El dolor de los que no cruzaron el Rumichaca

El dolor de los que no cruzaron el Rumichaca

A la medianoche murieron los sueños de centenares de venezolanos que no alcanzaron a entrar a Ecuador antes de que comenzara la exigencia de una visa especial  

Por: Fernando Alexis Jiménez
agosto 29, 2019
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El dolor de los que no cruzaron el Rumichaca
Foto: Twitter @juanflores18

Las 12 campanadas que marcaron la medianoche y el nacimiento de un nuevo día dieron al traste no solo con los sueños de la cenicienta, en el célebre relato de Jacob y Wilhelm Grimm, sino con los de centenares de venezolanos que no alcanzaron a atravesar el puente de Rumichaca, tras la definición de la hora cero para que el ingreso a territorio ecuatoriano se haga con una visa especial.

“Yo con hambre, hago lo que sea. Me muero o me matan, pero llego.”. Rodrigo Palmar, fue uno de los cientos de migrantes que intentó atravesar por las trochas. Algunos lo lograron, pero él no. Al otro lado del puente fronterizo lo esperaba su esposa, Lucía Acedo, y dos niños de tres y siete años. Llevan tres meses viajando desde Cabimas, en el estado Zulia, en el occidente de Venezuela.

“El río Guáitara lo atravieso porque lo atravieso.”, repite con tozudez, la misma que lo caracterizó por años cuando vendía mercancías en el centro comercial Cristy. “La mayoría de los negocios se encuentran cerrados. Ya no hay a quien venderle”, se lamenta. Su tristeza la comparte la familia.

El dolor que no se puede expresar con palabras y dejar plasmado en una nota, es muy grande. Ellos junto a 750 personas no alcanzaron el momento oportuno de llegar al otro lado. Esperaban llegar a Tulcán, que queda a 7 kilómetros y es, además de turístico por el majestuoso templo parroquial y el cementerio del jardín topiario, un pueblo muy comercial. “Yo allá pongo un negocio, de lo que sea”. Rodrigo está convencido. De ahí que tenga la fijación de pasar al Ecuador. No quiere formar parte del dolor que embarga a quienes se quedaron.

Conforme pasan las horas, la situación se agrava. El presidente, Lenín Moreno, sigue firme en su determinación. El alcalde de Ipiales, Ricardo Moreno, por su parte, está muy preocupado porque diariamente están llegando alrededor de 1.800 personas. El éxodo no termina, por el contrario, apunta a crecer.

Medidas desesperadas

En su propósito de ser admitidos al otro lado del puente Rumichaca, muchos han acudido al intento de cruzar el río Guáitara. Los riscos que se encuentran del lado ecuatoriano son peligrosos. Subirlos, emparamados, es difícil. Rodrigo lo intentó. “El que sufre de vértigo, que ni lo intente.”

Otros bloquearon el acceso a la zona migratoria. Gritaban toda suerte de cosas. Incluso, el 26 de agosto alguien gritó que en Colombia le vulneraban sus derechos. “Si es así, vuélvete a Venezuela que, según dicen, Maduro tiene la misma ternura que la Madre Teresa de Calcuta”, le dijo Maykol Manague, entre la multitud. Silencio absoluto. La frase fue demoledora.

Para Maykol, lo que ha hecho Colombia por ellos, ha sido tenderles la mano y, si quieren proseguir a Ecuador, Perú y Chile, es porque consideran que la economía es más sólida. “Acá ya somos muchos. En los sistemas de transporte uno se sube a vender dulces, y ya hay dos o tres haciendo lo mismo. Lo que se aprovecha, entonces, es para preguntarle de dónde son.”

En la frontera hay 10 casillas de migración. Diariamente se tramitan 2.500 documentos. Pero no dan abasto. La razón es sencilla: desde 2016, 3,3 millones de personas han salido  de Venezuela, según la ONU. Colombia es el principal receptor de esos migrantes con 1,4 millones de venezolanos en su territorio. Quito estima que unos 300.000 venezolanos se encuentran en territorio ecuatoriano, de los cuales un tercio está de manera irregular.

En el último mes, desde que se conoció la noticia de la imposición de la visa humanitaria por parte del Ejecutivo de Lenín Moreno, 85.000 personas cruzaron por el puente de Rumichaca. Lo hicieron sin papeles, sin volver la mirada atrás, con el mismo afán de los israelitas cuando salieron de Egipto.

Una de las formas de procurar el ingreso, fue arrodillándose, como lo hizo Gregorio Alucena, cuya imagen le dio la vuelta al mundo. Lloraba, imploraba. Estaba envuelto en una bandera de Venezuela. De otro lado, los guardias ecuatorianos miraban impasibles.

“Lo más desalentador son las filas. Enormes.”, advierte Leonardo Torres,  quien junto a su esposa y su hijo llegaron al puente. Tampoco ellos pudieron cruzarlo. “Regresar sería una locura. Hay que seguir adelante.”, razona para darse alientos y transmitírselo a su familia.

En manos de delincuentes

Las noches en Ipiales son muy frías. Para guarecerse, han optado por armar cambuches. La generosidad de los nariñenses no es como antes. Muchos ya se cansaron de proveerles ayuda o, sencillamente, no tienen. Los nuevos albergues, construidos en las últimas semanas, resultan insuficientes. Ya hay hacinamiento y enfermedades. Previsible cuando hay una concentración de personas en un espacio reducido.

El drama se agrava porque los delincuentes se aprovechan de ellos. Los timan sacando ventaja de la desesperación que los asalta. Un pan que normalmente se consigue en quinientos pesos, se los venden por dos mil, y una gaseosa, de dos mil pesos, llega a costar el doble.

Otro fenómeno común es que les dan billetes falsos. Muchos venezolanos de tránsito por territorio colombiano, no han aprendido a identificar cuáles están impresos en papel legal.

Para todos ellos, el 26 de agosto se convirtió en una fecha inolvidable. Fue el día en que se quedaron varados como un barco en altamar, con la diferencia de que no avanzan hacia ningún lado.

Ese mismo viacrucis lo vivirán otros quinientos mil venezolanos que están cruzando Colombia, y que tienen —de acuerdo con los estimativos de las autoridades migratorias— la meta de llegar a la frontera entre Colombia y Ecuador.

Una historia sin final feliz

A diferencia de las telenovelas que vemos a diario, donde las historias tristes terminan con un final feliz, la de los venezolanos que no alcanzaron a cruzar la frontera colombo-ecuatoriana constituye una historia de dolor con muchos capítulos por escribirse.

Cuando el calor desespera o el frío se torna insoportable, todavía se escuchan los gritos:"¡Queremos pasar!". Son voces anónimas de cientos de emigrantes venezolanos. Primero protestaban, ahora se resignaron.

Los que más sufren son los menores de edad. Lloran de hambre y sus padres no pueden hacer nada. Es la importancia de ir de tránsito de un país a otro.

Para Mercedes Díaz, su destino está fijado en el Perú. No tiene visa, pero asegura que insistirá. “Cerca de Lima me espera mi hijo. Él ya tiene empleo y me conseguirá uno. Así podremos enviarle dinero a la familia, en Caracas.”

Recuerda que las caminatas eran tan extenuantes, que apenas recostaban la cabeza, caían sumidos en un profundo sueño. Pasaban horas antes de despertar. Debían esperar hasta que los pies se desincharan.

En Popayán dejó un morral. Traía ropa. Prefiere, en cada nueva estación que hace, recibir si le regalan algo para vestir. “Es que con el sol a las espaldas, pareciera que el peso es mayor”.

Cae la tarde, se avecina la noche, y lo que se acrecienta en muchos, es el dolor por no haber cruzado la frontera.

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