El desastre de los andenes bogotanos

El desastre de los andenes bogotanos

"Zapatos embarrados, ropa salpicada y hasta tobillos esguinzados son las recompensas de andar por los andenes de la capital colombiana"

Por: Daniel Gongora
noviembre 24, 2017
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El desastre de los andenes bogotanos

Con esto de la movilidad en Bogotá estamos más que fregados (descubrí que el agua moja). Yo, por ejemplo, evito desplazarme en esta ciudad por sus diversos medios de transporte: en TransMilenio no llego completo al destino; en SITP, si es que pasa, más adelante se sube una banda de ñeros a atracar; en Uber corro el peligro de que los taxistas me bajen a varillazos; en taxi me arruinaría pagando lo que dice el "muñeco" del taxímetro, si es que el señor taxista me lleva al destino; en bicicleta, como soy un tronco, los demás ciclistas me insultarían por lento y me empujarían, mientras que me trago todo el smog que botan los exhostos de los carros...

Bueno, entonces elijo caminar. ¿Por qué? Pues porque cuando camino me ejercito, tengo que apresurar el paso y entonces quemo calorías, ayudo a conservar el medioambiente y, en fin, gano yo y gana la ciudad. Pero a pie tampoco puedo transportarme, porque los andenes escasean en la ciudad y donde los hay toca esquivar vendedores ambulantes, quienes me empujan hacia la calzada de los carros... pero bueno, ya me volví experto en eso también.

Definitivamente no he obtenido el PhD en caminar sobre andenes diseñados para que las personas no anden sobre ellos. Zapatos embarrados, ropa salpicada y hasta tobillos esguinzados son las recompensas de andar por los andenes de la capital colombiana. Sí, la más civilizada y avanzada de Colombia.

Llevo años viviendo en el barrio Santa Paula. He sido testigo de las sempiternas obras de adecuación de andenes y ahora de la construcción de 200 metros de ciclorruta por la calle 116, obra que lleva seis meses y está crudísima (¡cómo será cuando construyan el metro!). Y desde la última adecuación (2006), los andenes de las carreras 15 y 19 y calles 109, 116 y 122 fueron reformados para que nadie los ande, para que nadie los camine. Las losas fueron pegadas probablemente con babas porque al otro día de entregar las obras, se soltaron y andan más flojas que las teclas de un piano. Si se atreve a caminar por ahí, es mejor que vaya con alguien que le dé la mano.

Luego una ve vez en casa, alístese a lavar los zapatos, el pantalón y la chaqueta para soltar las libras de barro que quedan pegadas de sus prendas, después de ser expelidas por las losas sueltas que las esconden bajo las superficie y que al ser pisadas brotan como una ducha en sentido contrario, de abajo hacia arriba. Esto si no es que trastabilla con las losas sueltas y se friega el tobillo.

Tengo que estar en una hora en la 72 con 11 y me voy a pie. Ya tengo listas mis botas Brahma envueltas en plástico para aventurarme por un andén diseñado para que las personas no anden. Y al alcalde le importa un pito, eso que nació y se crió en Washington DC, ciudad que goza de unos andenes tan bacanos que hasta se podría uno echar un picadito ahí.

 

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