El molino de carne humana en 'La muerte de un viajante' de Arthur Miller

El molino de carne humana en 'La muerte de un viajante' de Arthur Miller

"Es una nítida radiografía del capitalismo salvaje que convierte al individuo común y corriente y a su familia en seres superficiales, frustrados y obsesionados por el éxito"

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
abril 23, 2018
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El molino de carne humana en 'La muerte de un viajante' de Arthur Miller

Es una descarnada disección del molino de carne humana en que la sociedad norteamericana de la época, ubicada entre las dos guerras mundiales y la quiebra de la bolsa en 1928, convierte a los hombres común y corriente.

Estudiosos de la obra de Miller ubican a La muerte de un viajante, Las brujas de Salem y Todos eran mis hijos entre las creaciones propias de su primera etapa, cuando se concentra en dramatizar los efectos de la sociedad en los individuos y en sus núcleos filiales, cuestionando sin ambages a la célula familiar, como caldo de cultivo de agudos conflictos y miserias que consumen a padres e hijos en un infierno en vida.

Por los indicios que aportan las escenas y diálogos de La muerte de un viajante, su trama parece desarrollarse después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos son la máxima potencia occidental y el ideal de las familias y los individuos es: hacerse a una hermosa casa en los suburbios, un llamativo auto, y una bella, hacendosa y hogareña esposa dotada de todos los electrodomésticos, que la mantienen encadenada a su casa, al igual que las numerosas deudas, a los salarios de los ambiciosos empleados de la clase media, cada vez viéndose a gatas para cancelar las cuotas mensuales.

Es una nítida radiografía del capitalismo salvaje que convierte al individuo común y corriente y a su familia en seres superficiales, frustrados y obsesionados por el éxito medido en dinero y bienes de consumo, cuyo alcance se convierte en el fin de sus metas y máximos trofeos de su realización personal, familiar y social.

La tragedia de Willy Loman, un vendedor viajero, que engaña a su obediente mujer, convencido que el esfuerzo y la simpatía con su jefe Howard, clientes y todos los que le rodean, al final de sus años de recorrer ciudades y pueblos de Nueva Inglaterra, en busca de compradores, se manifestará con sus hijos superándolo en logros, con buena jubilación y una finca donde organizar un florido jardín, un huerto para sembrar hortalizas y criar gallinas; al final se convierte en un infierno cuando ha superado los 60 años, acaba de ser despedido del trabajo por su jefe deslumbrado por el novedoso magnetófano que acaba de comprar; y de repeso su hijo Biff, en el que había puesto todas sus esperanzas de alcanzar lo que él no pudo, fracasa rotundamente, al no recibir del hijo de un viejo amigo, al que el día de su bautismo, él sugirió el nombre de Howard, le niega el anhelado préstamo para iniciar su propia empresa.

La acción del drama escrito para ser representado en las salas de teatro, principalmente se concentra en las austeras habitaciones y el diminuto patio de la casa flaqueada de nuevos edificios de apartamentos que le roban la luz y la tierra para sembrar zanahorias, donde viven Willy, su obediente esposa Linda y sus hijos, Biff, el mayor, y Happy; y otros lugares, de Nueva York y Boston, donde se desarrollan y alternan las escenas con los recuerdos y el presente, que marcan puntos de tensión y ruptura dramática en el relato, como el cuarto del hotel de Boston, donde Biff, cuando era adolescente y acababa de abandonar la escuela, viaja apresuradamente en búsqueda de su consejo, encontrando al padre intentando esconder en el baño a su amante, a quien le suele regalar cajas de finas medias de encaje, mientras su madre, en casa, suele remendar las de ella; o como el prestigioso restaurante de Nueva York, donde Happy ha invitado a Biff y a su padre, para celebrar por adelantado, el préstamo por 15.000 dólares que ese día iba a gestionar con un viejo conocido de Willy, y el cual daban por asegurado, convirtiéndose en un apabullante fracaso, que deja al padre de los hermanos Loman, solo y ebrio, mientras sus hijos chisposos se van de farra y sexo con dos hermosas mujeres que acababan de conocer.

El manejo de las escenas alternando el pasado y presente, para encadenar los motivos vivenciales y psicológicos de sus acciones, lo resuelve el autor, no solo mediante la escenografía de los ambientes, vestimenta de los personajes y dirección de los movimientos en los espacios donde transcurren los dos actos y el réquiem, en que dramatúrgicamente está dividida la obra.

Los recuerdos que Willy quiere borrar, de su errático comportamiento como persona que quiere ser simpático y caerle bien a todo el mundo, vendedor exitoso, amigo de sus vecinos, compañeros de trabajo y padre de familia, se le aparecen como el fantasma de su tío Ben, al que no aceptó la invitación a seguirlo en sus aventuras por otros países y logró hacer fortuna en Alaska y África; o en la constante presencia de su triunfador vecino Charley, quien le presta dinero para sortear las cuotas de la póliza de la casa, el auto y los electrodomésticos que lo agobian y trata de aterrizarlo ofreciéndole un empleo estacionario, con menos sueldo, pero seguro; y de su estudioso y gafufo hijo Bernard, compañero de estudio de su atlético hijo mayor, quien le recuerda que fue Willy, cuando Biff viajó a Boston, para pedirle consejos acerca de si continuaba o no sus estudios, quien lo alentó a que no hablara con el profesor para habilitar o remediar la materia, y más vale que se esforzara en convertirse en una estrella de fútbol americano para triunfar, sin tener en cuenta que su primogénito que tanto lo idolatraba y lo tenía como ejemplo, sufrió una gran decepción, bajándolo del pedestal de padre ejemplar en que lo tenía, al encontrarlo en el hotel con la joven amante, la señorita Forsythe, a la que regalaba las cajas de medias que le negaba a su abnegada y sacrificada madre Linda, remendando las suyas en la sala de la casa, mientras esperaba al marido Willy.

Al ser echado de su empleo, agobiado por las deudas y vivir en continuas discusiones con su hijo querido Biff, que confiesa su fracaso y deseos de no encasillarse en el estilo consumista de vida de su padre y del ciudadano norteamericano de la clase media, propio de la posguerra; y al concluir que gracias a su errática y falsa vida llena de apariencias y a la dinámica de una sociedad en la que el pez grande se come al chico, y muy pocos ‘triunfan’, Willy Loman agobiado por los remordimientos y la conciencia de su rotundo fracaso, el de su hijo Biff y de su familia, se suicida.

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