El debate pendiente
Opinión

El debate pendiente

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septiembre 29, 2014
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Hace unos días los colombianos tuvimos la oportunidad de escuchar, gracias al senador Iván Cepeda, una exposición pormenorizada, aunque quizás bastante incompleta, sobre los múltiples indicios de las relaciones del expresidente —hoy senador— Álvaro Uribe Vélez con quienes fueron algunos de los protagonistas más visibles de la trágica historia del narcotráfico y el paramilitarismo.

Era importante que ello ocurriera, porque permitió que los ciudadanos se enteraran, o que por fin muchos se dieran por enterados, de las graves acusaciones que pesan sobre el mandatario más popular de nuestra historia. La realización de dicha exposición, y las múltiples intervenciones por parte de otros parlamentarios, incluyendo la réplica del expresidente Uribe, en el seno del Congreso de la República, hizo posible que los medios hicieran al menos algo del eco que este trascendental tema merece, pero que muy pocas veces recibe.

Aunque hubo quienes se quejaron por el hecho de que el Congreso perdiera todo un día machacando un tópico imaginario que, según ellos, ni es claramente de su competencia, ni aporta nada al avance del país, la senadora Claudia López, a través de su cuenta en Twitter, hizo claridad en que los medios —de nuevo, los medios… — poco se interesan por cubrir los otros importantes debates sobre temas fundamentales de política pública y diseño institucional que esta legislatura ha abordado, y continúa, por supuesto, abordando.

Sin embargo, no fue éste un debate. En primer lugar, el supuesto interlocutor abandonó el recinto, con sus acostumbrados aspavientos mediáticos, mientras el ponente presentaba su narrativa. En segundo lugar, la respuesta del interlocutor, cuando regresó al recinto, no abordó con profundidad las acusaciones que se le hacen. En tercer lugar, los demás congresistas se concentraron en presentar sus visiones sobre la historia del conflicto y sus entramados con el narcotráfico, la política y la sociedad, o —como en el caso de Paloma Valencia— a recrear arengas caudillistas propias del siglo en el que ella, y varios de ese séquito, aún viven.

Esta escaramuza discursiva entre Cepeda y Uribe no fue un debate, fue un acto de guerra. Se batieron con palabras quienes, de alguna u otra manera, representan en el espectro político a quienes, desde el remoto pasado hasta hoy, han decidido dividir a la nación y llevar al pueblo al matadero para resolver sus disputas materiales e ideológicas

El verdadero debate quedó pendiente; tal como lo ha estado desde siempre. El verdadero debate debería girar en torno a las ideas, las orientaciones generales y específicas de las políticas que se han implementado desde el gobierno de Álvaro Uribe. El verdadero debate debería abordar una evaluación profunda, plural y adecuadamente informada sobre los resultados, los impactos y la moralidad de las acciones emprendidas durante aquellos ocho años.

¿Cuáles fueron —¡en realidad; no desde la repetición de mantras políticamente correctos!— los resultados de la Política de Seguridad Democrática? ¿Cuáles fueron sus impactos políticos y sociales? ¿Cuál fue la perspectiva moral, la visión de la ética, desde la que se decidieron sus orientaciones generales y sus acciones particulares?

Eso, creo yo, es lo que con mayor urgencia debe debatirse, con la seriedad que merece, en el Congreso de la República; y eso es lo que, con el apoyo de unos medios —desafortunadamente tal vez aún no preparados o dispuestos para sostener una conversación racional y profunda— deberíamos debatir los ciudadanos.

Deberíamos preguntarnos si, por ejemplo, en el caso del programa que disponía incentivos para los miembros y las unidades de la fuerza pública que entregaran bajas, hubo una reflexión medianamente técnica y moral sobre sus posibles consecuencias. ¿Alguien advirtió la obvia posibilidad de que, bajo tal esquema de política pública, la consecuencia sería que miles de inocentes serían asesinados y presentados como bajas del enemigo? Seguramente. ¿Por qué tanto el gobierno como el país decidieron voltear la mirada ante la carga moral de dicha decisión nacional? ¿No es momento de hacerlo?

Sí, este es exactamente el momento de hacerlo. Hay que abordar con valentía ciudadana este debate pendiente, como un acto, como un proceso, ya no destructivo, de guerra, sino productivo, de paz: tenemos que tomar la decisión de constituirnos como una sociedad capaz de aprender de sus más duras lecciones.

Abordar tal debate pendiente sería por fin iniciar un proceso de construcción de paz y país basado en el aprendizaje social.

 

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