El embeleco del salario mínimo

El embeleco del salario mínimo

Cambian los presidentes, pero la política siempre es la misma: exprimir económicamente al trabajador y al pueblo en general para beneficiar a los grandes gremios

Por: Julio A. Silva Sarmiento
diciembre 12, 2018
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El embeleco del salario mínimo

El folclor vallenato canta “diciembre llegó con sus ventoleras”, pero también ha traído, durante los últimos 21 años, las ventoleras de las negociaciones sobre el salario mínimo —el que la ley establece como retribución mínima para cualquier trabajador—, que se llevan a cabo entre gobierno, empresarios y trabajadores, donde cada uno defiende sus propios intereses. Pues bien, el resultado de estas negociaciones afecta a todo el pueblo colombiano, en especial al que es llamado “el ciudadano de a pie”, que es aquel al que el gobierno, en su infinita sabiduría y con sus diferentes reformas tributarias y laborales, dejó abandonado en la mitad del camino. Entonces, como siempre el más afectado es el pueblo, hay que tratar de encontrarle sentido a todas estas ventoleras decembrinas.

Así que lo primero es lo primero. La respetable Real Academia Española define embeleco como 1. Embuste, engaño, 2. Persona o cosa fútil, molesta o enfadosa, y 3. Juego, enredo, montaje, complicación. Como más de una de estas definiciones de la Real Academia aplican a las negociaciones del salario mínimo, y al mismo salario mínimo, es entendible el título de esta nota.

Dependiendo quien habla, al salario mínimo lo hacen pasar como el salvador de la crisis económica que el país afronta, argumentando que el ciudadano con un mayor salario aumenta el consumo lo cual, a su vez, va a energizar la economía. Parte del embeleco lo originan los candidatos durante sus campañas políticas, ya que casi siempre prometen “reducción de impuestos y aumento del salario mínimo”. Pero, una vez elegidos, primero introducen la concebida reforma tributaria para reducirle los impuestos a los industriales, o a los grandes capitales, como lo prometieron para así retribuir lo que estos invirtieron en sus campañas. Entonces, para cubrir esta disminución en los recaudos, inmediatamente introducen el aumento tributario a los ingresos del salario de los trabajadores y al ciudadano de a pie, además de un rosario de nuevos impuestos IVA a diferentes productos de su consumo. Y, para que esto pueda suceder, el gobierno propone el incremento salarial para los trabajadores. Esto con el fin de que puedan pagar por el aumento en impuestos y el IVA.

Con la aprobación del incremento al salario mínimo también llega el fin de diciembre con sus ventoleras. Con un aumento salarial a la vista el ciudadano se endeuda para pintar y adornar la casa para festejar la Navidad. Agradece al Gobierno porque cree que este se acordó de él y lo subió al tren que arrastra la locomotora del progreso. Al final de los festejos invariablemente llega enero y este ciudadano despierta con su lista de resoluciones para el nuevo año la mayoría basadas en ese nuevo Salario Mínimo. Pero también despierta a la triste realidad.

De lo primero que se entera es que el costo del transporte ha subido. Seguidamente se da cuenta que todos los artículos de su canasta familiar también se han encarecido y que muchos hasta tienen IVA. Con el tiempo va realizando que los costos de documentos oficiales, placas, multas, licencias y hasta arriendos han aumentado su costo. No entiende que principalmente esto sucede porque el gobierno en otro momento de lucidez económica basó todas fuentes generadoras de impuestos y costos en el salario mínimo. Entonces se da cuenta que con el pequeño incremento en su salario mínimo no va a poder cubrir todos estos aumentos.

Pero esto es entendible si recordamos que el gobierno, los industriales y el pueblo en general son colombianos. Y el colombiano no le gusta perder. Con este embeleco el gobierno no pierde pues cuadra su presupuesto. Los industriales tampoco ya que aumentan sus precios para poder mantener el mismo nivel de ganancias. Y el trabajador cree que ha ganado con un aumento en el salario mínimo por el mismo trabajo que venía haciendo. En realidad lo que se ha cumplido es el viejo adagio del pueblo: “La plata va donde el bobo y vuelve donde el avispado”. El gobierno le dio pero rápido se la quitó.

Entonces, el argumento que la manera de reactivar la economía es incrementando los salarios, y en especial el salario mínimo, para que haya un aumento en la demanda de bienes y servicios que van a estimular el consumo la producción y el empleo es simplemente un embeleco. Lo contrario es más cierto: como todo aumento de precio con el pequeño aumento salarial el consumo va a disminuir. Y la realidad es que el poder adquisitivo del trabajador disminuyó.

Lo ideal sería un aumento salarial con un congelamiento de precios. Pero esto nunca va a suceder ya que primero los industriales no lo van a aceptar pues eso disminuiría sus ganancias. Y, por otra parte, si el gobierno implementara esta medida no tendría la capacidad para ejecutarla y fiscalizar su cumplimiento. Antes por el contrario crearía más corrupción.

Con esta pobre manera de tratar de afrontar la economía nacional basándose en anuales negociaciones del salario mínimo y con anuales reformas tributarias lo que se ha conseguido es que el costo de vida se incremente casi que automáticamente todos los años. Esto, como se mencionó anteriormente, disminuye el poder adquisitivo del trabajador y aumenta la diferencia entre los que tienen y no tienen que es la base de la desigualdad que ha llevado a Colombia a ser el país más desigual de Latinoamérica. No es entendible, por no llamarlo absurdo, que con voluntad política, inteligencia e innovación, no se encuentren otras soluciones para mantener la economía en la vía del progreso y que el gobierno pueda sufragar sus gastos. ¿O acaso es esto lo que se entiende por economía naranja?, ¿exprimir económicamente al trabajador y al pueblo en general?

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