El infante de marina Timbiquí...
Opinión

El infante de marina Timbiquí...

Colombia necesita millones de héroes de carne y hueso como Timbiquí, el gigante de dos metros y bella piel negra que un día ya lejano se alistó en la base de Tumaco

Por:
febrero 07, 2019
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Anuar Timbiquí, acaba de llegar a la base de infantería de marina en Tumaco*; cargado de sueños, animado por sus padres; es quinto de doce hermanos; sus ancestros, afrodescendientes; sus grandes ojos, adornan su bella piel negra, que resplandece por su amable sonrisa de blanco corazón de porcelana.

Cualquier persona de Timbiquí, es representación auténtica de lo exclusivo y puro de la costa pacífica colombiana; Anuar, con apellido de pueblo y de río, pasó buena parte de su juventud acompañando a su padre en busca de oro, entre mangles y estuarios; surcando las aguas del río Saija hasta Peté, en las entrañas del departamento del Cauca, barequeando, encontraban pepitas de oro.

Durante el primer día como infante de marina, el teniente que lo recibe le hace preguntas obligadas: lugar y fecha de nacimiento: —¡Timbiquí Cauca, mi teniente! —estatura: —¡2 metros mi teniente! — ; cuánto pesa: —¡100 kilos mi teniente! —; cuánto calza: —¡no sé mi teniente!

El teniente García, con el cabo Gómez Paipa, llenan la ficha de ingreso de por lo menos quinientos infantes que se reciben durante la jornada; junto al médico Núñez, escuchan atentos las respuestas de Timbiquí, y no se ponen de acuerdo en contrainterrogar al joven recluta; el cabo, mira hacia el cielo en busca de los ojos del gigante; el médico disimula su sonrisa, y el teniente escudriña los pies de Timbiquí: no trae zapatos, su corpulencia reposa sobre unas desvencijadas sandalias, que descubren unos dedos grandes y la piel ajada de las plantas de sus extremidades.

¿Qué vamos a hacer mi teniente? —pregunta y afirma Gómez Paipa —en el almacén de intendencia tenemos hasta número cuarenta y tres, y este roble calza cuarenta y siete. Traigan un par de tenis número 44, y yo les abro las puntas, para que pueda sacar los dedos, mientras buscamos un par de botas en Bogotá, —ripostó el zapatero—.

Esa primera noche, pasando revista de los “imaginarias”, (denominación en la marina colombiana, a los centinelas de alojamiento durante la noche), el cabo Aguirre informa que el recluta Timbiquí es más grande que la cama del tercer piso del camarote; efectivamente los pies de Anuar, sobresalen del colchón y no hay más remedio que cambiarlo de catre; además, su peso, podría romper las tablas y caer encima de sus compañeros.

Muy temprano en la mañana siguiente, un equipo de infantes de marina estadounidenses, que entrenaban con los elementos de combate fluvial colombianos, facilitan de sus inventarios, las botas del tamaño del gran Timbiquí, quien comenzó a lucirlas orgulloso, encabezando la marcha de su pelotón, camino al rancho de tropa para tomar los alimentos.

Como este joven colombiano, que sin pensarlo dos veces, respondió —no  sé mi Teniente—, miles y miles aprenden todos los días en los cuartes militares y de policía; oficiales y suboficiales, en escuelas de formación, bases navales y de aviación, tienen una noble misión: enseñar a los colombianos de las periferias, de los campos y ciudades que tomaron la decisión de servir bajo banderas, el cariño por sus compatriotas y el amor por los valores más sublimes que caracterizan a esta nación.

Timbiquí creció como muchos soldados, marinos, pilotos y policías: amando profundamente su país; el mejor guía es quien ha caminado trochas y vadeado ríos; y este joven soldado, conocía de memoria desde el río Saija, hasta Cabo Manglares; como la palma de su mano, las costas del Cauca y de Nariño, las aguas del Telembí, del Guapi, del Micay, el Cahaguí, el Patía, el Mataje, el Mira, el Satinga, y el  Sanquianga; las lagunas de La Tola y de Pulbuza.

 

Comandos anfibios de la Infantería de Marina

 

Así como este infante de marina de corazón grande, son quienes se atreven a vestir el uniforme de nuestra fuerza pública; como Timbiquí, son los Rodríguez, los Martínez, los  Gómez, los García; los cadetes sorprendidos por el bombazo del ELN en la Escuela General Santander; son luchadores, sencillos y honestos; sus comandantes y superiores, les enseñaron: “amen a los soldados como si fueran sus propios hijos”.

Esa práctica es la que sustenta al Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la Policía de los colombianos; por el amor de su gente hacia toda la gente es como se les mide; por el amor de quienes defienden los más caros ideales de estas instituciones; no se juzga las instituciones por las conductas de quienes las enlodan y hacen dar pena, ni por quienes equivocan el camino, manchando lo inmaculado.

Héroes hay por doquier en los cuartes militares y de policía; también héroes y heroínas, encontramos en los hogares, en las calles, campos y ciudades de Colombia, en todas las profesiones y oficios; héroes son los mineros artesanos como el padre del infante de mi historia; héroes son los estudiantes que madrugan a tender sus camas y salen corriendo a tomar el bus que los lleva a tiempo a sus clases; héroes son los profesores y obreros que trabajan para educar, para conseguir el sustento de sus familias, para cumplir sus obligaciones y deberes.

Para desarrollar a Colombia, para verla crecer siempre grande, respetada y libre, el país necesita millones de héroes de carne y hueso; seres humanos como Timbiquí: un infante de marina, quien como papá de tres hijos, hoy vive feliz con su esposa en el pueblo que le dio su apellido; sigue llevando con honor el título de colombiano, y aún conserva su corazón repleto de bondad, de gratitud, de nobleza y de respeto...

*10 de enero de 1990

https://twitter.com/rafacolontorres

 

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