El difícil momento de Irene Vallejo al escribir El infinito en un junco

El difícil momento de Irene Vallejo cuando estaba escribiendo la obra que la hizo famosa

La joven escritora española, quien fue la estrella de la Feria del Libro de Bogotá, debió superar un difícil escollo para concluir El Infinito en un Junco

El difícil momento de Irene Vallejo cuando estaba escribiendo la obra que la hizo famosa

En la FILBO solo se habla de un nombre: Irene Vallejo. Su viaje a Quibdó, días antes de la apertura de la feria, encendió aún más la popularidad de la escritora y filóloga. El libro, desde que se editó en 2019 bajo el sello Siruela, ha tenido 30 ediciones y ha sido traducido a 25 idiomas.

Nada más en su primer año, El infinito en un junco vendió 100 mil ejemplares. Una barbaridad teniendo en cuenta que no es un episodio más en la saga de Harry Potter y que no es un libro de autoayuda.

Es la historia de los libros, escrito por una filóloga que aprendió la técnica de seducir lectores gracias a haber trabajado como periodista. Por eso, las historias de cómo se construyó la biblioteca de Alejandría y su posterior destrucción no tiene el peso de los grandes ensayos filológicos.

Antes de este libro, Irene Vallejo creía que sus posibilidades de vivir de la literatura eran mínimas. Había publicado antes de los cuarenta años en editoriales pequeñas, muchas de ellas de Zaragoza, su ciudad, que estaba muy lejos del gran mundo editorial, concentrado en Madrid y Barcelona.

2015 fue un año muy duro para Vallejo. Su hijo Pedro nació con una extraña enfermedad, el síndrome de Pierre Robin. Sin el tratamiento adecuado, el niño podría morir. Desde que nació fue sometido a intervenciones quirúrgicas severas. Ahora, que todo pasó, Irene Vallejo afirma que en ese momento jamás pensó que su hijo, a los 9 años, podría estar tan bien, tan fuerte.

En esas circunstancias, convaleciente aún por el parto, abrumada por la enfermedad de Pedro, empezó a escribir El infinito en un junco. Lo hizo, en parte, para escapar. Si no se escapaba en algún momento de la realidad, esta terminaría aplastándola.

Volvía a refugiarse en los libros, como cuando en el colegio tenía que hacerlo para olvidar el matoneo constante de sus compañeros de clase, quienes la llamaban “Empollona” y, sobre todo, “Rarita”. “Niña rara”.

Esta historia del libro como avance tecnológico, como bien supremo de una especie, refuta las absurdas teorías de principios de siglo que preconizaban el final de las bibliotecas porque aparatos como el Kindle las reemplazarían. Nada de esto sucedió.

En una de las imágenes maravillosas que deja este libro (uno de los más buscados en la FILBO) está la de un viajero en el tiempo, un hombre que viene desde el Renacimiento hasta nuestros días. Todo le parecerá extraño, todo en nuestra sala le parecerá ajeno, menos la biblioteca. Los libros son objetos que se inventaron hace siglos y que no han necesitado demasiados cambios, como las cucharas, los vasos, los tazones de sopa.

Otra de las imágenes magníficas de Vallejo en su libro cumbre fue describirnos cómo era el faro de Alejandría, una construcción mastodóntica que tenía en su cumbre un espejo. Esa era la luz por la que se guiaban los barcos. Al lado de ese faro había otro, pero en la cumbre no había ningún tipo de destello, todo era oscuro. Era el faro con el que se guiaban las almas de los muertos en el mar.

Irene fue la invitada de honor en la apertura de la FILBO. En su discurso nos llenó de esperanza sobre el futuro de los libros. Dijo, entre otras cosas, que acumular libros en nuestras casas, desbordar la estrechez de un estante de una biblioteca, no era más que una “esperanza de vida” porque todo lo no leído era una promesa a futuro.

La primera editorial que se fijó en El infinito en un junco fue Siruela, fundada en su momento por el Conde de Siruela, hijo de la Duquesa de Alba, que tenía un gusto desbordado por los libros de temas extraños, bellamente escritos pero, sobre todo, que fueran raros.

Que Vallejo haya podido vender sus derechos a editoriales más grandes como Alfaguara y que se globalice su legado es un triunfo para la literatura. Sabemos que algunos intelectuales, celosos del conocimiento, desconfían de este tipo de masificación, pero gracias a Vallejo es que la llama de la literatura continúa ardiendo.

Es increíble que su nombre le dispute en presencia al propio García Márquez quien, desde la eternidad, nos envió un nuevo éxito de ventas. La versión en cómic de El infinito en un junco ha hecho que muchos niños y que gente que no tiene el hábito de la lectura, se acerque a uno de los tesoros más grandes que nos ha dejado esta FILBO.

Publicado originalmente en: Pares

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