El gobierno de los cuerpos
Opinión

El gobierno de los cuerpos

Una mujer es todo aquello que ella decida, soberanamente, hacer con su cuerpo

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octubre 30, 2018
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El chantaje era tan sencillo como atroz: si las mujeres insistían en su soberanía, les quitarían a sus hijos. Y así lo hicieron. Desde finales del siglo diecinueve, miles de niñas y niños indígenas de las Primeras Naciones, ocupantes y propietarios legítimos del inmenso territorio canadiense, fueron recluidos en las tristemente célebres Escuelas Residenciales: auspicios estatales en donde la principal tarea de las autoridades seculares y religiosas consistió en borrar cualquier rastro de su origen, imponiéndoles a todas y todos, una manera de vestir, un dios a a quien adorar, y una forma de llamar -y concebir- con miles y miles de palabras ajenas, a la basta naturaleza que los rodeaba. Tales medidas se impusieron con aterradora violencia, incluyendo cientos de casos de abuso sexual infantil, un desastre social y humano que avergüenza a la mayoría de canadienses.

En la actualidad, el efecto de las Escuelas Residenciales se puede identificar en al menos dos realidades: en primer lugar, la terrible condición humana en la que viven muchos de los indígenas canadienses; sometidos a la violencia de la pobreza, la exclusión y la vergüenza, que los ha llevado a padecer una brutal epidemia de alcoholismo, drogadicción y depresión y; en segundo lugar, esa ruptura sistémica de los vínculos ancestrales, llevó a acelerar y hacer más eficiente el destierro de los habitantes originarios de los territorios -el objetivo primordial de los colonizadores-. Les robaron la tierra gobernando sus cuerpos. Hoy en día, varios mandatarios canadienses han tratado de enmendar su error y han ofrecido disculpas y otorgado reconocimientos, que dada la extensión -y profundidad- del daño causado, no parecen suficientes.

En su adolorido pero valiente libro Como siempre lo hemos hecho la filósofa de origen indígena Leanne Betasamosake Simpson, relata cómo los cuerpos de los indígenas y su consecuente expresión de su independencia, autenticidad y soberanía, se erigían como la principal amenaza para el proyecto de los colonizadores en lo político, religioso, pero por encima de todo, en lo económico. Por esta razón, dedujeron que atacando la soberanía de los cuerpos podrían mancillar a las sociedades indígenas. No se equivocaban.

 

 

La filósofa de origen indígena Leanne Betasamosake
denuncia la forma en que el soterrado gobierno del cuerpo
afectó a las mujeres indígenas

 

 

Adicionalmente, Betasamosake denuncia en su texto la forma en que este soterrado gobierno del cuerpo afectó a las mujeres indígenas. En efecto, desde al menos 1876, se pusieron en marcha legislaciones que restringían los derechos patrimoniales de la mujer indígena y establecían ciertas normas de comportamiento que incluían claras restricciones a sus derechos sexuales y reproductivos: la monogamia se impuso por decreto así como la institución del género binario -hombre/mujer- extraño para dichas culturas. Con la aplicación de estas leyes, se deformó el rol de la mujer deteriorando su posición y rango y reduciéndolas a un apéndice, silente y dócil, del hombre.

Una posible conclusión de esta devastadora historia es la importancia de reconocer la necesidad de defender el derecho de autodeterminación de las mujeres sobre su cuerpo. En ese sentido, cualquier restricción de esta soberanía conllevará -y ha conllevado- a un sometimiento de las mismas en lo familiar, lo laboral, lo social y lo político.

Una mujer es todo aquello que ella decida, soberanamente, hacer con su cuerpo. Es injusto que por siglos se haya garantizado al hombre dicha soberanía, pero al tratarse de mujeres sobran los argumentos para sustraer -con excusas éticas y religiosas- sus derechos a ser quienes ellas decidan ser y a hacer de ese primer territorio, su cuerpo, el primer lugar de su libertad.

Una decisión urgente al respecto, consiste en dejar de impedir, con vanas y regresivas razones, el derecho que le asiste a cualquier mujer de determinar cuándo y como reproducirse: el acto quizás de mayor soberanía de todos. El derecho al aborto más que una concesión, es un derecho sin el cual una mujer siempre vivirá sometida al gobierno de los hombres, una forma de abuso que ya no podemos seguir permitiendo, un castigo infame a esa tierra sagrada que es el cuerpo femenino.

@CamiloFidel

 

En las tristemente célebres Escuelas Residenciales de Canadá en el siglo XIX, la principal tarea de las autoridades seculares y religiosas consistió en borrar de los niños y niñas indígenas cualquier rastro de su origen. Foto: Captura de pantalla

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