Un refugio de palomas mensajeras en Bogotá

Un refugio de palomas mensajeras en Bogotá

Ramiro Zea las entrena, conoce los secretos que éstas transportan en sus picos y patas

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abril 07, 2015
Un refugio de palomas mensajeras en Bogotá
Foto: Isabella Bernal - Las2Orillas.CO

Que los narcos en los años 90 mandaban información a las cárceles a través de palomas es sólo un mito. Las palomas no llevan mensajes en el pico, ellas van de un lado a otro buscando su hogar. Pueden volar un día entero con tal de llegar a un refugio seguro, ese lugar en el que siempre van a encontrar comida, protección y sí Ramiro las espera, un paquete de maní salado en el bolsillo de la camisa: el bocadillo preferido de cualquier paloma.

Con la misma sonrisa que recibe a sus amigas cada vez que llegan de un viaje largo, Ramiro Zea me espera en una casa de madera poco luminosa en medio de su familia, 592 palomas mensajeras. A sus 59 años, lleva media vida al lado de estas aves que ama igual que a sus hijas, dos chicas que lo extrañan en Caldas (Antioquia) cuando hace seis años decidió venirse para Bogotá detrás de un grupo de palomas. El arrullo acompaña nuestra conversación dentro del palomar y la voz suave de éste hombre se hace una con el ambiente como si también les hablara a ellas.

Empieza con una anécdota. “Una vez me llegó una tan herida que se le salía el agua y el maíz por el pecho por eso digo que son muy resistentes”. La cosió con aguja e hilo, entabilló sus patas con un palito de paleta y 20 días después ya estaba caminando.  Ramiro lleva 23 años cuidando, entrenando y amando a estas aves ajenas. Sus dueños son aficionados que disfrutan viéndolas volar en las competencias que son los únicos días en los que Ramiro se estresa. Una pareja de palomas cuesta 200 mil pesos y el mantenimiento de un palomar no sobrepasa los 60 mil. Es un hobbie relativamente económico si se compara con los caballos, los perros e incluso los gallos. En Colombia este negocio ha permanecido artesanal porque no existe muchas oferta mientras que en países como Italia y Francia se ha convertido en una industria que mueve millones.

En éste palomar en Bogotá, Ramiro entrena casi 600 palomas de distintos dueños. Todos los días a las siete de la mañana las saca a volar durante dos horas y ellas saben que a las nueve deben bajar a esperar sobre un costal el silbido que les anuncia el desayuno. Entran a la casa por unas ventanitas que controlan su llegada con una banda electrónica que tienen amarrada a las patas y se sientan a descansar cada una en su cama, una pequeña cajita elegida por ellas mismas. “Yo les he enseñado que tienen que volver, así sea tarde pero que tienen que entrar.”

Con esta banda electrónica cada dueño le hace seguimiento a su paloma

Con esta banda electrónica cada dueño le hace seguimiento a su paloma

Éstas palomas pueden recorrer hasta mil kilómetros sin tocar la tierra pero sólo quien elige la mejor ruta y llega en el menor tiempo sin dejarse atrapar por un águila o un halcón, es la ganadora. Por su rapidez e inteligencia las venden hasta por diez millones de pesos pero para Ramiro eso es lo de menos. No le importa cuanto se demoren, ni en cuanto las vendan mientras lleguen sanas y salvas. En Colombia los concursos de colombofilia son organizadas por diferentes clubes. Los más grandes son los que vuelan de Medellín o Bogotá hasta la Costa y de Manizales hasta Quito.

La historia de Ramiro con las mensajes empezó en el año 1991  cuando era el mayordomo de una finca donde le encomendaron que cuidara siete. Él mismo les construyó una casa “como para muñecas, grande, bonita y bien pintada”. Un día se le ocurrió llevárselas diez kilómetros lejos de la finca y soltarlas para ver si volvían. Se sentó a esperar incrédulo y cuando las vio llegar supo que eran inteligentes. Ramiro conoce sus razas, enfermedades y debilidades pero sabe que el único truco para que regresen triunfadoras es entregándoles el cariño que las impulse a volver rápido a casa.

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“Este es el mejor manejador de palomas de Colombia”, interrumpe un criador que llega a visitar a sus nueve competidoras. Así como él, otros pagaron noventa mil pesos para que sus palomas compitieran en el encuentro de colombofilia más importante del país. Fueron mil las inscritas pero sólo quedaron 600 porque muchas murieron en el camino. De los noventa millones, la mitad fue para los premios y el resto para los gestos de mantenimiento. Una paloma se come treinta gramos de alimento al día es decir un kilo más los dos millones que es el sueldo de Ramiro: “Dicen que soy el mejor pero a mi me dan el 70% de raza y yo 30% lo pongo yo” dice entre risas.

En uno de los últimos encuentros, Ramiro las llevó en un camión hasta Valledupar, las alistó en el palomar, les abrió las puertas y las vio volar hasta Bogotá donde él mismo las recibió. Así como ellas volaron solas rumbo a casa, Ramiro también emprenderá un nuevo camino. Muchos años al lado de estas aves le han enseñado el valor del hogar y por eso se quiere enrutar hacia su familia.  Sólo espera una jubilación con la que pueda construir su propio palomar al lado de sus dos hijas y su esposa, y por fin poder ganarle a los señores para los que ha trabajado toda la vida.

Fotos: Isabella Bernal

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