fernández sugiere que así “no estaríamos repitiendo sino la misma vieja concepción del movimiento que lo piensa como vanguardia de lo social. El movimiento como corte procedería a reproducir la escisión política noológica (pueblo/gobernantes) entre un actor político (el movimiento y su latencia) frente a un resto que sería pensado entonces como impolítico, como lo plantea Agamben. Muy a pesar de las teorías de la unidimensionalidad de Marcuse, y la espectacularización de lo social en la proyección de Debord elaboradas por los frankfurtianos y los situacionistas, debemos reconocer con Fernández, que lo social se manifiesta como un continuo proceso de renegociación, desviación y rechazo de los significados y las praxis esperadas.

Las distintas teorías del consumidor/espectador creativo de Mary Douglas [6], Hall [7] y Fiske [8] han contribuido a visibilizar estas prácticas dinámicas y paradójicas.

Otros autores, como Michel De Certeau, en este caso siguiendo el análisis foucaultiano, intentaron repensar la potencia del antagonismo dentro de este micro-mundo de las tácticas cotidianas, irreductibles al movimiento social visible o latente, otorgándole la voz por tanto al otro subalternizado por el pensamiento político clásico (en este caso, el pueblo impolítico al que aludía Agamben).

Tácticas y estrategias del movimiento social

Michel De Certeau [9] diferencia entre tácticas y estrategias en los movimientos sociales.

La estrategia y lo molar

La estrategia se define como un cálculo de relaciones de fuerza que solo es posible una vez que un sujeto es capaz de construirse y aislarse en un ambiente propio, un lugar que controla y define los dispositivos del poder (la escuela, los mass media, el ejército, la cárcel, la universidad, la fábrica, el Estado, etc.). Desde tal lugar propio gestiona las relaciones con una exterioridad de metas o de amenazas (los competidores, clientes, enemigos, los objetos de la investigación científica, etc.). Supone un dominio de la visibilidad de los espacios y los tiempos que en ellos transcurre, de forma que permite capitalizar las ventajas adquiridas y planificar las expansiones futuras. Las estrategias se realizan desde lo nodos de efectuación del poder (instituciones representativas) y los nodos estratégicos de resistencia (instituciones expresivas). Las tácticas, por el contrario, carecen de lugar propio. Se desarrollan en el lugar de las estrategias del poder.

Resisten desde dentro, en un espacio ajeno. Crean nuevos usos para las cosas, constituyen nuevas semánticas sociales, esquivan las capturas, provocan crisis y propician la creación de mundos otros. En definitiva, transforman las instituciones, también las organizaciones movimientistas.

En su libro La invención de lo cotidiano Michel De Certeau estudia un sin fin de tácticas distintas que, utilizando el léxico que Foucault elaboró en Vigilar y Castigar [10], define como antidisciplinarias. Un ejemplo sería el llamado “rechazo al trabajo” que se da en los espacios de la fábrica y la empresa; otro ejemplo de táctica antagonista sería la (ciberpiratería actual. Ahora bien, con lo dicho en los epígrafes precedentes, nos dice Fernández en su magnífico ensayo, será fácil comprender que lo que bulle por debajo de las tácticas y las contraestrategias no pueden ser reducidas únicamente a lo racial (cálculos de probabilidades, y tácticas para subvertir dichos cálculos).

Los microcosmos moleculares que implican, y las variaciones en la distribución/composición del deseo y las creencias que provocan, no pueden definirse dentro del esquema de la irracionalidad. Sin tener en cuenta todos estos movimientos moleculares, que continuamente ponen en crisis a las instituciones, no sería posible explicar el cambio social; tampoco su heterogénea complejidad ni la potencia del movimiento antagonista.

La crisis del fordismo y el auge del posfordismo, por ejemplo, no podrían ser explicados sin tener en cuenta los antagonismos estratégicos de los movimientos estudiantiles, negros, anticoloniales y las huelgas salvajes. Tampoco podría explicarse sin tener en cuenta el antagonismo táctico, el efecto del rechazo al trabajo, por ejemplo; los elevadísimos niveles de absentismo laboral, escaqueos, ralentización de la producción y boicots que tuvieron lugar en muy diversos países durante las décadas de los años sesenta y setenta, como lo afirman Negri [11] y Hardt [12]. Pero, del mismo modo, no son incomprensibles si no se tiene en cuenta el efecto en la transformación los flujos moleculares, sus desplazamientos de las representaciones culturales, su creación de nuevas distribuciones y composiciones sociales del deseo, en el análisis de Deleuze y Guattari.

En síntesis

En fin, las invisibilidades movimientistas en latencia de Melucci y Diani comienzan a problematizar la noción de “movimiento social”, pero lo hacen de forma insuficiente. La visualización de las tácticas antidisciplinarias politiza lo social más allá de lo que suele delimitarse bajo el concepto habitual de “movimiento social”. Sin embargo, ninguna de las dos aportaciones logra aprehender los agenciamientos de enunciación colectiva que anteceden a los sujetos y sus prácticas.

Los antagonismos moleculares terminan por abandonar cualquier postura centrada en el sujeto y en los objetos sólidos.

La producción de una línea de fuga o una revolución molecular ya no remite a sujeto alguno. Muy por el contrario, dispone planos donde los sujetos se forman. Y en este sentido, podemos concluir con Mendiola que, “la especificidad de los movimientos no deberá fundamentarse, consecuentemente, en la búsqueda de rasgos propios que no se encuentran en el tejido social, una idiosincrasia que es posteriormente llevada a la sociedad, sino que por el contrario, sus peculiaridades habrán de buscarse en los espacios y tiempos que derivan de la tensión ontológica que da lugar a trayectos sociológicos que son irremediablemente colectivos: la especificidad de los movimientos emerge en un cronotropos, en el despliegue performativo de una multiplicidad cambiante”.

La “invisibilidad” de los antagonismos solo podrá ser aprehendida si se trasciende el movimiento y su latencia, si se atiende a las tácticas tanto como se ha atendido a las contraestrategias (movilización de recursos, etc.), si se responde a los problemas que plantea la distinción entre expresión y representación institucional, y si se incorpora en el análisis la perspectiva molecular de una ciencia nómada. Al permanecer invisibles los flujos y las multiplicidades, al permanecer incuestionado el sujeto, de los movimientos solo se estudia uno de sus ejes espacial-temporales: los de la reterritorialización, concluye Fernández, en una provocadora narrativa que resulta pertinente debatir al interior del actual movimiento universitario.

* Nota. El día 19 de octubre del 2018, en un ambiente de apertura propiciado por la Secretaría de Paz territorial del Valle del Cauca, y de su representante, el doctor Fabio Cardozo, así como por el Observatorio de Paz de dicha entidad, de la que hacen parte muy destacados gestores de paz, se debatieron con profesores y estudiantes las características del actual movimiento estudiantil caleño y caucano, y se propusieron importantes actividades con foros programáticos y reuniones de los organismos de derechos humanos regionales para construir un plan de acción de prevención y protección de los líderes y de todos los integrantes de la actual movilización universitaria, amenazados por el Esmad, los paramilitares, las mafias, las burocracias y las gubernaturas fascistas del uribismo.

 

[1] Santiago Castro-Gómez en este enlace electrónico recuperado el 20 de octubre del 2018.

[2] Agamben, Giorgio. (2005). Movimiento, Caosmosis, extraído el 4 de febrero del 2008.

[3] ¿Qué hay de nuevo? En Melucci, Alberto (1994). ¿Qué hay de nuevo en los nuevos movimientos sociales? En Enrique Laraña y Joseph Gunsfield (eds.). Los nuevos movimientos sociales. De la ideología a la identidad (pp. 119-150). Madrid: CIS. Melucci, Alberto (1998). La experiencia individual y los temas globales en una sociedad planetaria. En Tejerina, Benjamin e Ibarra, Pedro (eds.). Los movimientos sociales. Transformaciones políticas y cambio cultural (361-382). Madrid: Trotta

[4] Diani, Mario. (1992). The concept of social movements. The Sociological Review, 40(1), 1-25.

[5] Mendiola Gonzalo, Ignacio. (2001). Movimientos sociales y trayectos sociológicos: hacia una teoría práxica y multidimensional de lo social.

[6] Douglas, Mary. (1998). Estilos de pensar. Barcelona: Gedisa.

[7] Hall, Stuart. (1973). Encoding and Decoding in the Television Discourse. Birmingham: University of Birmingham.

[8] Fiske, John. (2004). Reading Television. Londres: Routledge.

[9]De Certeau, Michel. (1999). La invención de lo cotidiano. México DF. : Universidad Iberoamericana.

[10] Foucault, Michel. (1984). Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI. Foucault, Michel (1997). Las palabras y las cosas. Madrid: Siglo XXI. Foucault, Michel. (2001). El sujeto y el poder. En Paul Rabinow y Hubert Dreyfus. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica (pp. 241-259). Buenos Aires: Nueva Visión. Foucault, Michel (2004). Nietzsche, la genealogía, la historia. Valencia: Pre-textos. Foucault, Michel (2005a). La voluntad de saber. Madrid: Siglo XXI. Foucault, Michel (2005b). El uso de los placeres. Madrid: Siglo XXI. Foucault, Michel (2005c). La inquietud de sí. Madrid: Siglo XXI.

[11] Negri, Antonio. (1994). El poder constituyente. Madrid: Libertarias/Prodhufi. Negri, Antonio y Hardt, Michael (2005). Imperio. Barcelona: Paidós.

[12] Negri, Antonio y Hardt, Michael. (2006). Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio. Barcelona: Paidós.

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