El fallido intento por zafarnos de las llamadas brujas

El fallido intento por zafarnos de las llamadas brujas

Ella es capaz de oír las más terribles confesiones y no se escandaliza. Está cerca aunque queramos alejarla. Se inserta en nuestro discurso, se mete a las casas

Por: Antonia Camargo
enero 26, 2022
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El fallido intento por zafarnos de las llamadas brujas
Detalle de "El aquelarre", de Francisco de Goya

Las historias sobre brujas siempre nos llaman. Son perversas, misteriosas y escalofriantes. Los más racionales dicen que no creen en ellas, pero de que las hay las hay. Sin embargo, pocos saben de dónde surge ese miedo generalizado hacia ellas.

La Baja Edad Media puso a la bruja en el lugar del alter histórico, hecha perversa y aliada del demonio para diferenciarla del arquetipo de la santa —elaborada a imagen y semejanza del catolicismo—. Pero ella no está conforme con el lugar que se le ha otorgado, con la verdad que se ha construido alrededor de su figura y ha evitado a toda costa la falta de contacto con el otro.

La bruja es astuta y participa en ese juego de poderes, hace de víctima y de débil, muta y se esconde para trascender las épocas y no desaparecer. Y este esfuerzo por sobrevivir constituye un campo importante de estudio. Michelet (2000) enuncia algunos de esos poderes velados de la bruja, que si bien no son hegemónicos, no dejan de ser imprescindibles: "¡Qué poder el de la bienhadada de Satán, que curaba, predecía, adivinaba, evocaba a los muertos! ¡Que sabía echar la suerte, convertirnos en liebre, en lobo, hacernos encontrar un tesoro, y más que todo hacernos amar!". (Michelet, 2000, p 95).

Ella es capaz de oír las más terribles confesiones y a diferencia del cura, no se escandaliza. Está cerca aunque queramos alejarla. Se inserta en nuestro discurso, se mete a nuestras casas, determina el curso cultural y al tenernos cerca, preguntándole por nuestro futuro y nuestro destino, ejerce el poder.

La invención de la bruja tiene dos funciones: Uno, estigmatizar, controlar otros tipos de cultura, que es la función del régimen de verdad sobre la bruja creado desde la Baja Edad Media, en el que se tilde de demonio o bruja aquello que hace peligrar un orden o una idea de orden. Y dos, la función social: una vez que la brujería es consciente como arquetipo para todos ―en el consciente colectivo― al conjunto le sirve como catalizador de sus problemas. (Ceballos, 1999 p. 35).

Sin ánimo de vanagloriar el oficio de las llamadas brujas, al quitarnos las cadenas morales y dialécticas ―evitando los juicios calificativos y las discusiones respecto a si se lucran o no con lo que hacen, a si producen o no o el mal con sus conocimientos mágicos― podemos evidenciar que ellas fracturan las distancias abismales entre quienes son diferentes; tienen la valentía de responsabilizarse de ese otro, de sus deseos y necesidades en tanto ese otro expone un rostro, que como el de ella vive la experiencia del dolor.

Con el paso del tiempo parece desvanecerse la necesidad de utopía, pero como sucede en la historia de Cándido de Voltaire (1759), la practicante de magia aparentemente nunca obtiene un beneficio y se encuentra con una realidad desastrosa que confronta su ideal de felicidad, sin embargo aprende, en cambio, algo que lo reconforta y jamás le quita las ganas de vivir: su conocimiento y su reconocimiento en y a través de los otros. (Revista Aquelarre, vol. 12 N° 24, p. 83, 2013).

La llamada bruja se encuentra con el otro a través del lenguaje en el no lugar, se sitúa en la utopía. Ella piensa lo posible, actúa y habla en torno al deseo de quien la busca. Por ese acto de habla que la bruja tiene con el consultante surge la verdad, una verdad por la cual el otro comienza a actuar. La bruja se relaciona y se aproxima al otro, y en esa relación practica la idea de lo infinito, de la abolición de las distancias en la proximidad que propicia. Ella se hace responsable del otro, pero esa responsabilidad no es la responsabilidad moral ni filosófica, es una responsabilidad ética y hospitalaria, de solidaridad, que surge de la libertad, las necesidades, el dolor, el deseo del otro.

La bruja responde del otro en tanto reconoce su rostro, porque demanda de ella una respuesta a su sufrimiento. El encuentro entre practicante de magia y consultante se da en la medida en que se comparte la sensación de haber sido arrojadas a la vida, a la pena, a las situaciones difíciles en soledad absoluta.

Aun siendo el otro la alteridad absoluta, existe una ética en la llamada bruja que reclama el presupuesto del amor. Amor entendido no de forma romántica sino filial, como gratuidad, que no es sino la distracción absoluta del juego (interés) sin consecuencias, sin huellas ni recuerdos, de puro perdón; por el contrario, también podría ser responsabilidad para con el otro y expiación (Quesada, 2011, p. 395).

Aquí podemos ver que la solidaridad no está exenta de relaciones de poder, ya que este se entiendo como acción de gobierno, como acción que produce verdades, símbolos que gobiernan la acción del otro.

El análisis sobre el poder presentado hasta el momento puso su mirada sobre las pequeñas verdades. El poder produce verdades que facilitan el gobierno de quien ejerce el poder, y en ese ejercicio de controlar la acción produce realidades. Aunque algunas verdades se posicionan como universales y determinantes ―como es el caso de la verdad de la bruja en la Edad Media ―, sin embargo, toda verdad es, en realidad, un acontecimiento específico que responde a un contexto determinado.

En medio de las grandes verdades y los macropoderes, casi que invisibles, se esconden micropoderes que se instauran en la vida ordinaria y conducen a los sujetos ¿Por qué se suele destacar la verdad universal, la que nos conduce en masa, y obviar esas formas invisibles de poder?

Hay una idea de  ̳comunión que se pierde en sociedades de alta tecnología, en las cuales se cosifican las relaciones; sociedades que cambian los valores rituales de la comunicación como experiencia participativa por una relación distante y mediatizada. Lo que ya pasó de moda, lo que no está a la vanguardia, se desecha, como si el hombre y la mujer de la vida ordinaria no siguieran relacionándose a partir de las formas simples de comunicación, del contacto espontáneo con el otro,
de la voz y la palabra; a través del mito y del símbolo, de prácticas antiguas como la brujería.

El pensamiento eurocéntrico ha determinado, en muchos sentidos, los estudios sociales latinoamericanos contemporáneos. Nos ha costado asumir un modelo propio de desarrollo intelectual, y por ello seguimos en miras de alcanzar un progreso histórico tal como el vivido por Europa.

Colombia es un país profundamente híbrido y complejo ¿Qué sucede en esos lugares rurales y recónditos –que es la mayor parte del territorio nacional– en los que, si bien ya está inmersa la tecnología, las que determinan los acontecimientos y las relaciones sociales son prácticas como la brujería? ¿Cómo pensar en un nivel académico el
problema de la comunicación y el poder si las características del lugar donde se ejerce son híbridas, caóticas y contradictorias?

Estos interrogantes merecen una perspectiva que valore los preceptos desechados, en la que la mirada dé vuelta a los principios comunicativos en los que no existe otro medio que la voz y los símbolos para comunicar, el cuerpo y sus señales, los gestos y silencios, las necesidades y deseos para generar una estrategia de poder.

En los pueblos de Colombia la bruja, que es en realidad practicante de magia, ejerce de forma sutil el poder sobre sus consultantes por medio de estrategias comunicativas que le permiten tener condiciones favorables para conducir la acción y el devenir de la vida del otro.

No se deben llamar brujas porque este término fue creado en el siglo XV con el fin de demonizar las prácticas de hechicería, y con ello suprimir llevando a la hoguera a toda mujer que representara una amenaza para la estabilidad del poder católico y económico de la época.

La figura de la bruja es una verdad que persiste en la vida social hoy, sobre ella se ha ejercido el poder, pero eso no impide que ella, a su vez, lo ejerza sobre quienes la visitan, esperando esa verdad que sólo la bruja puede elaborar. La bruja determina el devenir de la vida del otro a partir de narraciones que son consideradas verdad y conducen las decisiones, las relaciones en la vida íntima y la acción del otro ¿Qué más poderoso que dirigir la vida íntima de las personas, su cuerpo, sus deseos, pasiones y relaciones?

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