El drama de la calle en Barranquilla

El drama de la calle en Barranquilla

Crónica de un viaje en el transporte público

Por: ALBERTO OSPINO PEREA
marzo 18, 2014
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El drama de la calle en Barranquilla

El bus transita raudo por una de las principales calles de la ciudad, se detiene un poco para “recoger” a un pasajero, no importa si existe un paradero para ellos o si está en la mitad de la calle, es la guerra del centavo, uno de los pasajeros pide “próxima” o parada, el bus se detiene, el chofer mira por el espejo retrovisor interno y grita “rápido, rápido” el tiempo se agota para llegar al control del reloj, de pronto como por arte de magia surge un muchacho con una bolsa llena de galletas y dulces, se coloca en el estribo del bus, mira al conductor y le hace un pequeño gesto interrogándolo si lo deja “trabajar”, el conductor pone en marcha el vehículo, no le responde, señal que está autorizado, ágilmente salta por encima del torniquete que controla la entrada a los pasajeros, lanza una mirada a todos los ocupantes del bus, sin detenerse en nadie en especial y exclama en voz alta para superar el ruido que produce el motor, “Buenos días, señoras y señores ,con el respeto que ustedes se merecen, yo sé que esto cansa, uno que se baja, otro que sube, pero el hambre obliga, prefiero hacer esto honradamente a que me vean robando. Voy a pasar por cada uno de sus puestos para entregarle un delicioso chocolate cubierto con maní, sin ningún compromiso, observar no es comprar, sin más chiste y sin más cuento, uno le vale $200.oo y los tres le valen $500.oo”. Un pasajero murmura, “otro con la misma vaina” y se hace el desentendido mirando por la ventanilla del bus para no recibir el dulce.

Otro le grita al conductor, “pa, que dejas entrar estos manes ya nos tienen mamaos”. A pesar de ello el vendedor continúa su labor cuidándose de no entregarle a quienes protestaron. Alguien observa la escena con una mezcla de curiosidad y de compasión, tratando de adivinar cuanto se ganara al día, ¿Cuántos hijos tendrán, estarán en el colegio o estarán enfermos? Busca en su bolsillo y le entrega el valor de la “promoción”, mas por lo que pensó que por la necesidad de compra.
El bus se detiene esperando el cambio de un semáforo, entonces aparece en la puerta, otro vendedor y grita ¡refrésquese!!! eeeee!!! agua!!, agua aaaa!!!”...a poca distancia se escucha la voz de otro “colega” “¡saborice ceee…!!!! Boli, boli, boliii.!!!. otro que grita “!! guarapasooo!!guarapo-guarapo para el calorasoo!! Otro le responde patilla, patilla, el patillazooo!! Es la sinfonía del rebusque callejero, apenas hemos recorrido unos cuantos metros, se embarca un nuevo vendedor, y en silencio comienza a repartir estampitas del Sagrado Corazón de Jesús, al terminar en tono grave y quejumbroso dice, “Tengo a mi mujer enferma desde hace quince días y no he podido llevarla donde el médico, agradezco una colaboración, recibo monedas de $100.oo en adelante”. Algunos se miran y en silencio parecen decir, -ese es el mismo cuento de siempre- cuando se baja, uno de los pasajeros exclama, “De vainas no dijo que se le había muerto la mujer y no tenía conque enterrarla, ya no saben que inventar”. Casi que sobre la marcha otro sube al estribo del bus y el conductor le dice, “bájate,” el muchacho se hace el que no le ha oído y continua subiendo, entonces el chófer detiene de un frenazo el bus y, le grita “¡Bájate o te bajo, nojoda!” El muchacho se baja, apenas el vehículo se pone en marcha, le grita a todo pulmón, ¡”cachón.onnn!!! roba vuelto” Y sale corriendo, los pasajeros ríen, hasta el mismo chófer que no esperaba la reacción del muchacho se sonríe.

Decido entonces ingresar a ese mundo en el que cada mañana de los barrios más apartados de la ciudad, brota un batallón de vendedores que se van ubicando estratégicamente a lo largo y ancho de la ciudad para iniciar sus “labores”. Comienzo a recorrer las calles de mayor tráfico, preferidas por los vendedores, me traslado en varias líneas de buses y observo que la gerencia de algunas de estas empresas ha fijado unos carteles a la entra que dicen.”Prohibida la entrada de Vendedores”. En otras empresas sus conductores dan la impresión de haber realizado un pacto de silencio, de solidaridad, con el más desvalido, con el que la sociedad y los gobernantes de turno, no les han dado una oportunidad de trabajo, y como unos y otros recorren las calles en busca del sustento diario, instintivamente se abrazan, saben que los une la misma causa. Diariamente nos dan una lección de amor, con el hermano en su miseria. Es el drama de la calle, la ley del rebusque, la lucha de la supervivencia en su miserable mundo, en la que en cada esquina de sus días con sus noches, el hambre acecha, agazapada en un rincón, indolente ante la angustia y el dolor de quien en muchas ocasiones ha regresado con las manos vacías, sin un pan para sus pequeños hijos, cuando los ha encontrado dormidos, no vencidos por el sueño, si no vencidos por el hambre. Esa es la triste realidad de muchos en nuestra querida Colombia.

Me dediqué entonces a hacer un seguimiento a varios vendedores, y vivir un poco, su quehacer diario. Decidí acercarme al grupo que trabaja a lo largo de la calle Murillo, una de las arterias de la ciudad, confieso que no fue fácil, lo primero que uno percibe es la gran desconfianza que les genera un extraño, que trate de “invadirle su espacio”. Me acerqué a quien me parecía menos huraño, de pequeña estatura, cejas pobladas, ojos diminutos, de piel morena tostada `por el sol, de andar lento y pausado, su nombre Richard, a quien sus compañeros le dicen cariñosamente “El Dólar”, al indagarle porque le decían así, me respondió. “Es una larga historia, estando muy pequeño, de brazos, mi madre, me llevaba por una calle, cuando de repente un bus se le vino encima y con tal de salvarme me lanzó hacia un lado, cuando caí me fracture una pierna, mi madre murió en el accidente, a mi padre no lo conocí, nací en Urabá, allí perdí casi a todos mis familiares, por lo menos los que alcancé a conocer, todo por la desgraciada y absurda violencia que nos azota, la guerra entre los “paras” y los “guuerrillos”. Salí a la aventura y de “chance” en camiones y tracto-mulas llegué a Barranquilla, comencé vendiendo paletas, las ventas se pusieron malas y cambié de producto, de eso hace nueve años y aquí estoy ofreciendo galletas en algunas oportunidades y dulces en otras. Mis compañeros que la mayoría son barranquilleros, mamadores de gallo, al quedar con una pierna más corta que la otra, a causa del accidente, camino balanceando el cuerpo hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo, por eso me dicen” El Dólar” un día sube y al otro día baja, si usted pregunta por Richard, nadie le dará razón, pero por el “Dólar” sí. Le pregunto si vive con algún familiar en Barranquilla, la pregunta lo toma por sorpresa, observo que su rostro se ensombrece, fija la mirada en el suelo y me responde.

“Señor, no tengo a nadie, vivo en una pieza con tres compañeros más, claro que allí solo vamos a dormir.” Le pregunto nuevamente con malicia, cómo es que todos duermen en la misma habitación. No me responde enseguida, me mira directamente a la cara, advierto en sus ojos una mezcla de rabia y de tristeza, no sé si por el sesgo de la pregunta, o por la cruda realidad de la respuesta. “Señor todos dormimos en el suelo y, lo hacemos encima de unos cartones, hay noches que no podemos dormir por el intenso calor que hace, ¿sabe? lo que ganamos, a veces sólo alcanza para una comida en el día, y no queda para la compra de un abanico”.

Hace una pausa, mira a su alrededor, inclina un poco su rostro y luego lo levanta lentamente para decirme con un dejo de tristeza, “He conocido gente buena, pero también gente indolente, indiferente ante la miseria a los demás, sabe una cosa, me robaron mi medio transporte, una vieja bicicleta que me servía de mucho, ahora tengo que recorrer muchos kilómetros con esta carga a cuestas, lo mismo hicieron con un pequeño radio donde escuchaba “La Palabra” a lo mejor ni siquiera lo hicieron por necesidad, si no por envidia, porque me ven trabajando, rebuscándome la vida, hace una breve pausa y continua, “la envidia es el arma de los incapaces” Lo miro sorprendido de sus palabras, advierte mi sorpresa, se sonríe y me dice: “Como escucho la Palabra, aprendo algunas cosas, y aunque usted no lo crea, a pesar de no tener familia, que no tengo a nadie quien se duela de mí, estoy tranquilo, vivo feliz, ¿sabe por qué? Porque tengo a Dios en mi corazón. En vez de que nos miren como desechables, deberían mirarnos como seres humanos, que también tenemos derecho a la vida, que merecemos una oportunidad, que no nos regalen nada, sólo que nos den un espacio donde ganarnos el pan de cada día, pero nadie se acuerda de nosotros. Y escúcheme bien esto que le voy a decir, a los que no tienen donde dormir y lo hacen en las calles, a los llamados indigentes, los asrsinan cuando hacen “campañas de limpieza social” otros los usan de blanco para entrenar a los sicarios en el mundo de la delincuencia, señor, donde están los políticos que van a los barrios más pobres a prometer de todo a cambio de votos, donde están los dueños de grandes empresas que ganan tanto dinero, donde están los dueños de miles de hectáreas de terrenos, que no se acuerdan un poco de los que nada tenemos” En sus palabras hay coraje, pero no rencor, sólo una infinita tristeza, me mira desafiante a los ojos, como si pretendiera que le diera una respuesta a cada una de sus palabras. Guardo silencio, sé de esa verdad y siento pena, sólo acierto a decirle, algún día la vida, Dios se acordará de ti, y saldrás victorioso, tú eres un hombre bueno y tendrás tu recompensa, el mundo es cíclico, en cualquier instante todo te cambiará para bien, guarda en lo más íntimo de tu corazón la creencia que todo saldrá bien.

Noto que mis palabras lo tocan un poco, recoge su cajita de dulces, esconde su mirada, descubro en sus ojos lágrimas que lucha por no dejarlas salir, y lentamente comienza a alejarse, sus pasos se notan cansados, hoy parece que todo le pesara más.
Siento dolor, rabia, impotencia, tristeza. Y recuerdo unas frases, sin recordar su autor:

“Bendita sea la voz que se eleva en el silencio,
Bendito sea el silencio de los que callan,
Bendita sea la fe que tenemos en nosotros,
Y Bendita sea la duda que tenemos en la fe”

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